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Fernando Arnau

Permítanme que eche mano de mi propio mayo del 68, cuando andaba de residente en el “Pizarro”. Se cumplían dos años de competencia “sanpaulina” y rodaba un producto de la Sección Femenina, Los Sitios, que mantenía a las niñas-con-las niñas. La abundancia estudiantil animaba inocentemente las calles de Teruel.
Para no ser demasiado provinciano y recordar la sentencia de un Teruel progresista que no se enteraba de que lo era, podría recordar que algo se movía con la sangre primaveral de tanta chiquillería como llenaba la ciudad. Chiquillería de la provincia, incluso de Levante. Becas por doquier, poder adquisitivo en alza. Futuro incontestable, halagüeño sin desmayo.
Los estudiantes franceses, pijos y snobs, a remolque de la movida norteamericana, infinitamente más sólida; el primer atisbo de desafección al sistema que dejaba ver sus entrañas y su decadencia en el mundo anglosajón.
Nosotros entrevimos, accidentalmente, que había existido García Lorca, o que hacía películas de cazadores, Carlos Saura, todavía en blanco y negro. Una profesora decente, una cartelera alocada del Marín.
Pero los pijos parisinos, nadando en una sociedad pródiga, abundosa, empezaron con los eslóganes ocurrentes, insustanciales, sin futuro. Un Podemos, como tantos, con fecha de caducidad. El general De Gaulle untó a los sindicatos de toda la vida, las vacas gordas lo permitían, y los chavales a formar. Dani “el rojo” vuelve al hogar. No sé si había mobiliario urbano que restaurar, porque si algo trascendió fue la ruina del enjaretado de adoquín y ese se recolocó en plazo. Dicen las teles estos días que las chicas empezaron a moverse. Que el feminismo, discretamente, fue lo único germinó aquel mayo, aunque haya tardado medio siglo en volver masivamente a las calles.
Marx, irrecuperable para el Marcuse californiano, quedó en una propuesta de erotismo laboral para un capitalismo que no estaba para bromas; los chicos, por un momento, se embebieron de sexualidad instintiva. A la mayoría de nosotros nos dio por trabajar, salvo algún caso aislado que le ha cogido gusto a dar el espectáculo.