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Malestar general (I) Malestar general (I)

Malestar general (I)

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Fernando Arnau

Los efectos de la última crisis económica colearán lo suyo. Lo lamentable es que las causas, los desmanes empresariales, eran de dominio del personal –somos un país de comidilla-, demócratas del chisme. Otra cosa es la voluntad de actuar. De ahí que la desregularización o vista gorda en los ámbitos de generación y reparto del dinero –móvil primordial del ser humano, junto con el sexo-, haya sido el logro de las clases dominantes, perseguido desde los albores de la globalización. Es decir, haber alcanzado un margen de maniobra infinito y gozar de impunidad. De forma discreta, las sociedades mercantiles de cierta envergadura y los servicios asociados, es decir, los centros de poder económico, se anticiparon lo suyo en aprovechar la tormenta; el río revuelto en el que iban a pescar barbos como ballenas.
Naturalmente, cada negocio tiene su estilo, sus maneras, a la hora de poner en cintura al personal que, de alguna manera, “se había beneficiado” de un relajamiento de costumbres propio de las situaciones de “bonanza” (reales o aparentes). Este “ajuste de cuentas” se pone de manifiesto con la aplicación de procedimientos internos en cuya base conviven la manipulación y el miedo.
Como no podía ser de otro modo, es en el mundo de la empresa donde se inocula la primera dosis de malestar. La sufrieron quienes vivían en su seno, antes de que la desazón invadiera las calles. Medidas de ajuste de cinturón iban acompañadas de comentarios tipo “hace frío ahí fuera”, en empresas con inercia de bonanza. La calle, como en todas las crisis severas, es inhumana. Beneficencia, subsidios, bolsillo de los abuelos…mendicidad pura y dura. De un día para otro. Si algo hay que aprender de esta crisis es el brutal atentado contra el buen funcionamiento de las sociedades europeas, entre las que figuramos como mustia “cola de león”. Seguramente, sería de muy mal gusto que, siquiera como símbolo, no se concediera algún premio a nuestro gobierno, personalizado en De Guindos, por el meritorio trabajo de devolver la deuda contraída con los bancos europeos. Y un pecado ignorar que las provocaciones de los políticos, propios y ajenos, son la coartada de los poderosos para propiciar el malestar general.