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Matar al mensajero Matar al mensajero

Matar al mensajero

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Cruz Aguilar

El miércoles fue San Francisco de Sales, patrón de los periodistas. Una profesión que, en mi opinión  –y para eso esta es mi columna, nos ha jodido mayo– es muy necesaria en este tiempo en el que tantos bulos de todo tipo circulan por las redes sociales. 
Sin embargo, se suele hacer referencia a la profesión de forma ofensiva. En las series de la televisión o películas cada vez que aparece un periodista lo hace como aquel que va a violar la intimidad de alguno de los personajes. Las referencias a ellos son como cotillas y, en algunos casos, incluso mentirosos. Esta imagen repercute de forma negativa a la hora de hacer nuestro trabajo diario porque la gente de a pie, que bebe a diario de las fuentes televisivas, nos ve como un enemigo más que como alguien que simplemente quiere contar una noticia que, aunque a veces no guste, interesa a la población en general.
Los periodistas somos esos que hacemos las preguntas, que unos consideran fundamentales y otros impertinentes, no porque nos interesen a nosotros, ya que muchas veces son de temas que ni nos van ni nos vienen, sino porque a la sociedad o a una parte de ella le resultan relevantes. Y si insistimos es porque nuestros interlocutores no contestan a la primera y se hacen de rogar, a veces para no responder nunca. 
Ahora son muchos los que juegan a ser periodistas y lanzan informaciones y/o bulos a través de sus blogs, páginas de Facebook o en las redes de mensajería móvil. La diferencia entre esa gente y un periodista es que los profesionales nunca cuentan un bulo, siempre que publican una información es porque la han contrastado con una fuente solvente. Y la coletilla de “según ha podido saber”, sobra, ya que lo que no sabemos a ciencia cierta no lo publicamos, aún a riesgo de hacerlo los últimos. 
Es verdad que a veces nos fiamos de fuentes fiables y metemos la pata, porque se han precipitado o incluso porque nos han mentido deliberadamente, que también ocurre. Y en esos casos, como en otros muchos, la culpa siempre se le suele echar al mensajero.