Síguenos
Frikis del mundo, uníos Frikis del mundo, uníos

Frikis del mundo, uníos

banner click 244 banner 244
Javier Hernández-Gracia

En estos días no me canso de repetir que después de escuchar y disfrutar con la canción de Salvador Sobral, en el Festival de Eurovisión de 2017, me instalaba en el convencimiento de que algo había cambiado en ese encuentro de luces, colores, fuegos artificiales y otros aderezos que podría resumirse en un consistente Frikis del mundo uníos. Conste que como en alguna otra ocasión ya he confesado yo tengo mi lado friki del que no renuncio y menos si de Eurovisión se trata, tras la oportuna aclaración, lo visto en Lisboa el 12 de Mayo fue más de lo mismo. Sería sencillo entrar en esos ejes geoestratégicos de los que todos hablan y que vienen a resolver la existencia de una Cofradía balcánico-escandinava-báltico-australiana.
Es más sencillo que todo eso, hay una cosa que se llama oportunidades de negocio y la tele que ya dista mucho y hace muchos años de aquel instrumento artístico con gente como Pilar Miró o Ramón Díez al frente de míticas realizaciones, es básicamente un negocio del que se aprovechan las oportunidades, así está Eurovisión que es un negocio sí, pero hortera muy hortera, donde los LED, los fuegos artificiales, y los desaforados fans bailando delante de el escenario partiéndose la camisa cual Camarón venido muy a menos, son latente prueba de aquello que yo tildaría de horteras sí, pero con evidentes posibilidades de viajar.
Para los mentados eurofans que así se hacen denominar con cierta oficialidad, Eurovisión es como una peregrinación anual al dorado santuario, donde los ritos se mueven cada año a golpe de cadera, sobreiluminación exuberancia máxima y oportuno efecto de imagen virtual que hace que lo que menos importe sea la calidad de la canción, todo ello si viene precedido de un toque pícaro/polémico, augura una exposición mediática al menos durante la semana de semifinales y final, donde los medios y redes centran en estas cosas todo el foco festivalero. Lejos my lejos aquellos festivales, donde decorado, presentadora, opinión del jurado, y otras sustancias nos llevaban al éxtasis sublime desde la caratula tradicional con la música del Te Deum de Charpentier, hasta el desarrollo de las votaciones con aquellas conexiones telefónicas que poco a poco se fueron convirtiendo en imagen y sin pasar por alto la desaparición de la orquesta en directo, ahora vivimos en el universo pregrabado, se supone que viviendo en el Universo tecnológico esto debe sonar del vicio, aunque donde esté un orquesta…..
Y claro como no hablar del drama de RTVE, a fin de cuentas depositaría de la participación hispana en tan magno encuentro de confeti y lentejuelas, este año se apostó por la línea Disney, un tema con un toque Aladdin & Jasmín, que también encajaría sin problemas con Pocahontas y Jonh Smith, pero que en nuestra españolidad hicieron Amaia y Alfred, majos zagales a los que las redes les han zumbado por no sé qué libro hasta lo indecible, lo que me obliga a  dejar un poco con el culo al aire a todos estos salva patrias que no se han enterado que la mejor manera de opinar si un libro es bueno o malo es leyéndoselo efectiva manera de  juzgar por uno mismo, no por lo que diga en su muro de facebook el primer iluminado que opina de letras sin leerlas.
Insisto, majos chicos, hijos recientes de la enésima versión de Operación Triunfo, recuperada y maqueada, a la que se le ha quitado el gotelé de aquellos años de Rosas de España o de agónicos Bustamantes o la rica salsa canaria de Ramón, una formula televisiva que lo mismo sirve para cantantes, cocineros equilibristas y que a este paso veremos ampliar a tractoristas o mejor, a tertulianos ¿alguien se imagina un Factor X en plan quiero ser tertuliano?
Una agria final entre tertulianos con un jurado de Sardás, Maruhendas y Ferreras, porque amigos si me aceptan la idea diré alto y claro que sin Ferreras no hay reality.
Lo de la canción de RTVE y Eurovisión es un despropósito tras otro, el año pasado si alguien debió notar los cinco dedos marcados de la bofetada portuguesa debimos ser nosotros, pero lejos de rectificar se opta por enrocarse, ya hemos pasado por todos los estados del ridículo: cantar en inglés, cantar con medio inglés, sin olvidar Chikilicuatres, brujerías del sur o feromonas adolescentes como D’Nash, cuyos resultados saltan a la vista, unos años mal otros peor, al final la realidad concuerda con la primera estrofa de Vivo Cantando: cuantas noches vagando por mil caminos sin fin.