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Recta final y sangre

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F.J.B.

Es llegar el último tramo de la temporada, cuando asoman las ferias de otoño y el toreo ya vuelve la mirada hacia su querencia de América, y a uno no le llega la camisa al cuello viendo a tanto torero desfilar hacia el hule en brazos de las asistencias. Que si Colombo, Isiegas, Serna, Garrido, que a Cayetano le ha partido el muslo un toro en Zaragoza, que si a Sebastián Ritter un puntazo corrido… Todo esto en apenas días. La verdad es que la lista se hace tan extensa que llama poderosamente la atención, aunque en honor a la verdad haya que decir que este “drama” no es algo aislado, que el toreo sufre su particular calvario llegado otoño y que no existen razones determinantes lo suficientemente estudiadas como para que se pueda encontrar una causa común a semejante reguero de sangre. Que se lo digan a Paquirri o a Padilla, o a Jiménez el año pasado con un cornalón en Zaragoza que le quitó el sitio. Que se lo digan a todos aquellos que se anuncian durante la feria de El Pilar. El toro ocupa otro protagonismo cuando vuelca el verano porque el parte de guerra entre los coletas se ve notablemente aumentado. Eso es lo único cierto.

Las causas de esta realidad son otra cosa. Uno podría pensar que la razón está en el toro, más cuajado en hechuras y en conciencia por aquello de sus cuatro años cumplidos pero con las cinco yerbas ya digeridas. No es lo mismo un hombre de 18 años que uno de 25 porque aunque físicamente ambos estén ya desarrollados también es cierto que con los años uno tiene menos pases y pierde la ingenuidad. Pues en el toro ocurre igual con esa quinta yerba que lo hace madurar a lo largo del verano. Eso quizá lo haga orientarse más y desarrollar un sentido que no tiene el toro de la primavera. Nadie lo puede certificar. Como nadie puede confirmar que sea el cansancio de la temporada lo que hace bajar la guardia a los toreros. Es cierto que muchos de ellos llegan atorados a la feria del Pilar y que algunos no se anuncian en Zaragoza por ello, pero no es menos cierto que espadas del escalafón medio hacia abajo también sufren los rigores del otoño taurino en Zaragoza, Madrid, Valencia o la feria de San Miguel de Sevilla sin poder evitar pagar un tributo de sangre que no desean. 

Quizá para entender este fenómeno haya que unir la parte cierto de cada teoría. Un toro más orientado y un torero más cansado pueden incidir en el aumento de partes médicos. Y es posible también que la exigencia de plazas como Zaragoza, Sevilla, Madrid y Valencia que coinciden en festejos y ferias otoñales haga que esta última oportunidad que ofrece el año, la que no te has ganado durante el verano, requiera de un límite en el riesgo para dejar abiertas puertas en la próxima temporada. Uno no lo sabe. Lo único cierto es que llegado el otoño, los toreros miran de reojo a la enfermería pensando que hay más probabilidades de verla abierta. ¡Leche, y se abre!