Síguenos
La orquesta La orquesta
banner click 244 banner 244

Yo, que dejé las clases de guitarra porque se me atragantaron los acordes con cejilla, siempre soñé con ser el cantante, líder y alma de una orquesta. 

Jamás aspiré a grabar discos, a que me programaran en los 40 Principales o en cualquier programa elitista de Radio 3. Yo lo que quería de verdad era viajar en una furgoneta de pueblo en pueblo, de julio a agosto, tocando por las plazas.

Estaba dispuesto a pagar el peaje de los pasadobles y los éxitos del verano, siempre pensando que el día acabaría con Loquillo, Extremoduro, Rosendo y Barricada, que es como acaban estas cosas.

En mis ensoñaciones me veía al frente de la orquesta Música de Contrabando (el nombre lo tuve claro desde el principio), con una apretada agenda que no me diera respiro de lunes a domingo, porque siempre imaginé que había que trabajar mucho y muy duro en verano para luego descansar en invierno. 

Y todo con el objetivo de irme después a vivir en los meses fríos a una cálida isla paradisíaca (me valían Canarias o Ibiza, tampoco me iba a poner al nivel de los Rolling Stones, no me fuera a caer de algún cocotero).

Música de Contrabando tendría dos guitarras, un bajo, un batería y poco más. Nada de cambio de vestuarios, ni de fuegos de artificio, ni de coros femeninos. Todo muy sencillo y ecléctico y todos vestidos con vaqueros desgastados y camisetas negras.

Eso sí, los conciertos acabarían a lo grande, con el cantante (yo, por supuesto) lanzándome al público y siendo sacado a hombros hasta la barra de la comisión, donde tendriamos todo pagado y la gente vendría a felicitarnos por ser la mejor orquesta que jamás había tocado en su pueblo.

Y todo ese sueño se fue al garete por culpa de las cejillas y por mi propia incapacidad, claro; porque no le puedo reprochar nada a mis profesores. Ellos siempre lo intentaron, a pesar de que cada vez tenían más claro que era un verdadero zoquete.

Hoy, en pleno mes de agosto, en lugar de estar cantando “balas blancas para la oveja negra” estoy escribiendo una columna. Las cejillas hundieron mi carrera. No sabéis lo que os habéis perdido.