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Vacío Vacío
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Juanjo Francisco

Nunca, nunca, nunca, me gustó septiembre. Para mí siempre ha significado el final y el principio de algo, con todas las incertidumbres que ello conlleva y, para más inri, hasta va cambiando el color del sol, que se vuelve más perezoso y sus alturas veraniegas van perdiendo impulso. Y este septiembre que  ya toca a la puerta, como en todos los anteriores, muchos de los que somos de pueblo volveremos a notar en él todo el vacío que trae el otoño.

La pandemia nos reconcilió un poco con la vida en el medio rural y en  los agostos más próximos al 2020 mucha gente optó por disfrutar del ocio en el lugar de origen o de sus ancestros. Sin embargo, en este mes que ya acaba las cosas han sido un tanto distintas porque, sin ánimo de generalizar, parece que la gente ha optado por pillarse un viajecito y largarse unos días lejos del ambiente cotidiano.

Esto se ha notado en la mayoría de los pueblos turolenses - incluso en la propia capital, que ha visto bajar un pelín el revuelo callejero de los turistas y sus desembolsos-, porque uno de los principales, si no el único, termómetros del ambientazo agosteño, el bar, así lo ha medido.

Todo esto, claro, en el supuesto de que el pueblo disponga de bar, un servicio que lleva camino de convertirse en un equipamiento indispensable porque cada vez cuesta más que alguien se haga cargo de estos negocios en muchas localidades.

Ahora mismo, si uno se da una vuelta por la provincia, comprobará que muchos locales están regentados por inmigrantes a la búsqueda de un medio de vida. Pues bien, la escasez de voluntarios que decidan explotar un negocio de dudosa rentabilidad está provocando alguna que otra puja entre municipios por llevarse a tal o cual regente que haya demostrado valía y recibido la complacencia de la gente. Bien harían los alcaldes que acaban de llegar a los consistorios en echar a vistazo a las condiciones de estas personas y saber si están o no contentas.

Tras agosto, el vacío se hace mucho más evidente en un pueblo con el bar cerrado.