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La ermita del Carmen de Albarracín recupera desde este lunes su esplendor como lugar de culto y mirador de Albarracín La ermita del Carmen de Albarracín recupera desde este lunes su esplendor como lugar de culto y mirador de Albarracín
Restauración del interior de la ermita del Carmen de Albarracín. F. S. M.

La ermita del Carmen de Albarracín recupera desde este lunes su esplendor como lugar de culto y mirador de Albarracín

Se inaugura la restauración integral del templo, llevada a cabo en dos años con cargo al Fite
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cLa ermita de Nuestra Señora del Carmen de Albarracín reabre este lunes sus puertas al culto, coincidiendo con la celebración del día de la festividad de su patrona, tras la restauración integral a la que ha sido sometida desde la Fundación Santa María durante los dos últimos años con cargo al Fondo de Inversiones de Teruel (Fite). Se trata de un significativo monumento del siglo XVIII que se ubica aislado del conjunto monumental de la ciudad y que constituye un formidable mirador del mism.

La ermita se acaba de restaurar en su integridad, en dos fases de intervención, correspondiente a dos anualidades sucesivas del Fite que suman 80.000 euros. Mientras en el ejercicio 2017 se abordó su restauración arquitectónica exterior, en esta se ha concluido la intervención interior, que ha permitido recuperar la espectacularidad colorista que tuvo en origen.

Este año se ha restaurado su policromía interior. El director gerente de la Fundación Santa María de Albarracín explicó que han sido meses de trabajo para eliminar las capas más superficiales y actuales de acrílico de color para dejar en superficie la impresionante decoración que tuvo en el siglo XVIII, en sintonía con la fisonomía general de la ermita. “Debajo de las sucesivas capas de pintura aparecía la decoración original de la ermita, la habitual en el siglo XVII, muy colorista y, en este caso, más popular que la de la Catedral”, dijo.

Colorido

Añadió que sorprende el contrastado colorido restablecido, de naturaleza muy popular, con tonos desgastados de añil en la  bóvedas y molduras, reproducción de celosías apaisadas en los tramos de muros y tonos cálidos en las bandas paralelas de los zócalos. Esta misma decoración continúa en la cabecera, con un ligero cambio en los tonos dado que las celosías son amarronadas y en el listado de los zócalos se insertan formas redondeadas verdosas, “quizá para manifestar su importancia, rubricada con su gran cúpula de un tono anaranjado continuo, roto por los arcos de refuerzo y su moldurado anillamiento inferior.

Los arcos fajones de coloridos diferentes refuerzan la división de los espacios interiores armonizados con los trampantojos de los óculos superiores con celosías de madera, insertos en los lunetos de las bóvedas, que dejan paso en la cabecera a una ventana cuadrada, también con fingida celosía, cuya homóloga de la derecha es el único vano real que permite la entrada de luz al interior. Son decoraciones de pobre factura, que logran crear una atmósfera recargada de inspiración barroca, muy presente en el conjunto de la ciudad.

El óculo que corona la puerta de acceso fue cerrado en su abocinamiento interno, de manera que pudo ser anterior a la decoración que preside el ámbito interior, aunque se encuentra también circundado con una banda de intenso añil, semejante al confuso elemento decorativo que preside el techo de este espacio de entrada. La rotulación del Ave María que pudo tener en su día es la que se reprodujo reiteradamente en su cerramiento total. Los tonos de la moldura, así como la greca superior del paramento, son pequeñas decoraciones complementarias, como el zócalo grisáceo de la sacristía  posterior.

En el atrio se han restaurado las huellas decorativas indicadas, pero también se ha repuesto en su totalidad el yeso de sus paramentos interiores, se han consolidado las bancadas laterales y se ha parcheado su solado de rodeno, que se presentaba con importantes lagunas entre grandes losas desgastadas de arenisca roja. El suelo inmediato de acceso se ha encachado totalmente con pequeños bloques calizos, afianzando también los muro bajos que le limitan.

Por último, la sacristía se ha vuelto a lucir, parcheando las grandes lagunas originadas por las humedades y reproduciendo el sencillo zócalo que existió. Se han limpiado los muebles y las carpinterías, aunque se ha tenido que reponer la única ventana abierta en la nave, y se ha restaurado también la puerta de acceso al edificio.

