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Don Alfredo Di Stefano Don Alfredo Di Stefano

Don Alfredo Di Stefano

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Javier Hernández-Gracia

No recuerdo la primera vez que escuché a mi padre hablar de Alfredo Di Stefano, no pongo imagen ni recuerdo a un punto de partida concreto, pero recuerdo que las referencias a “La Saeta Rubia” se fueron convirtiendo en algo que me gustaba escuchar y sobre todo la manera que tenía mi padre de contarlo, sin forofismos, sin ese concepto tan habitual del fútbol de hoy, donde la verdad es casi absoluta y por tanto se convierte casi en dogma sin el casi. 
Cuando mi padre me hablaba de don Alfredo, lo hacía de una forma relajada, se percibía la elegancia en el regate, el liderazgo en el campo de juego -en la cancha- que dirían en su Argentina natal-. Este precisamente es un tema que siempre he agradecido de la ecuanimidad de mi padre, relataba con justo fiel cómo Di Stefano había nacido en Buenos Aires, contaba que era hijo de emigrante italianos, evidentemente su paso por los equipos argentinos, por la selección de Argentina y luego el Millonarios de Bogotá hasta recalar en el Real Madrid, luego la selección española. Todo esto tenía una interesante enseñanza y es que, don Alfredo era de todos, universal como su talento fútbolístico.
Estas cosas tan bien contadas hacen que al crecer se nos amplíe notablemente la mente, en fútbol como en otras “artes de la vida”, la grandeza del protagonista lo que aporta es felicidad al individuo, sin que las fronteras tengan la menor importancia, uno es grande independientemente de dónde nazca, dónde viva, dónde juegue o qué camiseta vista, lo trascendental es su aportación a la peculiaridad de la vida y todo eso es la resultante. ¡Bendita Resultante!
Posiblemente habrá voces en esto del mundo del balompié que nos recordarán otros nombres, sin duda grandes jugadores, la red rápidamente nos informará de fútbolistas como Pelé, Cruyff o Maradona y otros lo de las 5 Copas de Europa del Real Madrid en blanco y negro -la sexta también lo fue- pero cierto es que esas 5 están asociadas a don Alfredo, corazón hincha aparte; no resulta difícil situarse en la España de los duros cincuenta, de la miga de pan para hacer más densa la tortilla de patata, del chato vino en la cantina y de ese blanco y negro en la pantalla del alma con una dictadura que hacía de la escasez un horizonte entre lúgubre y fúnebre; es por ello que para los aficionados al fútbol como deporte más allá de la camiseta concreta, La Saeta Rubia y su talento fueran dardo en esa juventud que vivía entre olor a carbón de invierno y barros de tormenta de verano.
Habrá quien recuerde eso de las corridas de toros y los partidos del Real Madrid como efecto balsámico en los españolitos del momento, además del famoso lío de su fichaje por Madrid y Barça. Los años nos han enseñado que en un régimen o en otro, en un estado o en otro, sus dirigentes acaban desembarcando en los elementos que mueven masas y el fútbol no es excepción, en la reciente historia de la España democrática hemos sido espectadores de cómo se ha seguido utilizando el fútbol en las alegrías y en las penas, en el centralismo y la autonomía. No creo que esté todo inventado pero como ya he dicho alguna vez en estas páginas recordando a Angels Barceló: “En fútbol se puede decir una cosa y la contraria al día siguiente con la misma rotundidad”.
Este año importante, tan inmerso en el recuerdo de figuras de vital referencia en la cultura de la tierra, dicha importancia crece para mí de forma personal. También 2018 es el año en el que mi padre hubiera cumplido 100 años, concretamente el próximo diciembre. Siempre he presumido de un hecho antes referido, a mi padre le gustaba el fútbol, sin tener preferencia por un equipo concreto, excepción hecha del Club Deportivo Teruel del que fue socio en años de épica local. Por esa circunstancia, cuando me hablaba de Alfredo Di Stefano lo hacía del universal fútbolista del genio del balón, de aquel italo-porteño que vino a España después de recalar un tiempo en Colombia. Esto creo que debería servir para dejar sin argumentos a todas esas gentes que hablan de la patria como algo suyo, denostando la emigración como una amenaza ¿Y si el próximo genio a lo don Alfredo viene en patera o el próximo genio a lo Pilar Lorengar? 
Un buen día escuchaba a Michael Robinson, una persona que además goza de mi simpatía absoluta; decía el británico que el día que conoció y pudo darle personalmente la mano a don Alfredo lo primero que hizo fue llamar a su padre a Inglaterra para contárselo. Yo tuve también la inmensa suerte de poder conocer en persona a la Saeta Rubia y estrechar su mano, corría el año 1998. Cuánto me hubiera gustado al igual que Robinson haber podido contárselo a mi padre.