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Javier Lizaga

Contaba Julio Cortazar en sus clases de literatura que no existía la razón profunda que los críticos buscaban en el orden de los capítulos de su novela más famosa, Rayuela. Relataba cómo, en el taller de un amigo, había extendido los capítulos en el suelo y había comenzado a leerlos y dejarse llevar por el azar. 

Volcó en esa novela, que hay que leer con guía, materiales que habría colocado en un apéndice, dice, si no se supiera que el apéndice, como el prólogo, son añadidos al principio y al final, que no se leen ni al inicio, ni cuando se termina.

Por azar me encontré yo con la última historia de Javier Sierra situada en el prólogo del Catalogo de su obra que acaba de editar la biblioteca pública de Teruel. Es la historia de un pequeño niño de 9 años que un día se atreve a traspasar las puertas de ese templo mágico que es el edificio donde custodian los libros de su ciudad. Allí de la mano de Feli descubre el atrevimiento de Lucky Luke, el misterio de Los tres detectives y que el mundo es casi tan grande como la colección de Tintín. 

Un día, aquel niño recibe una propuesta de un mundo de mayores. Participar en una mesa de escritores en la Casa Blanca, más allá del viaducto, casi otro mundo. 

Lo hace más por la confianza con que le mira Feli. La misma fraguada a base de recomendaciones de libros. Al niño le tiemblan las piernas cuando le toca, por primera vez en su vida, dirigirse a un auditorio. Pero, al mismo tiempo, aquello le fascina y descubre que quiere ser escritor.

Ese niño era Javier Sierra que hoy se lee en 53 países. Esta historia es un homenaje a Feli, la bibliotecaria sin la cual puede que hoy Sierra no fuera escritor. A mí me recordó a otro niño que subía por la Andaquilla, a quien los pies le pegaban en el culo de la ilusión por coger su siguiente libro y que ahora los sábados se sienta con su hija en el suelo de esa misma biblioteca escuchando cuentacuentos. 

Entendí que allí comienzan muchas más historias que las de los libros que custodian maravillosamente. Así que empiecen por leer y confíen en el azar. Por cierto, ahora ya sé porqué los libros de Tintín estaban siempre pillados.