Síguenos

Autocrítica

banner click 244 banner 244
F.J.B.

El toreo es muy caro. Para quien no lo sepa, organizar una corrida de toros en una plaza de tercera categoría con matadores del grupo C, o sea lo más barato, asciende a más de 73.000 euros fijos, de los cuales el 48 % de esos costes se van en sueldos. Así lo constata el informe que ANOET realizó hace un tiempo para estudiar la viabilidad del espectáculo de los toros tras la grave crisis económica que atravesó España. Si tenemos en cuenta además que este negocio sufre una excesiva intervención, que la bajada del IVA no ha servido para reducir el precio de las entradas y que los toreros siguen viviendo su particular Arcadia feliz con sueldos superiores a la economía que generan, esto no sirve para sanear las cuentas de un espectáculo que necesita sobre todas las cosas renovación. Lo ha dicho Ramón Valencia, empresario de Sevilla, y lo dicen sotto voce todos aquellos valientes que echan un paso adelante para organizar cualquier función de toros sea en la plaza que sea. 

Este es un tema que invita a la reflexión. A ver…,  hay que vender entradas por valor de 73.000 euros en una plaza de pueblo, cosa que se antoja casi un milagro si en el cartel no se anuncian toreros con cierto renombre. Suena a entelequia, a ejercicio de pirueta y salto mortal sin colchoneta. Y aquí es donde el espectáculo sufre su gran quiebra. Primero porque el empresario serio, el que paga a todos y todo religiosamente, no está dispuesto a echarse en los brazos de la diosa fortuna alegremente y eso lo retira del juego por razones evidentes. Y luego, porque huidos en desbandada general los sensatos y cumplidores nos quedamos con los otros, los temerarios y aventureros, los que buscan atajos para ganar dinero. Sí, esos que reducen costes a cuenta de la calidad del ganado, de hacer pasar por el túnel a toreros, subalternos y picadores, de eliminar calidad en los servicios sanitarios del festejo, de aplazar pagos a la Seguridad Social, etc, etc, etc. Y el negocio taurino queda a los pies de los caballos ofreciendo su peor imagen ante el que busca gastar su dinero en este ocio, y lo que es peor, deja una sensación de triquiñuela y pirateo del que por otra parte el propio toreo siempre guarda silencio. Nunca escuchará, amigo lector, ni una sola queja del torero que no cobró o de aquel al que le pagaron menos. Pero eso sí, al llegar el fin de temporada se rompen toda clase de relaciones de apoderamiento entre palmaditas y deseos hipócritas de buena ventura, y se vetan plazas porque los empresarios de aquí o de allí son unos trágalas. 

Renovación. La industria del toreo necesita dar un giro de 180 grados para ganarse el futuro. Necesita poner los pies en la tierra para coger nuevo impulso. Y para ello, primero, habrá que hacer autocrítica, cosa ardua y difícil en esto de los toros. Autocrítica de los toreros que deberán adecuar su caché al dinero que generan. Y también de los sindicatos taurinos profesionales, tan fuertes. No es lo mismo torear a plaza llena que a plaza vacía. Y autocrítica de los ganaderos en el producto que ofrecen. Y del empresariado… Y por cierto, de la prensa taurina, tan silenciosa y apegada al propio negocio de la triquiñuela y el pirateo. Si no nos reconocemos es evidente que nada va a cambiar y el futuro se nublará. Porque el espectáculo debe ser más barato para competir con otros ocios que ofrecen máxima calidad al menor coste. O si no, dejará de ser un espectáculo de masas para serlo de selectas élites tal que la ópera. Y una última reflexión. Los festejos populares aumentan su número mientras los formales lo mantienen o disminuyen. Son más rentables. ¡Coño, hay que hacérselo mirar!