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Fernando Arnau

Llevo en la sangre paseos desde la Torre Sancho, hacienda cercana a la villa, como la modesta masía Los Chulets. Paseos rápidos o tranquilos, leves caminatas.
Abuelo Benjamín, con la cena a punto de servir, daba su vuelta de reconocimiento, a buen paso, por las bodegas de Rabosa, Baltassaret y Casildo…y se presentaba raudo a la mesa. Tío José, aunque nevara, jamás podía declinar guiñote y caliqueño en el café de La Delfina, eso sí, con el estómago dispuesto para el carajillo.
Eran casos freudianos notorios, de instinto profundo. Su constancia, una pauta reconocida. Sin duda, una aportación a la civilización y un alivio en línea con la erótica marcusiana, variante riberas del Matarraña no inundables.
La soledad asumida de la masía quedaba para las mujeres y los niños, porque la suya se mitigaba mediante aquellos paréntesis de socialización. Sólo las visitas esporádicas abrían al mundo los corazones de nuestras abuelas y tías. Las visitas de familiares, agricultores de las fincas próximas, el paso de la romería de San Miguel; en algunas épocas, la ocupación de milicianos y faístas; a menudo, los propietarios de la Torre que, aunque requeridos por su inmensa hacienda, aprovechaban la proximidad. Las hileras de frondosos plátanos, que flanqueaban la carretera de Fuentespalda y la Cuesta del Muro, daban tanta compañía como sombra y llegaban prácticamente a las puertas de las masías; aquellos paseos, en tiempos de mucho andar, eran nada, para dejarse caer, porque las visitas no necesitaban anunciarse.
El coloquio era imprescindible, los recuerdos mil veces refrescados, el relato de los acontecimientos recientes elemento de una historia contemporánea con vaga huella en los manuales oficiales. Décadas después, abriéndonos paso en el entramado de las televisiones, vino nuestro interés por la tradición. El relato siempre subjetivo de unos hechos que, si bien podían enriquecer datos objetivos, formaban parte del bagaje personal del relator y parecían vedados, por ausentes, en toda suerte de historia oficial y académica.
José María ha abandonado su azufaifo, mis paseos. Eso sí, cuento con algunos apuntes de su Matarraña erótico, imprescindibles para una memoria total.