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Auschwitz Auschwitz
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Javier Hernández-Gracia

He tenido ocasión de visitar la exposición sobre Auschwitz  que se desarrolla en el Centro de Exposiciones  Arte Canal de Madrid, y que podrá contemplarse hasta el próximo día 16 de junio de este recién estrenado año. Por el oficio del  arte podría caer en la inadecuada tentación de hacer un recorrido basado en los parámetros habituales del discurso museográfico, de su presentación, de cómo se distribuían los objetos y como no de los elementos de información o los audiovisuales. No iré por ese camino, aunque evidentemente tomara nota porque el oficio es el oficio, pero lo primero que aseguraré sin ningún tapujo y lejos de cualquier tentación de “postureo” es que derramé lágrimas, asomarse a uno de los episodios más vergonzosos de la humanidad produce desazón, incluso debo confesar que más que coraje y más que rabia, que también.
Auschwitz no solo fue el mayor campo de concentración y exterminio nazi, fue también el más letal de todos ellos: más de 1.100.000 personas fueron asesinadas tras sus alambradas. Ese 1.100.000 de personas a las que la vida les fue arrancada de forma cruel y despiadada, escribieron así una de las páginas más nauseabundas de la barbarie humana. Mi pretensión en estas líneas es hacer brotar algunas de las reflexiones que me producía la exposición, de un lado esa distorsión mental en la que se instala el hombre cuando alcanza el poder absoluto, ese jugar a ser una deidad y decidir por un supuesto mandamiento divino o designación universal sobre el destino de los hombres, no solo como civilización también en las cosas inherentes a la cotidianidad. Es sin duda la bajeza más absoluta a la que el ser humano puede llegar cuando al semejante se le considera inferior, se le desprecia y se le despoja de la dignidad que la tierra le ha dado en el hecho primigenio de nacer. Cuando repasamos la historia tenemos la natural tendencia de mirar al individuo por su genialidad, pero nos olvidamos con demasiada frecuencia de sus graves torpezas pasadas y obviamos de manera rotunda las presentes, quizás porque aunque la humanidad atesora virtudes indudables en su interior, atesora también una parte de “borreguez mental” con la que tiende a no rebelarse ante el atropello cruel de sus congéneres.
Quiero extraer una frase que me parece indispensable para hacerme comprensible, es de Pimo Levi, superviviente de Auschwitz: “Ocurrió. En consecuencia, puede volver a ocurrir: esto es la esencia de lo que tenemos que decir. Puede ocurrir y puede ocurrir en cualquier lugar”. Si fijamos la mirada en el mundo actual, comprobaremos no sin un gélido escalofrío recorriéndonos la espalda, cuánto de cierto hay en esto, tan solo con posar esa mirada en horizontes como Palestina, Nigeria o en ese Mediterráneo antiguo mar gérmen de civilizaciones, hoy cementerio de inocentes y sala de tortura de los que huyendo de la guerra, la miseria y la hambruna tan solo sueñan con “Vivir una vida digna”. Además, veremos a dirigentes imperiales permitiéndose llamar “agujeros de mierda” a países que más allá de líneas trazadas sobre un mapa, son nada más y nada menos que un respetable conjunto de personas, con corazón y alama -personas- uno de los componentes más sagrados del planeta tierra. Para nuestra reflexión queda la frase de Primo Levi y para nuestra triste constatación un mundo actual que exige aprender de Auschwitz, aprender a discernir los discursos vacíos e intolerantes, las intenciones totalitarias que conducen al hombre a la sinrazón. El nazismo presentó a los judíos como personas que robaban el capital y por tanto el bienestar de los alemanes además de quitarles el trabajo, demasiadas similitudes con discursos de plena actualidad “estos nos roban” dicen unos y “vienen y nos quitan el trabajo” dicen otros y en el fondo ambos dicen lo mismo, solo cambia el decorado o la bandera.
Tengo la firme creencia, de que se puede aspirar a vivir cómodamente, a procurarse un futuro estable, sin mirar hacia otro lado sobre las vergüenzas que ahora mismo asedian a la humanidad, y también creo que apuestas como la exposición de Auschwitz aunque constituyan una tremenda experiencia son un valioso instrumento para tener certezas reales sobre lo ocurrido e intentar dentro de nuestra manifiesta torpeza humana el aprender algo de todo esto, la sociedad que no reconoce su historia está condenada a repetirla, no por mucho repetir esta frase no deja de ser imprescindible, viendo el panorama actual, me gustaría abrir la reflexión del lector, para ello en este final voy a utilizar el título de la exposición: “Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos”.