Por causas diversas estos días he recordado la letra de la canción de Sabina Peces de ciudad en la que este particular cantautor, al son de una tonada estremecedora, dice que nunca hay que tratar de volver a los lugares donde has sido feliz. Me gusta ese malditismo de Sabina que tanto invita a pensar.
Y así, como quien no quiere la cosa, uno trae a su terreno la dichosa paradoja que lanza Sabina, fundamentada según cuenta en la canción, en la Comala que describiese el gran Juan Rulfo. Creo que todos tenemos nuestras particulares Comalas, que no necesariamente tienen que ser lugares geográficos, o sí, pero también se pueden evocar en vivencias o en relaciones humanas. Confieso que durante mucho tiempo seguí el consejo de Sabina y no regresé al lugar donde fui muy feliz, a pesar de que entonces no era consciente de ello. Han sido necesarios unos años y determinadas circunstancias para que se diera la posibilidad que ahora materializo con ciertar regularidad.
No me voy a enfrascar en disquisiciones filosóficas sobre qué es la felicidad, qué va, pero regresé allí en busca de los restos, si es que quedaban, de lo que entonces fui. Y sí, recuerdos llegaron todos pero me costó un tiempo asimilar que al final solo eran recuerdos.
Nada, o casi nada, queda de la Comala que yo recorrí porque, más allá de los paisajes y una sensación casi física de déjà vu, la vida es implacable, no en vano se acuñó aquello de que nada permanece y todo se transforma, y de todo lo que fue apenas queda el esqueleto. Entiendo que uno es, o ha sido o será feliz en mucho lugares, y que realmente es difícil elegir uno entre todos, a pesar de que me empeñé en elegir este del que hablo sin saber muy bien a dónde quiero llegar y, en el fondo, no me arrepiento porque todo se ha debido al intento de saber por qué fui feliz allí.
Ahora que ya lo sé estoy en condiciones de saborear mejor todo lo bueno que me pueda deparar el futuro sin la fácil tentación de caer en las comparaciones. La pena de todo ello es el regusto amargo de la pérdida, la nostalgia inútil de lo efímero.
Hace tiempo que nos pasamos el tiempo -sí, redundancia- lamentándonos de las penurias que padecemos los turolenses y la cosa no pinta que cambie, para que vamos a engañarnos. Entre tanto, la vida va, y, malque bien, todos los días amanece, como decía mi abuela.
Lo que ocurre es que hay amanecidas más jorobadas que otras. Y las de estos días tienen mucho que ver con la sanidad, ese ámbito que pasa desapercibido en el día a día siempre y cuando uno, o uno de los tuyos, no se ponga malo o reciba un auténtico sopapo a través de un diagnóstico de los que asustan.
Cuando una d...
El alcalde de la ciudad de Valladolid, Óscar Puente (PSOE), tiene a la ciudad de Zaragoza como modelo a seguir. Le gusta su potencia económica, su situación geográfica y lo que representa en el contexto de la Comunidad de Aragón. Dijo incluso que a su ciudad le iría mucho mejor si tuviera la misma proyección social que la capital de Aragón.
Puente se quejaba recientemente, en unas declaraciones de ámbito nacional, de la escasa enjundia que Castilla y León le otorga a su ciudad y pedía más apoyos institucionales y administrativos -léase dinero- para que Valladolid ejerciese un mayor l...
La contraventana, carcomida, descolorida y desvencijada a más no poder, se aferra a una única bisagra, último baluarte ante una caída inminente que la condenará a ser un resto más de tantos que, en el suelo del callejón, atestiguaban que una vez hubo vida en ese caserón, que cobijó gentes y protegió sueños.
El viento de ese enero incipiente proporciona una banda sonora irregular por discordante a esa soleada mañana. Sobre los tejados, reflejos de escarcha picoteada por algún estornino madrugador, unas piedras desafían al vacío sujentando con su peso el afán volandero de las tej...
En la entrada del 2019 uno está un poco afectado por todo lo que se deja atrás y picado por la curiosidad ante lo que se nos viene encima. Este añito que ahora iniciamos parece dibujado para traer sorpresas, regalos y algún que otro disgustillo, tal vez. La magia de los números impares aparece tan rampante que invita a hacer alguna elucubración.
