Síguenos
Octubre de 2018 Octubre de 2018

Octubre de 2018

banner click 244 banner 244
Javier Lizaga

A todos los periodistas que he visto crecer y aprecio, y a los que ya me guardaré en pensar que he enseñado algo, siempre les dejo caer, cuando se descuidan, la única recomendación que me creo en posición de darles: que les importen una mierda tanto las críticas como los halagos. 

Pensaba en eso a las 7 de la mañana del pasado domingo, en los albores del día y con el aire frío en la cara. Miré dos veces el reloj. Las siete de la mañana y la calle llena de grupos, llena de gente andando deprisa, como quien pierde un tren. Pensé primero si la zona había resurgido y estaba a tiempo de tomarme la primera antes de entrar a trabajar, pero no. Por un momento pensé en la paradoja de los que sueñan tan fuerte que no les despierta ni el frío de Teruel. Sueñan despiertos.

A las 9 y pico cogíamos el tren en Sagunto. Como en los buenos tiempos, no pude ni sentarme. Como buen periodista y cínico, no tenía nada escrito ni previsto. Empecé preguntando por qué iban a la manifestación de Valencia, como quien pide explicaciones a un ex, y a las cinco preguntas solo repetía la palabra ilusión. 

Llevaba varias columnas tratando de cumplir con mayo del 68. Medio siglo de cuando los niños de papa dejaron patidifusos a los franceses. Quién pensaba que ellos, cultos y adinerados, iban a ser justo quienes dijeran que este mundo donde los medios muestran lo que tienes que ser, lo que tienes que comprar, es una patraña.

Supongo que salir a la calle tiene eso, deja contrariados a los que mandan. Como si, por un momento, fuésemos a querer hacer algo más que introducir una papeleta en una urna, como si quisiéramos elegir cómo gastar nuestros impuestos o repartir el FITE, por decir alguna estupidez. Ahora que todos aplauden, recuerdo los días en que vienen presidentes o ministros y los que dicen representarnos poco más que quieren meterles un trapo en la boca a Teruel Existe. Pienso en que no hay partido que movilice a un tercio de la provincia. Aunque realmente para ser exactos lo que nos mueve es la ilusión, de que no nos engañen otra vez. De no seguir siendo como dice Calamaro, la aristocracia de la desgracia.