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De retranca, nada

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Juanjo Francisco

El viernes hablé con mi amigo Alberto que de niño se metió en una furgoneta, una DKW de las que hacía furor a finales de los sesenta, para marchar a Barcelona junto a sus padres y todos los enseres familiares que podían entrar en ese vehículo, muy utilizado por todos aquellos que entonces defendían el lema de Paz y Amor. Allí se hizo mayor, curso estudios técnicos superiores, amparado por los dineros que sus padres ingresaban gracias a un pequeño negocio que montaron con los ahorros traídos del pueblo. Con el tiempo creó su familia y ahora dirige aquel pequeño negocio que ya no es tal, de pequeño digo, sino todo lo contrario.

El viernes por la noche hablamos porque me picaba la curiosidad  y quería saber de primera mano cómo respiraba la calle ya que él, mi amigo, conoce de perfectamente su temperatura porque su negocio así lo propicia. Lo que me dijo confirmó eso que muchos que vivimos al otro lado del Ebro pensamos: el tema es serio de narices.

Mi amigo llevaba varios meses diciéndome que la mayoría de la gente de Barcelona llevaba una existencia normal, que eso de la tensión y el mal ambiente era fruto de las televisiones,-que son muy aleccionadoras, dijo- y que había demasiado alarmismo alrededor.

Pero el viernes ya no pensaba como he contado. Esa noche, si bien él estaba disfrutando del final de su jornada laboral en un bar donde la gente iba a lo suyo, sí confesó que ahora vislumbra la posibilidad de que haya choques, por llamarlo de alguna manera, entre unos y otros ya que el magma del independentismo estaba obligando a la gente a tomar posiciones y eso deriva en riesgos que en estos momentos veía factibles.

Su negocio va muy bien y cree que si las cosas no se estabilizan empezará a perder ingresos. No tiene muchas ganas de ir a alguna comida pendiente en la que participarán algún familiar y amigo cercano, se quedará en casa viendo alguna retransmisión deportiva. Él, poseedor de una gran retranca, ya no luce esa virtud del carácter aragonés. Ahora intuye que, lo que vemos desde fuera, puede ser real: que hay odio larvado.