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Ignacio Stampa Ignacio Stampa

Ignacio Stampa

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Javier Lizaga

Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos...” El comienzo de una historia, como la primera vez frente a alguien, tiene tantos matices, que lo que llamamos intuición es sólo una manera de excusarnos por días, meses, lustros de aprender a distinguir. Incluso una cuestión de probabilidad, hay más malnacidos que novelas buenas.

Javier Marías, autor de la frase inicial, podría haber escrito la historia de Ignacio Stampa y la habría complicado menos.

Un fiscal recién llegado, interino para más inri, al que le encargan investigar a Villarejo. Y va y lo hace: 47 líneas de investigación y un retrato negro Goya.

Una fiscal general del estado, Dolores Delgado, implicada en exonerar a un empresario vía su novio, Baltasar Garzón.

Un partido, popular, que paga con fondos públicos la destrucción de pruebas de su corrupción, con un ministro, Jorge Fernández al mando.

Un banquero, Francisco González, sospechoso de quemar el Windsor para que no se descubran sus descubiertos.

Un Rey con prostitutas de lujo allá donde iba. “No tenemos vida para investigar todo esto”, pensó Stampa cuando abrió la caja fuerte. Perdón, olvidé poner presunto.

A Stampa solo pudieron quitarlo de en medio con una relación inventada con una abogada. Todo mentira. Sin pruebas. Con denuncias basadas en las informaciones falsas. Tan falso que denunció a la propia fiscalía por retrasar el archivo de la causa. El relato está en un libro (“el complot”) y un podcast (“el país de los demonios”) impagables, sección comics DC.

Stampa solo se quiebra unos segundos, casi inapreciable. Cuando le explica a su hijo que lo han echado de la fiscalía anticorrupción. Le miente: han preferido “a los mayores”.

Le entiendo. Uno se pasa años para que interioricen lo justo, la justicia, para que crean en ella y la realidad te desacredita. Basta una frase. Cuando ocurra les hablaré de Stampa.