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Hemeroteca: Blasco Ferrer, el autor de las esculturas que Picasso enseñaba y acariciaba en su taller Hemeroteca: Blasco Ferrer, el autor de las esculturas que Picasso enseñaba y acariciaba en su taller
Foto de Eleuterio Blasco Ferrer

Hemeroteca: Blasco Ferrer, el autor de las esculturas que Picasso enseñaba y acariciaba en su taller

Este año se cumplen 25 de la muerte en Alcañiz del artista nacido en Foz Calanda
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Cuando están a punto de cumplirse 25 años de su muerte, la figura y el valor artístico de la obra de Eleuterio Blasco Ferrer se reivindica, gracias al estudio de su vida y trayectoria que firma Rubén Gómez, y que desde hace poco podemos leer en un libro editado por el Instituto de Estudios Turolenses, dentro de su colección Monografías turolenses. El Museo de Molinos, al que Blasco Ferrer cedió buena parte de su obra, nos recuerda con la exhibición de sus esculturas el alma que Eleuterio ponía en sus obras, esas que Pablo Picasso mostraba en su taller de París mientras les acariciaba la cabeza.

El detalle de esta historia lo recogía Juan Antonio Usero hace un cuarto de siglo, el 30 de julio de 1993, en el artículo que dedicaba en este periódico al escultor, coincidiendo con el funeral del genial artista. Eleuterio Blasco Ferrer, el artista de Foz Calanda, desconocido por unos y olvidado por otros, titulaba. El escultor, contaba en el artículo, había fallecido a medianoche del 29 de julio en la Residencia para la Tercera Edad de Alcañiz, donde vivía desde hacía apenas un par de meses. En Molinos fue velado su cuerpo, allí fue enterrado y allí quedó su legado que hoy puede verse en el Museo.

En el artículo en primera persona, Escudero contaba: A Eleuterio Blasco Ferrer lo he conocido en Barcelona cuando su larga osamenta octogenaria mostraba las deformaciones del cuerpo vapuleado por la vida como una tierra muy trabajada. Vagaba penosamente por la ciudad de su juventud que apenas sabía de él, pues había medrado Eleuterio Blasco Ferrer en el París literario y artístico, esculpiendo dolorosas figuras de hierro cerca de su amigo Picasso, en cuyo estudio lo encontraba Sebastián Guash. Precisamente en ese estudio, según citaba Escudero de palabras de Guash, podían ver los amigos del internacional pintor malagueño, las esculturas de Blasco Ferrer: “Yo iba con frecuencia al taller de Picasso sito en la calle Grands Agustins. Hallaba yo siempre allí (1942) a un joven triste, lánguido, apagado. Se llama Eleuterio Blasco Ferrer y era el autor de unas pequeñas esculturas en hierro colocadas sobre un estante. Picasso las mostraba a todos los visitantes de su taller, acariciándolas con las manos”.

Homenaje

En un cuidado y literario artículo, Usero exponía sus propias experiencias con el autor y las de otros artistas contemporáneos que supieron definir el alma del escultor y el valor de su obra, a pesar de haber estado tantos años ausente y olvidado.

Santiago Sebastián decía del artista turolense: “Lo que busca Blasco Ferrer es la emoción humana, al margen de toda búsqueda de originalidad forzada o de la publicidad. Ya decía Buet que se expresa así porque es así. Sin duda Buet no sabía que Blasco Ferrer es aragonés”.

En palabras de Gregorio Oliván, que Usero recogía también en aquel artículo: “Aragón o da artistas gigantescos o no da nada. Blasco es un parto de los montes de Teruel y, como ellos, el arte de Blasco es breña, dureza, aroma de tomillo y canto de perdiz; trazo, grito de color, resonancia de acero, contraste de sensibilidad y violencia”.

Y otro contemporáneo, Max Ernts, decía: “Blasco Ferrer es un poco mi descubrimiento. Lejos de Pop Art, de Mecart y de sus sucedáneos, me parece sólido y auténtico”.

En el texto de Usero se trasluce el lamento por el olvido del artista exiliado, poco reconocido a su juicio a la vuelta al país en el que nació y a la Barcelona que lo hizo artista, cuando la vejez no permite retomar la vida de otros tiempos.

De la infancia recoge las palabras del propio Eleuterio, hijo múltiple de alfareros de cutio, en una familia con nueve vástagos. “Yo entonces tenía buena voz y entonaba graciosamente las tonadillas de moda, incluso cantaba jotas. Así que enseguida me hacían corro en la calle y me daban algunas monedas que yo gastaba en comprar cuadernillos y lápices de colores para pintar. Eran tiempos en que el mundo estaba lleno de injusticias, o me lo parecía, pues iba siempre descalzo, era un desheredado de la fortuna”.

