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Ser de pueblo Ser de pueblo

Ser de pueblo

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Cruz Aguilar

El otro día en el Maestrazgo, en una sesión sobre Europa, noté cierto interés entre los participantes adultos por imbuir el orgullo de ser de pueblo entre los jóvenes. Me llamó mucho la atención porque siempre he creído que los de los pueblos tenemos muchas ventajas con respecto a los que se crían en las ciudades. Tal vez no se puede ir al cine todos los fines de semana (que es el mantra que siempre oímos), pero los niños de las ciudades tampoco van, no nos engañemos. Muchos, con suerte (si es que se puede considerar una suerte), van algún fin de semana a fomentar el consumismo a un centro comercial. Lo más parecido a la naturaleza que ven es por la tele o, en el mejor de los casos, en un parque. 

En los pueblos la vida de un niño es en la calle y la educación en comunidad adquiere un sentido pleno. Es fácil que cualquier abuelo te enseñe cómo se arregla una silla con anea o lo que logra lanzando al aire unas judías sobre un mantón tendido en el suelo. El porqué un animal es mamífero no se ve en dos dimensiones en un libro, sino que todos los que hemos crecido en un pueblo hemos visto partos, de ovejas, de gatos o de perros. Por no hablar del matacerdo, que es una lección de trazabilidad de primer orden para saber, a ciencia cierta, de dónde sale el chorizo de las lentejas. Sí, ya sé que hay vídeos de partos a cascoporro por internet, pero que nos quiten lo bailao a los de pueblo con la emoción del directo. Los padres que se echan las manos a la cabeza con esos sacrificios animales que hagan el favor de no comprarles videojuegos en los que el reto consiste en matar humanos, cibernéticos, sí, pero humanos.
La cultura urbanita que un niño de ciudad tiene, un crío de pueblo la aprende en un mes viviendo en la ciudad, porque además su capacidad de adaptación es mayor. En cambio, la sabiduría popular que da jugar en las eras, estar en contacto con todos los animales –más allá de la excursión a una granja escuela– o poder compartir tiempo a diario con personas de generaciones distintas que no pertenecen a nuestra familia es algo impagable. Valorémoslo.