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Los alumnos del Mas Blanco vuelven a clase con su maestra 56 años después Los alumnos del Mas Blanco vuelven a clase con su maestra 56 años después
Teresa Delgado, en el centro, con once de los alumnos, que este sábado se desplazaron hasta el Mas Blanco, de los 22 a los que dio clase en su primer destino como maestra. Javier Escriche

Los alumnos del Mas Blanco vuelven a clase con su maestra 56 años después

Teresa Delgado repasa cómo era la educación a principios de los 60 en este barrio de San Agustín
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Cruz Aguilar

“Siempre he recordado el Mas Blanco, donde hace 57 años que vine y 56 que me fui”. Con ese saludo Teresa Delgado se reencontró con once de sus alumnos, a los que vio por última vez cuando tenían algunos apenas 7 u 8 años y pese a ello a varios aún los recordaba: “Tú eres la nieta del abuelo Bonifacio, un hombre increíble”, le espetó a una de ellas. 

La maestra, que tiene 80 años, fue la protagonista de una jornada organizada por la asociación Recartografías que propició el reencuentro entre decenas de niños –ahora ya casi ancianos– que se formaron en la escuela del Mas Blanco. El centro educativo de este grupo de masías, que pertenece a San Agustín, fue construido con las manos y los ahorros de los propios masoveros, que querían que sus hijos se formaran sin el riesgo que suponía, en plena posguerra, transitar por los montes para llegar hasta el colegio de San Agustín. Ellos levantaron también la casa de la maestra, que precisamente estrenó Teresa Delgado y que contaba con todas las comodidades del momento, entre las que estaba un baño seco, algo que no tenían el resto de las casas.

En la época en la que esta mujer dio clase el maestro era toda una institución en un pueblo y, como ella misma reconoció , tuvo que habilitar el cuarto mejor orientado de la casa como secadero de embutido, “porque no daba abasto a comer” todos los productos de la matanza que le llevaban las familias. En las casas se cocía pan una vez a la semana como mucho, pero ella lo comía recién hecho prácticamente todos los días porque no había mujer en el barrio que no pasara por su casa tras salir del horno. 

La riqueza de lo humano

Eran otros tiempos y para que la Señorita (como llamaban a Teresa Delgado) no durmiera sola Celia Igual, entonces adolescente, iba todas las noches a su casa. A cambio su familia recibía agradecimiento, nada más, porque como dejaron patente  los asistentes al encuentro, en el mundo rural de los 60 la humanidad era otro habitante más del pueblo: “Era la riqueza de lo humano, en vosotros descubrí los grandes valores”, comentó  Doña Teresa, como muchos le siguieron llamando durante toda la mañana pese a que ella insistió en que la tutearan. Tampoco le faltaba leña, para su casa y para la estufa que había en el centro del aula sobre la que, en una gran olla, calentaba el agua para mezclar la leche en polvo que en esos años repartieron los americanos para frenar la desnutrición de los niños españoles. 

Su mesa estaba coronada por un crucifijo –que aún está hoy–, un retrato de la Virgen María y un cuadro de Franco. Frente a ella 22 niños y niñas con muchas ganas de aprender y con un respeto hacia su figura que ya quisieran para sí la totalidad de los docentes españoles de hoy en día. “A los 23 años era doña Teresa y a los 65, cuando me jubilé, si me descuido me llaman la Tere”, explicó gráficamente para referirse a los cambios de la sociedad con respecto a los maestros. 

Delgado ha dedicado toda su vida a la enseñanza ya que su primera clase la dio con 14 años para sustituir a su madre y su primer destino tras aprobar la oposición fue el Mas Blanco, a donde llegó con solo 23 años. Se encontró con una escuela con 22 niños a los que intentó humanizar y una casa vacía, sin estrenar, aunque se construyó en 1957, porque nadie se había quedado hasta entonces: “Me distéis una silla, un puchero y un plato, cada familia algunas cosas, para que pudiera vivir”, recordaba . 

Toda una vida docente

Entre lecturas en la puerta de la escuela, tardes de desgranar maíz y limpiar judías con el abuelo Bonifacio y noches de enseñanza en la escuela de adultos que montó pasó el curso escolar, el único que estuvo en la barriada de San Agustín que siempre ha estado en su memoria. Se jubiló en Valencia un día antes de cumplir los 65 años porque, ese año, su cumpleaños cayó en sábado. 

