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Oler a pueblo Oler a pueblo

Oler a pueblo

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Francisco Herrero

Soy de pituitaria extrasensible, me temo. De octubre a mayo, cuando regreso a la ciudad para tomarme unos días de tregua rural, es entrar al ascensor de la finca y noto que huelo a pueblo. Ahí, envuelto de esencias de supermercado y perfumes pretenciosos, siento que despido un aroma a leña de carrasca chamuscada. Los núcleos rurales de Teruel están equipados con un ejército de cachumbos expulsando día a día toneladas de monóxido de carbono que impregna cualquier pieza de ropa expuesta al aire gélido de las calles en los días de calma. Estar dentro de casa tampoco es la solución: el tufo te pringa abriendo la tapa de la estufa para cargarla o limpiando la ceniza cada mañana.

También hay fragancias muy de pueblo que te identifican ante los urbanitas. Este mes pasado, recogiendo azafrán, me quedé sin cestos y tuve que utilizar el fular de un familiar como recipiente improvisado para la rosa. Se me ocurrió comentarle lo afortunada que era por incorporar un perfume tan exclusivo a la prenda y me contestó: "¡Quita, quita! Que luego huelo a pueblo y a saber qué dicen mis vecinas". Tiene toda la razón. Desde hace cinco años, sobre todo en tiempo de mudanza, todo mi armario, toda mi casa, emana un efluvio a oro rojo tostado muy característico. Como hoy en día casi nadie conoce la preciada especia, un atuendo vaporeado de azafrán resulta extraño. De pueblo.

Lo más curioso es que solo noto el toque rural al salir del pueblo. Es decir, todos los pueblerinos debemos estar bañados por los mismos elementos. Todos. Y todas. El fin a mi olorosa presencia rústica en la ciudad es desprenderme de toda vestimenta nada más cruzar la puerta del piso y depositarla en el tambor de la lavadora. No es suficiente. El humo aún se siente en el pelo. Me dirijo a la ducha. Un par de pasadas de champú a veces no basta para eliminar los efectos de la zorrera. Justo antes de ponerme un pijama o cualquier otro trapo cómodo, me embadurno bien de colonia de supermercado y ya estoy listo para integrarme. La virtud de tener el olfato muy fino es todo un inconveniente en ocasiones.