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Fernando Arnau

Tres balcones de mi pueblo muestran bandera rojigualda. Bandera que algunos juramos en nuestra primera juventud, en las filas del Ejército español y con el propósito de fortalecer la defensa de la nación.
Un oficial joven, salmantino creo recordar, confesó sin ser interrogado que el servicio militar era un método para maquillar las cifras de paro del país. Si algo percibí en las filas en las que milité durante año y medio de mi vida, era que los aires de la Academia General Militar de Zaragoza, eran de un cierzo tenuemente aperturista como otras brisas de aquel ínclito año de gracia de 1975.
El CIR de San Gregorio no sólo mostraba el proceder de aquellos oficiales modernos que, en algunos casos, denostaban a los chusqueros a los que vi ridiculizar en alguna ocasión. También el comportamiento espontáneo de los soldaditos con las canonjías de polacos que acaparaban los “puestos” de auxiliares, un escalafón mínimo, que polarizaba el “sentimiento” patriótico de los soldados locales.
Ya en el “cuartel”, el teniente Aquiles, que había pisado poco la Academia, tenía alguna dificultad en impartir las clases teóricas; tanto es así, que se estancó en la primera “ficha” y no llegamos a dominar siquiera el concepto castrense de patria.
El refuerzo de los brillantes oficiales de caballería, recién llegados del desalojo de nuestras posiciones saharianas, mostraron su eficacia en nuestra formación, pero su aportación fue técnica, no ideológica. Se centró en el entrenamiento en pista americana, campo de tiro, generalas, marchas de orientación (diurnas y nocturnas) y barrigazos sin cuento por los polvorientos campos de Valdespartera, etc.
Como contribución al despiste general, digamos que si quienes muestran sus banderas tienen el mismo perfil social que los patriotas de mi pueblo, la posición difiere de la de mi comandante de referencia; el tuvo la dignidad de abandonar la carrera militar el mismo día que la defensa de su país dejaba de ser cosa de cada español (El cincuenta por ciento de los españoles son españolas).
La mili se fue pero el Estado sigue inalterable; el buen hacer de sus magnos representantes debiera florecer, porque la Patria no es una cuestión de pendones.