Si emocionante fue para la maestra el reencuentro de este sábado, no lo fue menos para algunos de sus alumnos, como Brígida Esteban, que recuerda “lo machacona que era Doña Teresa con las tablas”. Ella acudía a clase desde Masía Pozo La Muela, que es el lugar del que trasladaban el agua hasta Mas Blanco. Lo hacían con botijos, pero a la Señorita Teresa nunca le faltaban voluntarios para tenerla bien fresca.  No solo aprendieron las reglas básicas sino también a bordar, a lo que dedicaban las tardes. 

La innovación educativa de la que tanto hablan los pedagogos de hoy era una realidad en el Mas Blanco en el año 1961. Teresa Delgado no tenía experiencia pero sí muchas ganas de “humanizar a los niños” y poner a su alcance todo el conocimiento que luego iban a necesitar a lo largo de su vida. “Mira, con esa tierra hacíamos mapas, es un privilegio que solo podíamos tener aquí”, decía  para añadir que así aprendieron sus alumnos las cuencas de los ríos.

La jornada de convivencia sirvió también para recordar a otras docentes, como la que citó Práxedes Villanueva, que por cada palabra mal dicha –“porque aquí había muchas cosas que las decíamos como las oíamos a nuestros padres, mal”, comentó la antigua alumna– hacía a los niños meter una peseta en un bote: “Y luego nos llevó a ver el mar”, añadió.

Eso sí, aunque se habló de muchos profesores, los que fueron a clase con Teresa Delgado la recuerdan como su gran maestra, esa que nunca castigaba y para la que “no hay un diez porque se queda corto”, como apuntó Amparito Igual, que también la disfrutó en el aula. 

El drama de dejar el pueblo

Felisa Górriz y Visitación Ortiz comenzaron con seis años la escuela y lo hicieron de la mano de la Señorita Teresa. Ortiz realizó en el Mas Blanco toda la escolaridad y con 14 años dejó la masía para irse de tendera a Barcelona con sus tíos. “Fue un drama cuando me fui y ahora cada año vengo un día”, lamentó, pero solo de visita ya que su casa no está acondicionada y es difícil que se arregle porque comparte la propiedad con todas sus hermanas.

Quien pasa los veranos en San Agustín, pero no va nunca a las masías donde se crió es Celia Igual . Reconoce que le embarga la pena de ver el estado en el que se encuentran los edificios en los que ella vio tanta vida de niña. Ella no fue a escuela con doña Teresa porque ya era adolescente cuando llegó ,pero también estudió allí porque el colegio abrió justo al cumplir ella los 7 años, la edad de la escolarización de entonces, explicó. “Yo las reglas básicas las sabía, pero como dormía con ella iba a las clases nocturnas de adultos”, indicó .  

Esas clases sirvieron de mucho a los jóvenes de San Agustín porque aunque muchos ya sabían leer, escribir y hacer sencillas cuentas, la mayoría se quedaron en lo más básico y algunos descubrieron todo un mundo con, por ejemplo, los números decimales: “Señorita, usted es una mujer que yo nunca voy a olvidar, ahora entiendo porqué suben tanto los recibos de la contribución y luego pago menos, claro, no ponía la coma, me dijo Manuel tras explicarlos”, decía  entre risas la maestra.

Delgado solo estuvo un año en el Mas Blanco, porque aunque estaba tan a gusto que se fue con lloros y dejó a todo el pueblo en un mar de lágrimas, “había mucha juventud de por medio y muchos proyectos”, reconoció. Proyectos todos ellos profesionales porque ella nunca se casó: “Me debía a mis alumnos”, dijo. Eso sí, durante el año que pasó en el pueblo el abuelo Bonifacio intentó emparejarla con el médico e incluso con un piloto imaginario que sobrevolaba todos los días el Mas Blanco “porque la conoce a usted”, le decía Bonifacio cada mañana.

El abuelo Bonifacio, como Teresa Delgado y el resto de la gente de la zona le conocía, no quería despedirse de la profesora el día que se fue para que no lo viera llorar. Ese día vaticinó que ella no volvería más, ningún maestro lo hacía. Pero se equivocó. Teresa Delgado regresó algunos años después junto a su hermano, aunque ya era demasiado tarde y no había nadie en el pueblo. El sábado volvió y esta vez sí encontró, algunas décadas más viejos, a aquellos alumnos a los que enseñó a leer, escribir y hacer divisiones en una escuela que, gracias al empeño de Recartografías, está igual que cuando ella la dejó en la primavera de 1962.