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Los hilos invisibles que existen entre doce instalaciones artísticas diferentes Los hilos invisibles que existen entre doce instalaciones artísticas diferentes
Dos fotografías de la serie Ardilla, de Alba Mozas, con la instalación de Nieves Pérez, construida en ladrillo usado. A. Mozas

Los hilos invisibles que existen entre doce instalaciones artísticas diferentes

La Escuela de Arte de Teruel inaugura el lunes la exposición multidisciplinar ‘La intimidad del nodos’
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La sensibilidad del artista –y la del receptor de su mensaje– suele focalizarse tanto a una obra en sí, a una pieza, que el hecho artístico suele terminar aislado de su contexto, categorizado en un ismo, cerrado en una pared y conceptualizado en un discurso con principio y final. Con un interés que empieza y termina en sí mismo, y que por tanto es incapaz de trascender más allá. 

Abrir foco, contextualizar e interrelacionar diferentes manifestaciones artísticas es más complejo cuanto más dispares, heterogéneas y interdisciplinares son. Y también más enriquecedor e integrador. Y por ahí van los tiros de La intimidad del nodos. ¿Aún no lo he dicho? La intimidad del nodos es una exposición colectiva de doce alumnos de 4º de Bellas Artes, que se inaugura a partir de las 20 horas de este lunes en la Escuela de Arte de Teruel. Es buena idea que vaya a verla mientras permanezca abierta, durante toda la semana. 

Fotografía, pintura, escultura o instalación, sin un hilo argumental que conecte las doce series, están obligadas a convivir no solo en el mismo espacio físico sino también en el mismo espacio conceptual formando una unidad artística. 

La exposición surge como un ejercicio creativo para los doce alumnos de la asignatura de Diseño y Gestión del Espacio Expositivo, y está comisariada por las profesoras que la imparten, las turolenses Irene Covaleda y Taciana Laredo. “Esta asignatura es muy general y plantea el diseño del espacio expositivo que los estudiantes tendrán que abordar en sus futuras exposiciones como pintores, fotógrafos, escultores o videoartistas”, explica Covaleda. “Así que cuando planteé esta exposición como ejercicio colectivo para los alumnos, les pedí que pensaran las obras individuales como nodos; como elementos diferentes que sin embargo comparten conexiones entre unos y otros que los interrelaciona de forma no jerárquica, y que los convierte en una especie de tejido unitario, a pesar de que cada elemento por sí solo –cada obra–, es diferente a las demás, a veces muy diferente”. 

Más allá de la creación de obra –todos excepto uno exponen obra que ya estaba realizada con anterioridad– lo interesante para los estudiantes es que han tenido que adaptarla a un discurso expositivo que tiene que ser homogéneo a través del recorrido por la sala de la Escuela de Arte. No sirve que cada pared se adjudique a un artista y este cuelgue su obra, sin mirar al resto. 

“El montaje de la exposición ha sido un trabajo grupal en la mayor parte de los casos. El objetivo era colocar las series contextualizándolas entre sí, y se han tenido que resolver conflictos importantes cuando, según la sensibilidad de cada cual, dos piezas se daban de tortas entre sí”, explica Covaleda. Para la profesora la experiencia ha sido exitosa porque, más allá de los egos que puedan ser más o menos incipientes, el proceso se ha resuelto de una forma madura, reflexiva y al servicio de lo artístico. “Los alumnos ya están en último curso de Bellas Artes y empiezan a encontrar su identidad definida como artistas. Ya pueden defender su postura creativa de forma argumentada y con mucho sentido, y en este caso lo han hecho y además no desde un punto de vista de lucir la obra individual, sino de servir al conjunto”. 

El arte de ver el arte 

Si La intimidad del nodos ha supuesto, en su concepción y en su puesta en marcha, un ejercicio para los estudiantes de Bellas Artes, también lo es para el visitante, para el aficionado al arte que visite la sala. Y es que si la colectiva se contempla como doce compartimentos estancos, cada uno de los cuales con su propio mensaje, se perderán muchísimos matices y lo esencial del discurso. 

Las obras respiran entre ellas y delimitan sus espacios, pero extienden ciertos hilos invisibles hacia otras que las relacionan y a través de los cuales comparten información, como si de una red neuronal se tratara. Entre sí tratan de ir construyendo un camino lógico e intuitivo a través de la sala de exposiciones, a base de contrapesarse y complementarse en lo estético, y que de algún modo guían al visitante en su trayecto. “Todas las series están interconectadas entre sí, pero hemos jugado con que la relación de las que están situadas unas junto a otras se percibe mucho más. Así que están dispuestas de forma que se contrapesan, por la expresividad, por la temática, por la concepción e incluso por asuntos únicamente estéticos”, explica Covaleda. 

