Síguenos
Invasiones Invasiones

Invasiones

banner click 244 banner 244
Fernando Arnau

Suena un teléfono desconocido, insistente, machacón y desconsiderado. Una vez descolgado, de forma destemplada, se amenaza a la voz humana real (todavía). La voz, acostumbrada, adiestrada, tiene una salida inmediata: es el sistema. La cosa esa impersonal que hace el trabajo gregario, pero condicionador de su labor.

El sistema se encarga de molestar sistemáticamente hasta que el receptor, el cliente potencial, se templa y se aviene a escuchar con atención la oferta ventajosa que “sabe” que siempre será tentadora.

El sistema no quiere saber de siestas, de necesidades intempestivas, de buenos y malos rollos. El sistema tiene corazón pero es de otra clase; coloca a un vendedor en la tesitura de realizar su trabajo sin pausa. Esto es, de invadir la sagrada intimidad del sujeto consumidor que, estadísticamente, picará el anzuelo.

Hace cincuenta años, en un simbólico 1968, se aleccionaba desde California sobre los mecanismos de una sociedad devenida unidireccional, como la Infantería, por un solo carril y siempre avanzando, si no se puede da media vuelta y sigue avanzando. La sociedad científico-tecnológica, mucho más consolidada ahora, medio siglo después, ya descartó entonces la llamada lucha de clases. La nuestra es pues una sociedad en la que el quehacer de los inadaptados, esto es, el arte, la cavilación marginal, incluso la más amplia gama de lo friky, ha sido desactivado; integrado en el sistema.

Orwell no se equivocaba con su Gran Hermano, había estudiado en una universidad elitista, por más que se interesara por nuestros milicianos. Aunque, en nuestro país, el reloj ya corría desde los tiempos de Cisneros. El número de teléfono insistente queda en una anécdota. Medio siglo después de la movida parisina, hemos cambiado tanto que todo lo que nos chocaba por carca o inhumano forma parte de nuestro día a día. Nos movemos con un pequeño receptor que llevamos a todas partes y pronto será sustituido por un cómodo chip, como el de mi perrillo.

Cuando descolgué, con ánimo de vender mi ficticia intimidad, pudo pasar que únicamente ayudara a depurar una base de datos muerta de risa desde hacía doce años. Vigilancia invasiva al fin y al cabo.