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Hemeroteca: De masoveros, trashumantes y mineros; historias de los últimos de la provincia Hemeroteca: De masoveros, trashumantes y mineros; historias de los últimos de la provincia
Escribiendo sobre la vereda y los trashumantes

Hemeroteca: De masoveros, trashumantes y mineros; historias de los últimos de la provincia

DIARIO DE TERUEL ya mostraba hace 30 años el declive de algunas formas de vida tradicionales
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El tío David, Herminio Jiménez, Benito Mora o Ricardo el carnicero de Bronchales. Hace treinta años se asomaban a las páginas de este periódico estas personas cuyos nombres la mayoría no conocerán, pero que ejemplificaban muy bien esa provincia que ya entonces asistía, sin mucho que hacer, a la progresiva desaparición de algunas de las más genuinas tradiciones del Teruel rural. Los reportajes hablaban de cómo se habían ido deshabitando las masías, del declive de la ganadería en las sierras y con él, el de la trashumancia, y el abandono de oficios que habían ocupado durante décadas al hombre del medio rural, como las minas o la extracción de resina. Eran reportajes de “los últimos” que en muchos casos han acabado por desaparecer, ayudados por el avance tecnológico y de la mejora de las infraestructuras, que las personas han elegido para marchar en lugar de para volver.

Los últimos masoveros. Acaba una forma de vida en Teruel leíamos en un reportaje del 9 de octubre de 1988 con firmado por Teo Lozano. Y añadía los actuales masoveros están ligados a su masada por motivos económicos pero también sentimentales, han heredado una forma de vida íntimamente ligada a la explotación de la tierra. 

En el reportaje el periodista relata su encuentro con Francho y Teresa, de Casa Ayora, y David Royo, el tío David, el masovero más viejo de la contornada, que había visto la vida desde el masico El Hambre, una masada que compró su abuelo allá por el siglo XVIII. El nombre de la masía asegura que le viene desde que vivieron “dos abuelos que se jodieron de hambre”.

Lozano describe en este reportaje al tío David mirando a cámara y relatando sus verdades, esas que el hombre rural siempre ha expresado con contundencia: “Ahora la juventud vive en el cielo, no han padecido nada” dice, mientras evoca las penurias de la Guerra Civil, de los maquis y de las nieves que dejaban a las masías incomunicadas días y días. Y con todos estos recuerdos, Lozano dibuja al tío David como la memoria viva del Maestrazgo, la intrahistoria de Unamuno. Su vida es la vida de miles de masoveros turolenses, muchos de ellos desperdigados en grandes ciudades como Barcelona, Valencia, Zaragoza” decía el texto: “Siempre me ha gustado vivir en la masada, no he visto otra cosa, que vas a hacer”. Otros han visto otra cosa y tal vez ahora se acuerden de su masada, o tal vez no, escribía Lozano.

De otro de los masoveros con los que se encontró, Francho, recoge: Asegura que los masoveros del Maestrazgo tienen algo especial que los diferencia de los del lugar: “He ido a pueblos donde no conocía a nadie y los he distinguido en su forma de hablar, en el porte, en muchas cosas. Las mujeres masoveras parece que vayan a paso ligero, ven a uno y se ponen a mirarlo fijamente”.

El periodista recuerda ahora, tres décadas después, que conoció a los masoveros del Maestrazgo a través del veterinario de Villarluengo y para él aquel encuentro, como otros de aquellos años, tuvo la magia del descubrimiento de una España real pero escondida.

Dice Teo Lozano que la época en la que contó cómo era su tiempo desde Teruel fue una de las más apasionantes de su vida. Llegaba de una capital, Valencia, y recorrer las carreteras de la provincia, sobre todo de la sierra de Albarracín pero también del Maestrazgo, fue para él trasladarse en el tiempo y contarlo con “una mirada nueva, una mirada virgen” de un mundo rural que hace ya treinta años se deshacía. En los reportajes que firmó para este periódico en aquella época, hay mucho de lo último: los últimos trashumantes, los últimos masoveros, los últimos resineros o los últimos cazadores de zorros. 

Recogiendo aquellos testimonios se curtió en la profesión periodística, que desde hace un tiempo desarrolla en Madrid en el grupo de A3Media, siempre ligado a los programas informativos. “En Teruel aprendí a ser periodista” tanto que se enamoró de la provincia y desde entonces no ha perdido la vinculación con la provincia, especialmente con Bronchales donde conserva una casa.

El periodista cuenta con apasionamiento cómo fueron aquellos años de descubrimiento periodístico, en una provincia que poco conocía hasta entonces. Llegó a Teruel después de casarse con la que era la farmacéutica de Bronchales, y lo primero que hizo fue plantarse en la sede de DIARIO DE TERUEL para hablar con el director, José Hernández, al que le propuso: “Puedo hacerte un página diaria de la Sierra de Albarracín” ¿Estas seguro? Me preguntó”. Así que con ese compromiso comenzó a colaborar con el periódico en aquellos últimos coletazos de los años ochenta.

