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Multa y a pagar Multa y a pagar

Multa y a pagar

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F.J.B.

Multa de 1.200 euros por permitir que los niños corran becerros ensogados. Demencial. O quizá la palabra más propia para calificar lo que está ocurriendo con la tauromaquia sea simplemente hipocresía. Eso sí, elevada a la enésima potencia. Y es que uno no sabe muy bien en qué lugar del camino se nos torció la historia y en qué desvío maldito elegimos apartar al toro de nuestra vida cuando el toro es parte de nuestro origen, de nuestra identidad y de nuestro sentimiento como pueblo. ¿O es que no es un toro el que preside la plaza más emblemática de la ciudad? ¿Y no lo es el que se cose a su bandera, el que se ha trasmitido de forma oral desde el origen de esta tierra o el que forma parte de la vida festiva de este Teruel que lo intuye entre sus letras? El toro, eltoro... toroel… Teruel. Multa de 1.200 euros por amar la tradición y por amar la propia historia. Pues de lujo…

Claro que semejante capricho del destino no es obra sino de la banalidad estúpida de lo políticamente correcto, de ese mantra hipócrita que ocupa e invade nuestras conciencias y que nos imagina y nos quiere adocenados y aborregados, hijos de una supuesta cultura global que pretende desechar al toro de nuestra vida y de nuestra tradición cultural. Pues vale… Un niño no puede correr un becerro ensogado. ¡Faltaría más! Pero sí puede deslizarse a toda hostia por las laderas de Javalambre o hacer carreras en moto con tres años y a sesenta por hora. Así empezó el piloto Jorge Lorenzo a ser campeón mundial. 

Y todo en aras y en defensa de la integridad física de los menores. No deben sufrir. Y de su integridad moral, claro. Porque al niño hay que civilizarlo. Y aunque pueda liarse a tiros y a espadazos sangrientos contra un semejante en un juego de realidad virtual, es indispensable apartarle del toro por su buena salud mental. Porque de esos dichosos juegos no han de salir sino angelitos caídos del cielo pero del toro ensogado germinará toda clase de psicópatas y asesinos a los que hay que desterrar. ¡Venga Ya! Lo primero es industria multinacional y lo otro solo es la costumbre de un pueblo ancestral. Así de sencillo. Lo primero no hay narices de multarlo, ni impedirlo, ni restringirlo. Lo otro es un muñeco del pin pan pun al que se puede abofetear. Así de sencillo también. Y porque no sabemos defender nuestra identidad le metemos una multa del carajo al primero que ose poner al toro en la mirada de un chaval. Ya me imagino yo a un catalán multando al casteller de turno por subir allá a lo alto a un crio que se destozuela desde cinco metros o más. ¡Ja! 

Claro que en toda esta historia de hipócrita modernidad hay una sombra tenebrosa que asoma la patita y asusta a quien entienda el mundo desde un pensamiento humanista. O mucho me equivoco o para alguno importa más bien poco el niño y mucho más el animal. Quizá por eso en los parques ya haya más perros paseantes que niños jugando al pilla pilla o al churro va. ¡Ala, a pagar!