Restauración exterior

En 2017 ya se había restaurado el exterior de la ermita atendiendo especialmente a su deteriorado tejado, causante de buena parte de las humedades que padecía el edificio. Se repusieron algunos cabrios de su estructura y la tablazón, que se encontraban en mal estado, reinstalando en su totalidad las tejas sobre una tela continua de impermeabilización instalada bajo las mismas. La complejidad de la cubierta con diferentes alturas, pendientes y vertidos, complicó también su restauración, sobre todo el empinado tejado a cuatro aguas que protege la cúpula, rematada por una interesante veleta de forja, que a su vez fue restaurada en el curso específico de Restauración de metales del ciclo formativo que organiza anualmente la fundación.

El tramo más deteriorado del tejado era el del atrio, en el que hubo que sustituir buena parte de la estructura de madera, incluida una de las vigas laterales de sujeción de la misma, además de extraer el escombro que se acumulaba sobre su techo plano interior. Este claustro debió padecer un su momento un importante desplazamiento estructural, que le separó del cuerpo principal de la ermita, al que se unió de nuevo y que seguramente fue el causante del gran parche de hormigón que posee el muro que limita hacia la ladera. Todos los muros exteriores se rejuntaron con mortero de cal, reemplazando los bloques faltantes, además de intentar drenar el lateral izquierdo abierto en la ladera montañosa en la que se instala la ermita.

Esta ermita constituye otro ejemplo de la arquitectura dieciochesca de Albarracín, además de un formidable mirador hacia la ciudad. Los escasos 400 metros de acceso a través de una pequeña senda permiten disfrutar de la trasera colgada del caserío, entre los dos cañones ameandrados que configura el río Guadalaviar, cuyos desfiladeros atienden la singularidad principal de la agreste naturaleza que define a este impactante paisaje. 

Este contraste natural armoniza sin estridencias con el caserío elevado de Albarracín, siempre cerrado por la muralla y presidido por la alcazaba principal sobre un peñasco rocoso y por su catedral-palacio en el centro del conjunto. “El contraste entre la vegetación de ribera propia del curso fluvial y un contexto calizo tremendamente árido es uno de los atractivos que se pueden visualizar desde este paraje”, precisó Jiménez.

Un pequeño edificio religioso construido en mampostería

La ermita de Nuestra Señora del Carmen de Albarracín es  un pequeño edificio religioso de unos 18 metros de largo y tan sólo 6 de ancho, construido en mampostería caliza y rejuntado de mortero de cal, que se dispone en tres cuerpos sucesivos, correspondientes al atrio, nave única con  dos tramos de bóveda con lunetos y una destacada cúpula, cuyo muro de apoyo frontal  sustenta el retablo mayor, separando el tercer cuerpo añadido de la sacristía, que a su vez disponen de dos niveles superpuestos con un lateral saliente en el alto, en el que se incorporó el campanario. 

Cuenta con un pequeño cuerpo de campanas añadido al  lateral derecho del monumento, con una doble arcada alta, en la que se alojan las dos pequeñas campanas de los años 1692 y 1906 según aparece en sus respectivas inscripciones. La cubierta se construyó con una sencilla estructura de madera sobre la que apoya la típica teja árabe, en vertientes distintas según los tramos expuestos. El pavimento generalizado es de barro cocido rojo, salvo el atrio solado con grandes losas de rodeno y el segundo cuerpo de la sacristía con suelo del característico yeso de Albarracín, con el que se enluce todo el interior del monumento.

Aunque algunos textos hablan de su origen medieval, no existen datos concretos de la construcción, ni documentes relevantes que atiendan su evolución, salvo dos cerámicas incrustadas en el frontis alto de acceso  a la propia ermita, a un lado y otro de su puerta de entrada. Son dos cerámicas manuales y cuadradas, de unos 20 centímetros de lado, que recogen en caligrafía azul sobre fondo blanco la concesión de  indulgencias  por parte de algunos obispos por rezar un Ave María a Nuestra Señora del Carmen. 

Las huellas de su actual restauración, como la fisonomía general del monumento, hablan de una ermita que pudo construirse en esta época dieciochesca, quizá con algunas modificaciones menores, como constata su similitud constructiva y decorativa con otros monumentos de la ciudad.