Doce nodos conectados

Una vez analizada y experimentada la unidad de la exposición, tampoco hay que obviar que el tejido está compuesto de doce elementos individuales, creados por Alba Mozas, Nieves Pérez, Lidia Goñi, Alejandra Balaguer, Laura Esporrín, Sofía Gregorio, Sofía Ozcoz, Daniel Jiménez, Silvia Pelillo, Ana Arenas e Ignacio Simón. 

Alba Mozas aporta la serie fotográfica Ardilla, que pudo verse en Caja Rural durante el Festival Teruel Punto Photo 2017 de Teruel. En ella trabaja el concepto del cuerpo humano, del desnudo, de la autocensura y del cambio que provoca que determinadas partes de una imagen se borren o diluyan como reflejo de su desaparición en la memoria, a través de varias imágenes en la que Mozas el creadora y modelo al mismo tiempo, editadas digitalmente. 

Bajo la levedad de esa imagen tenue que desaparece se sitúa la gravedad material de una instalación de Nieves Pérez realizada con ladrillos de barro, que responde a su concepción de la propia idea de nodo. Dispuestos de forma radial, un cuerpo geométrico central irradia los vectores que unen con los nodos de alrededor. Pérez también reflexiona sobre la unidad de la pieza, que a su vez se compone de elementos –ladrillos–, en apariencia semejantes pero cada uno con un tono y forma individual–. 

Una de las piezas más minimalistas e icónicas de la exposición es Ruptura, de Lidia Goñi. Se trata de una figura esferoide de apariencia cerámica, partida por la mitad y cuya sección revela que en realidad está realizada en madera. Su discurso gira en torno a las apariencias, a la transformación y al hecho de que una determinada piel puede cambiar la impresión superficial y alterar la naturaleza percibida en un objeto. 

En apariencia la piel externa también es uno de los temas de Alejandra Balaguer, que aporta varios autorretratos en los que ella misma parece asfixiarse por una película que la envuelve. El espacio que rodea el retrato está embarullado, compuesto por pinceladas sin definición dejando sin aire la composición pictórica, y expresa la búsqueda de la ubicación como artista, del reconocimiento de esa condición.

Laura Esporrín juega con el tiempo a través de la materialidad en una instalación compuesta por varillas de metal, única que ha sido realizada ex profeso para la exposición colectiva. A priori puede parecer que están engarzadas de forma azarosa, pero su número, su longitud y el espacio que existen entre unas y otras tienen que ver con el paso del tiempo vital de la estudiante.  Cada varilla representa uno de los años que lleva viviendo, las primeras son regulares en base a que en sus primeros años de vida no existe autoconsciencia de ella, y conforme se avanza se acortan o alargan en función de las experiencias vitales que han tenido lugar en cada período. El discurso de las sombras que la instalación proyecta en la pared también tiene contenido expresivo sobre el reflejo y la duplicación de los años vividos en otras personas o entornos. 

Por su parte, Sofía Gregorio trabaja con una serie de fotografías de larga exposición, en espacios más bien oscuros y sugeridos. Imágenes muy intimistas, de perfiles poco definidos y donde los elementos que con más claridad se perciben denotan el paso del tiempo, con unas puestas de escena cuidadosamente reflexionadas y planteadas. 

Sofía Ozcoz también utiliza la fotografía en blanco y negro como vehículo, aunque con una finalidad diferente. Divide en tres partes una serie en la que aparecen diferentes tatuajes, a través de los que refleja diferentes aspectos como la estética, el significado de la perdurabilidad, el proceso violento a través del cual la tinta penetra en la piel, o la intimidad de unas marcas, en ocasiones, invisibles durante la mayor parte del tiempo. 

Daniel Jiménez aporta a La intimidad del nodos una serie de representaciones del cuerpo humano en dibujos, con vectores que representan líneas de fuerza que escapan de determinados centros de gravedad concretos, y dialogan sobre la interconexión de los individuos a través de las miradas, o de determinados ejes que se forman proyectando algunas de sus extremidades. 

Una de las instalaciones más subjetivas y personales es la de Silvia Pelillo, que expone tres imágenes en las que narra sus problemas para conciliar un sueño tranquilo. Dos de ellas reflejan la inquietud de las pesadillas hasta el punto de provocar la sensación de molestia y desasosiego en el espectador. Están intervenidas a través de la pintura, como elemento modificador de la realidad por parte del artista, y la tercera fotografía simboliza la automutilación y la autolesión, producto de la desesperación. 

Por su parte Ana Arenas presenta una reflexión sobre la anorexia que está a caballo entre la instalación y la performance. Consiste en unos cadáveres dibujados, cubiertos de una tela fina pintada a modo de retrato. Los asistentes a la exposición estarán invitados a rasgar dicha tela, como una metáfora de la destrucción del cuerpo y también del estigma social al que en ocasiones se enfrentan estos enfermos. 

Por último, Ignacio Simón participa en la exposición con una serie de retratos con un tratamiento especial que convierte los cabellos en una especie de paisaje velado, representación de la turbulencia de ideas que fluyen y se revuelven en torno a sí.