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Juanjo Francisco

Cada uno de estos días que me toca vivir va en aumento mi percepción de que la tontuna social que me rodea crece a un ritmo desmesurado y sin dar respiro alguno. Todo los días hay señales indicativas. Va una: la Audiencia Provincial de Pontevedra ha desestimado recientemente el recurso de apelación de una mujer que había denunciado al padre de sus hijos por leer los wasaps de una de sus hijas, menor de edad.
El recurso desestimado se había interpuesto al rechazo de un juzgado de primera instancia sobre la presunta infracción penal que sostenía la denunciante. La persistencia con la que ha actuado esta mujer es evidente, teniendo en cuenta que la menor a la que su padre le leyó sus mensajes tiene   nada más y nada menos que ¡9 años!.
Si no fuera porque ahora cualquier encontronazo entre parejas que son o han dejado de serlo puede derivar en hechos muy graves, y no es cuestión de ironizar sobre la lacra de la violencia machista, uno podría hacer reflexiones banales sobre las intenciones últimas que perseguía esa mujer denunciando al que fue su pareja, pero no va por ahí mi escasamente sesudo comentario. Iría en cualquier caso sobre qué tipo de fundamentos ha utilizado nuestra protagonista para cursar una denuncia penal.
Seguramente se dejó llevar por esa corriente que a todos arrastra y en la que los derechos están sepultando a las obligaciones, incluso a las responsabilidades, haciéndonos idiotas sin apenas darnos cuenta. Por momentos tengo la sensación de que las transformaciones sociales, muy ventajosas en varios aspectos, nos están conduciendo también a normalizar acciones como la de nuestra madre de Pontevedra. Y es que, una cosa es que te hayan educado a cintazos y hagas alabanza de ello (que también se puede constatar en el famoso whatsapp) y otra leer, en tu condición de padre, los mensajes que envía o recibe tu hija de nueve años. Que lleguemos al punto de judicializar estos gestos me parece alucinante y por mucha lógica de la evolución que me quieran vender, nunca los entenderé. Uno empieza por humanizar a su mascota, por ejemplo, y acaba dotando de plena consciencia, y de móvil, a una cría de 9 años.