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El Rey...Volver, volver El Rey...Volver, volver
José Tomás, en México

El Rey...Volver, volver

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F.J.B.

No es una exageración decir que cada actuación de José Tomás en los ruedos se antoja acontecimiento extraordinario, digno de atención por parte incluso de medios ajenos a la propia Fiesta. Por eso a nadie ha extrañado que el enésimo advenimiento al toreo de El Salvador, o del hijo pródigo, o vaya usted a saber qué calificativo endosarle al torero de Galapagar, se haya constatado con cuarenta y cinco mil espectadores abarrotando el coso mejicano de Insurgentes y con su silente figura asomada a los telediarios, también españoles, esos que son tan poco dados a dar bola al espectáculo de los toros por aquello de los complejos nacionales o en su defecto por razón del sectarismo más recalcitrante. Es el rey. Y lo escribo haciéndome eco de ese corrido mejicano que tan majestuosamente interpretara Pedro Vargas y cuya letra le viene pintiparada al torero madrileño: “Yo sé bien que estoy afuera / pero el día que yo me muera / sé que tendrás que llorar…”

Y es cierto que el torero madrileño nada cuenta en el entramado actual de la Fiesta porque apenas torea. Y solo un grano no hace granero. Pero amigo, cuando Tomás se viste de luces, la fiesta de los toros se agita, palpita y vibra, cosa que lamentablemente sólo ocurre con él y que mueve a una reflexión poco halagüeña para quien tiene interés en la pervivencia de este espectáculo. Claro, porque a día de hoy no ha surgido entre los nuevos valores la figura del toreo que ocupe su espacio, cual es el del torero idolatrado y denostado a un tiempo, el que llena tendidos y contenidos en prensa, el que mueve a la polémica, el que divide los gustos, el que atrae todas las miradas incluso las ajenas a la propia Fiesta y el que manda de verdad sobre el entramado empresarial tan limitadito en generar futuro. Porque Tomás, incluso hasta para sus más enconados detractores, es imprescindible. Hagan la prueba. Echen la mirada sobre los jóvenes que ya pueblan los mejores páramos del escalafón y comprenderán que ninguno genera la ilusión ciega que generó Tomás, ninguno se antoja epicentro del toreo y ninguno acapara las simpatías y animadversiones de bandos inspirados a favor o en contra de su tauromaquia. Y por supuesto ninguno tiene un peso específico en el entramado de nuestra sociedad y en la opinión pública ajena al hecho taurino. Y el futuro ya está aquí que diría Santiago Auserón. Lamentablemente.  

No sé si este artículo ha de servir más a provocar la felicidad que inspira el retorno a los ruedos de todo un genio de este arte al que el toreo le debe tanto, o quizá a suscitar tristeza por constatar que sólo él tiene la fuerza suficiente para recuperar terreno al aislamiento social con el que algunos quieren condenar a la tauromaquia. Me quiero quedar con la primera reflexión y aplicarle la letra de otra canción mejicana que inspira el corazón tomasista: “Y volver, volver, volver / a tus brazos otra vez”. Maestro, no tarde tanto tiempo en dejarse ver por las plazas. El toreo necesita de sus contradicciones para inspirar pasiones encendidas y aversiones no disimuladas.