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Pequeñas venganzas (II) Pequeñas venganzas (II)

Pequeñas venganzas (II)

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Hace unos meses conté en esta columna (que titulé Pequeñas venganzas) una cosa que me pasó en un congreso de periodismo en Castejón de Sos. Fui allí a participar en unas mesas de debate y me encontré con profesionales a los que llevaba años admirando.

A uno de ellos me tocó llevarlo a Zaragoza para que cogiera el AVE y durante las dos horas y media que duró el viaje solo se escuchó a si mismo. No tuvo siquiera la educación de preguntar, aunque solo fuera por compromiso, por cómo van las cosas en un pequeño periódico de provincias.

Eso sí, me tuve que tragar durante dos horas y media sus lloros por cómo le habían echado de El País o la poca consideración que se le tiene a los veteranos de la profesión.

Mi pequeña venganza con aquel tipo fue dejarle de seguir en Twitter y dedicarle una columna que jamás leerá, aunque en realidad me importa un pimiento.

Y ahora escribo esta segunda columna para contar que me ha pasado todo lo contrario. 

El jueves en Zaragoza se presentó el libro fotográfico Tierras varadas, del turolense Miguel Sebastián, un espectacular trabajo sobre la realidad de los pueblos de Teruel.

Bueno, pues allí estuvo un reconocido fotoperiodista que fue director de la mítica agencia Cover y que trabajó muchos años en la revista Tiempo.

Todo un veterano de la profesión, que tiene muchas cosas que contar -y que las cuenta, pero con discreción y humildad, nunca poniéndose en el lugar protagonista-, que no tardó ni dos minutos en preguntarme por cómo son las cosas en un pequeño periódico de provincias.

Se interesó por nuestro trabajo, nuestro futuro y por otras muchas cosas que no caben en esta columna. Y no lo hizo por compromiso, porque eso se nota a la primera.

Así que el jueves, hablando con él, me acordé del viaje de Castejón a Zaragoza. Ojalá aquellas dos horas y media de camino al AVE las hubiera pasado con Paco Junquera y no con aquel otro pretencioso periodista.