Para empezar, tendremos elecciones, no sé si serán a través de ese superdomingo que se anuncia desde Moncloa o, simplemente, se reducirán al ámbito doméstico de autonómicas y municipales. En cualquier caso, elecciones. Y van a ser un cúmulo d...
Había que ir a buscar a las mellizas a su casa porque su padre era un hombre de armas tomar y sus hijas un tesoro que preservar de afanes, tal vez inconfesables, de esa cuadrilla de chavales aún imberbes. El día de Nochebuena, al fin y al cabo, es una jornada de recogimiento familiar a medio camino entre las ganas de celebrar las fiestas como debe ser y cierta deferencia con las costumbres “de siempre”.
Las mellizas sí que salieron y estuvieron con todos los demás, con la cuadrilla que quería comerse el mundo en cuanto pasaran unos tres años. Con dieciocho el...
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Por causas diversas estos días he recordado la letra de la canción de Sabina Peces de ciudad en la que este particular cantautor, al son de una tonada estremecedora, dice que nunca hay que tratar de volver a los lugares donde has sido feliz. Me gusta ese malditismo de Sabina que tanto invita a pensar.
Y así, como quien no quiere la cosa, uno trae a su terreno la dichosa paradoja que lanza Sabina, fundamentada según cuenta en la canción, en la Comala que describiese el gran Juan Rulfo. Creo que todos tenemos nuestras particulares Comalas, que no necesariamente tienen que ser lugares geográficos, o sí, pero también se pueden evocar en vivencias o en relaciones humanas. Confieso que durante mucho tiempo seguí el consejo de Sabina y no regresé al lugar donde fui muy feliz, a pesar de que entonces no era consciente de ello. Han sido necesarios unos años y determinadas circunstancias para que se diera la posibilidad que ahora materializo con ciertar regularidad.
No me voy a enfrascar en disquisiciones filosóficas sobre qué es la felicidad, qué va, pero regresé allí en busca de los restos, si es que quedaban, de lo que entonces fui. Y sí, recuerdos llegaron todos pero me costó un tiempo asimilar que al final solo eran recuerdos.
Nada, o casi nada, queda de la Comala que yo recorrí porque, más allá de los paisajes y una sensación casi física de déjà vu, la vida es implacable, no en vano se acuñó aquello de que nada permanece y todo se transforma, y de todo lo que fue apenas queda el esqueleto. Entiendo que uno es, o ha sido o será feliz en mucho lugares, y que realmente es difícil elegir uno entre todos, a pesar de que me empeñé en elegir este del que hablo sin saber muy bien a dónde quiero llegar y, en el fondo, no me arrepiento porque todo se ha debido al intento de saber por qué fui feliz allí.
Ahora que ya lo sé estoy en condiciones de saborear mejor todo lo bueno que me pueda deparar el futuro sin la fácil tentación de caer en las comparaciones. La pena de todo ello es el regusto amargo de la pérdida, la nostalgia inútil de lo efímero.
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La elección
Hace tiempo que nos pasamos el tiempo -sí, redundancia- lamentándonos de las penurias que padecemos los turolenses y la cosa no pinta que cambie, para que vamos a engañarnos. Entre tanto, la vida va, y, malque bien, todos los días amanece, como decía mi abuela.
Lo que ocurre es que hay amanecidas más jorobadas que otras. Y las de estos días tienen mucho que ver con la sanidad, ese ámbito que pasa desapercibido en el día a día siempre y cuando uno, o uno de los tuyos, no se ponga malo o reciba un auténtico sopapo a través de un diagnóstico de los que asustan.
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Ejemplo
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La magia de los impares
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Cuando fuimos los mejores
Había que ir a buscar a las mellizas a su casa porque su padre era un hombre de armas tomar y sus hijas un tesoro que preservar de afanes, tal vez inconfesables, de esa cuadrilla de chavales aún imberbes. El día de Nochebuena, al fin y al cabo, es una jornada de recogimiento familiar a medio camino entre las ganas de celebrar las fiestas como debe ser y cierta deferencia con las costumbres “de siempre”.
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