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Paula y el toreo huérfano Paula y el toreo huérfano
Verónica de Rafael de Paula

Paula y el toreo huérfano

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F.J.B.

Cuan lento y misterioso es el toreo emanado de la sangre calé. Cuan sublime su liturgia, cuan excelso el son desgarrado de su cante cuajado en los vuelos de una muleta o de un lánguido capote. No ha habido en la historia mayor gloria para el arte del toreo que la de ese tempo lento que impusieron toreros cetrinos como El Gallo, Curro Puya, Gitanillo de Triana, Cagancho, Rafael Albaicín o Manolo Cortés. Y nadie, entre todos ellos, como Rafael de Paula… el heredero del más atávico duende, el inspirador de esencias cíngaras arrancadas a un alma desgarrada. Rafael de Paula fue el hechizo y el embrujo de una zambra de terno brillante que se hizo drama diario a los sones de un pasodoble. Drama de un pueblo bohemio y errante, quejío y angustia señera de toda una raza que en su alma se hizo arte para aspirar a la belleza en rededor de su vestido de luces. Porque Paula lloró con el capote como sólo Camarón lo hizo con el cante. Y como él, su natural fue desgarrador y emocionante, y su verónica conmovedora y llena de majestad. Y fue belleza… gracia… delicadeza. No he vuelto a ver en nadie ese lento transitar del toro al paso de una verónica que mecían sus brazos y que acompañaba su cuerpo lánguido hasta el final del viaje. Nunca. Y me entristece.

Hoy ya no hay en los ruedos ningún hijo de ese cante, ya nadie llora en los vuelos de ningún capote. Hoy el toreo anda huérfano de esa majestad que cantara Lorca, de esa estética que dibujara Zuloaga y de ese sonido arrebatador que imaginara don Manuel de Falla para mayor gloria de una sangre: La calé. Hoy el toreo ya no posee el duende gitano más impresionante ni es drama de un pueblo errante… ni es quejío, ni es bohemia, ni es misterio, ni tampoco el ronco grito de la angustia señera que escribiera Guillermo Sureda Molina. Hoy el toreo es burgués… y es un puñado de toreros que apenas levantan pasiones. Torean perfecto, torean de Escuela, dibujan los trazos como nunca en el tiempo lo hizo nadie y conocen la técnica de un millar de toreros que la fueron descubriendo antes. Pero no hay embrujo, maestro. La Escuela no enseña la gracia. Tampoco el pellizco se entrena. Eso lo da la sangre, eso lo lleva un gitano con solo desplegar el capote a las cinco de la tarde. Bendito Paula que nos mostró en una tanda de naturales la belleza más sublime y esa bohemia de hoguera prendida en la noche y adorada de cante y baile emocionante. 

Hace falta un torero caló. Es necesario. Un Rafael Albaicín, un Curro Puya que nos devuelva la magia de una seguidilla mecida en el capote y que nos traslade, de vez en vez, el dolor atávico de todo un pueblo en un natural sollozado y arrebatado. Aunque solo sea para que el toreo deje por un momento de ser industria, técnica y orden. Aunque solo sea para verle los ojos a dios en una milésima de segundo que nos arrebate el alma para siempre. Como aquella tarde de Antequera de un caluroso agosto de 1999. Las rodillas ya quebradas por las lesiones…. Las sienes plateadas por la edad. Paula paró el tiempo y entendí en ese momento que Bergamín le escribiera aquella poderosa frase al verle torear: “La música callada del toreo”. Y toreó junto a Curro Romero y Antoñete. Los tres ya añosos ¡Uuf¡ Aquella tarde de viejas esencias fue muy grande.