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Media pensión Media pensión
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Cuando éramos pequeños, mi hermano y yo organizamos una manifestación en casa para protestar contra la decisión de nuestros padres de dejarnos a comer en el colegio.

Pintamos una pancarta y fuimos -pasillo arriba, pasillo abajo- coreando consignas como “no queremos media pensión, no queremos media pensión”. No hubo incidentes destacables.

A la hora de hacer balance de la protesta, tampoco se produjeron discrepancias entre la patronal (nuestros padres) y los organizadores (mi hermano y yo). A la manifestación fuimos dos (el 25% de la población de mi casa, sin contar al perro) porque nuestros hermanos mayores prefirieron no inmiscuirse en la guerra abierta y se quedaron cómodamente en la equidistancia.

Dado el éxito de la marcha, mis padres convocaron una reunión de urgencia en la mesa de la cocina y nos explicaron con detalle el porqué era beneficioso para todos que comiéramos en el colegio.

Nosotros, que nos las veíamos venir, elaboramos un sólido argumentario para rebatir sus planteamientos.

Cuando nos preguntaron el motivo de nuestra tajante negativa a la media pensión, los dejamos desarmados: “porque no nos gusta la comida del colegio”.

La verdad es que ni mi hermano ni yo jamás habíamos pisado el comedor que había donde estudiábamos, pero nos bastaba con el olor del pasillo para intuir que aquello no nos iba a gustar un pelo.

Después de unos días de presiones, de tiras y aflojas, de malas caras y de amenazas veladas de quedarnos sin paga, la patronal cedió a nuestras reivindicaciones y aparcó para siempre la media pensión.

Meses después, se volvió a desatar otra crisis -esta si acaso más grave- a cuenta de unos calcetines de perlé. Aquello acabó en bronca, reuniones de urgencia e incluso amenazas de nuevas manifestaciones, pero esta vez violentas. Afortunadamente, no llegó la sangre al río.

¿Lo ven? No es tan difícil. A pesar de la que está cayendo, se puede escribir una columna en la que no se hable de...