El artículo seguía: En tanto la fecunda colmena de los Blasco Ferrer producían cuencos, cocios y botijos, Eleuterio se sentía atraído por el sonido del martillo en el yunque del herrero. En el moldeado del barro de la alfarería residía el origen de sus sueños. Una fuerza desconocida hasta entonces por todo el clan de los Blascos Ferrer arrastraba al muchacho desde la arcilla, desde la tierra alucinada del trabajo mal remunerado a conquistar el aura de los grandes creadores. Solo su madre comprendía la sensibilidad extrema del muchacho indagador de formas y expresiones distintas. Su padre y sus propios hermanos se burlaban de él. Su madre, una abnegada mujer de Molinos, sabía que en el corazón de aquel hijo residía la semilla esencial de un poeta cabal y sensitivo, la belleza y la libertad intuida.

De aquella semilla, y a pesar de los años de exilio y del olvido y falta de reconocimiento patrio que lamentaba Usero -‘la vuelta del hijo pródigo evidencia que el artista suele pagar cara su rebeldía’- el autor destacaba la liberación del hijo de alfarero como artista. Y ha vivido, ha hecho lo que sentía, ha creado formas, relieves, expresiones atormentadas, sollozantes, tiernas, tocadas mágicamente del pudor exquisito y digno que trasciende desde su propia elegancia artística, la del sincero y pudoroso hommo rurlis inmerso en los surcos de un humanismo sincero, escueto y poético’.

Investigación

Detrás de la investigación sobre la vida y obra de Eleuterio Blasco Ferrer está Rubén Pérez Moreno, autor de la tesis doctoral que ha sintetizado en un libro, editado por el Instituto de Estudios Turolenses, dentro de su colección Monografías turolenses, bajo el título Eleuterio Blasco Ferrer (1907-1993). Trayectoria artística de un exiliado.

Pérez Moreno define al escultor como “uno de los más importantes representantes del exilio artístico en el país vecino fruto de la gran diáspora republicana producida en las primeras semanas de 1939, tanto por su obra como su proyección en territorio galo”. 

El libro es una de las últimas iniciativas, y de las más destacadas, para que el valor artístico de la producción de Blasco Ferrer adquiera en Teruel el reconocimiento que tuvo en París durante su exilio.

En la provincia se están poniendo en marcha iniciativas en los últimos tiempos para reconocer el trabajo del escultor. Así, en 2014 una exposición mostraba la obra del autor sobre El Quijote conservada en Molinos, dentro de los actos del 400 aniversario de este libro universal. 

Una retrospectiva sobre Blasco Ferrer se vio también en el Edificio de Bellas Artes en Teruel, tras estrenarse en el Museo de Molinos que atesora la obra del artista, y que continúa ampliando su colección con dibujos. Las últimas exposiciones de sus trabajos se han sido la de Iconos de lo español y la de Dibujo y compromiso en su obra, impulsadas desde el Museo de Molinos y la Comarca del Maestrazgo.

Exilio y compromiso

Según recoge el autor de la tesis sobre su vida, Eleuterio sufrió el olvido de los exiliados. Aragonés “de pura cepa”, como él mismo se definió, marchó de su tierra natal a Barcelona en 1926 para estudiar en la Escuela de Bellas Artes de la Llotja. Allí se adentra en la poética surrealista, acercándose a los círculos libertarios de la capital catalana, y desarrollando sus primeras obras en hierro, material donde centrará sus investigaciones formales en una década, la de los treinta, en la que este metal penetra en los dominios de la escultura tras la senda abierta por artistas como Picasso, Gargallo o Julio González. 

Miliciano de la Cultura en la 26 División “Durruti”, atravesará la frontera franco-española el 10 de febrero de 1939, sufriendo el internamiento en los campos de concentración de Vernet d´Ariège y Septfonds, de donde salió en plena economía de guerra para trabajar en la construcción de material bélico en una fábrica de Burdeos. Allí se hallaba cuando llegaron las tropas alemanas. A pesar de las extraordinarias dificultades del periodo pudo exponer en París en 1942. En el país galo madurará y quedará definida una obra escultórica en hierro marcada por el idealismo, en nada ajena a las dificultades personales que le acompañaron desde su infancia, pasando por la Guerra Civil, las alambradas, la II Guerra Mundial y el definitivo exilio en París. Gozó de una gran popularidad y estima, especialmente en los años 40 y 50, estando muy bien relacionado con el ambiente cultural de la ciudad del Sena. El paso del tiempo y la enfermedad mermarán su actividad artística. Regresará a España en 1985, falleciendo en Alcañiz ante el olvido de unos y el desconocimiento de otros.