“Para mí fue como trasladarme en el tiempo porque venía de una capital y llegaba al mundo rural y me parecía todo maravilloso, como de otro tiempo. Tenía una mirada virgen que intentaba captar todo eso” cuenta con emoción tres décadas después. Teo Lozano compatibilizaría las colaboraciones con el periódico con Televisión Española en Teruel, para quienes realizaba información diaria y reportajes. Los últimos resineros de la Sierra de Albarracín protagonizaron uno de ellos recuerda, o los últimos trashumantes, que protagonizaban también un reportaje de aquellos años: Ya se van los trashumantes. Por cañadas y veredas hacia el Sur. Relataba que era una práctica en retroceso y que entonces, decía, practicaban 20 pastores con más de 20.000 ovejas, vagones y camiones han suplido prácticamente el andar callado por veredas y caminos.

Hablaba de uno de ellos en concreto, Benito Mora, el ganadero de Guadalaviar que unos días antes había salido hacia el sur por veredas, cañadas y cordeles que se encuentran desdibujadas y seriamente dañadas por la irrupción de cultivos. Es el eterno conflicto entre agricultores y ganaderos con intereses enfrentados.

Y también veíamos otra escena de otro tiempo que él recuperaba como crónica de una muerte anunciada. De la “corte” a la “horza”: El matacerdo en la Sierra”. Hablaba de supervivencia: El rito del matacerdo continúa vivo en el umbral del siglo XXI, en la era de la telecomunicación, de la robótica, y el micro-chip, cuando el frío aprieta en la Sierra y avisa a sus moradores del largo invierno que se avecina, es entonces cuando está a punto de finalizar la relación del cebado y cebador. 

En aquel reportaje describía esta tradición con esa visión nueva del que observa el medio rural porque no forma parte de su imaginario, pero que toca la tierra para sentirla y contarla. En el apoyo titulado El último paseo, relata a modo de crónica ese último matacerdo que había presenciado y fotografiado: Era una cerda de 180 kilos con aproximadamente 10 meses, la compraron Amparo y Fernando, también conocidos como los “Crispines”, cuando era un lechón. Serían las 9,30 de la mañana cuando se abrió la porqueriza, y la cerda remolona comenzó lo que más tarde se convertiría en un paseo sin retorno” y tras hacer el recorrido un grupo de hombres, continuaba, la subía al “matador”, nombre de la mesa de madera con título de película de Almodóvar donde Ricardo, un experto carnicero de Bronchales, cumplía con esta parte del rito de la matanza. Mientras tanto a lo lejos, las voces de los niños de San Ildefonso repetían machaconamente “ciento veinticinco mil pesetas”.

Historias de personas

Encontramos también entre los reportajes de Lozano a Herminio Jiménez, que se dejaba fotografiar con las pieles de algunos de los más de 500 zorros que había cazado, con el pie de foto: Según Herminio, los machos son más tontos que las zorras. Este jubilado de Orihuela del Tremedal había comenzado esa afición, contaba, hacía apenas 15 años: “No cazo zorros por afán de lucro, simplemente porque no me gusta pasar el tiempo metido en el bar”.

Lozano se acuerda bien de aquel hombre, o de Tomás Daudén, el jubilado de Monteagudo que ofreció sus bienes a una familia que fuera a vivir al pueblo, historia que empezó como una noticia llamativa para medios de comunicación de todo el país y acabó con un rosario de denuncias en los tribunales. Esa fue una de las historias que contó también para Televisión Española, lo que le permitió llevar las imágenes de la provincia a toda España, en un tiempo en el que coincidió con la periodista Pepa Bueno en Radio Nacional en Teruel, y ambos fueron corresponsales de Diario 16 en Teruel cuando el periódico abrió delegación en Aragón .

Más tarde llegaría la oferta del Grupo Zeta en Zaragoza y después acabaría en el mismo grupo de comunicación pero en Madrid trabajando en un equipo de investigación, y ahora ya como A3Media. Actualmente es subdirector de programas informativos del grupo, y continúa muy pegado a la actualidad aunque sea muy distinta de la que le sirvió para curtirse como periodista.  “Me enamoré de Teruel, hice miles de kilómetros para conocer la provincia y fue la cuna donde aprendí la profesión” porque “ahora vas a la Audiencia Nacional y sabes cómo funciona, pero aprendí en Teruel cómo era el juzgado”. 

Es otra manera de trabajar, claro, y si algo destaca es “la cercanía con la gente, que a veces es un problema y otras veces es un lujo” pero a él le permitió “vivir un montón de vidas, y eso no lo olvido”.

La venganza del compresor

Eso leíamos en otro reportaje publicado el 22 de enero de 1989 que dedicaba al peruano que esculpía por aquel entonces una roca con motivos incas en Pozondón. Contaba que Mauro Misciano, un peruano licenciado en Bellas Artes, se había embarcado él solo en la construcción en este proyecto en el que llevaba entonces ya cinco años. Esculpía en una roca un “tumi”, cuchillo sagrado que usaban los incas en las fiestas para sacrificar animales. Contaba que el artista, descendiente de los incas, tenía en mente poner en marcha una pequeña fundación para artistas, y ya ha mantenido contactos con algunos para que se instalen esculturas y sigan esculpiendo sobre lienzos de piedra.

Lozano dedicaba en aquella información un apoyo al compresor que utilizaba el escultor, y que había cedido en su día la Diputación de Teruel. Hoy en día solo existe una persona capaz de remover las tripas al compresor. Ese es el peruano. Tras cinco años de relaciones, el compresor se ha hecho a las manos de este hombre. Decía además que alguien había construido una caseta para proteger la máquina de la intemperie pero no cabía dentro. El compresor se ha vengado y solo se pone en funcionamiento cuando el heredero de los incas le pone la mano encima.