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José Baldó

Han pasado 26 años desde el estreno de Lock & Stock, la película que puso en el mapa a su director Guy Ritchie y lo convirtió en la gran esperanza del cine británico. Una cinta rompedora que aportaba un soplo de aire fresco al cine de mafias y deslumbraba por su ritmo endiablado y su arrollador sentido del humor. Con su segundo film, Snatch. Cerdos y diamantes, Ritchie confirmaba su talento para los argumentos demenciales y las actuaciones pasadas de rosca. Con un Brad Pitt insuperable ejerciendo de boxeador gitano con problemas de dicción, la película dinamitaba los tópicos del género y consolidaba a su director como un cruce bastardo entre un Tarantino con acento cockney y un Scorsese puesto de speed hasta las trancas.

Todo resultaba idílico en la carrera del realizador inglés hasta que estrenó su siguiente película. Barridos por la marea, protagonizada por su exmujer Madonna, fue un fracaso de crítica y público que a punto estuvo de poner fin a la filmografía del cineasta.

Por fortuna, Ritchie supo reponerse del duro traspié y adaptarse a los parámetros del cine más convencional sin perder su vitola de autor con sello propio. Ha tenido los arrestos de convertir a Robert Downey Jr en Sherlock Holmes, y a Will Smith en el genio de la lámpara de Aladdin.

A su vez, nos ha dejado algunas de las cintas más estilizadas (y mejor rodadas) del cine de acción reciente: entre ellas, RocknRolla, Rey Arturo, Despierta la furia o, su último estreno, El pacto.

Ahora, Ritchie decide probar suerte en la pequeña pantalla y lo hace con el spin off de una de sus películas más celebradas, The Gentlemen. Instalada en el mismo universo que el film homónimo protagonizado por Matthew McConaughey, la nueva producción de Netflix recupera ese mundo demencial en el que aristócratas y gánsteres comparten el negocio del tráfico de marihuana.

El ‘toque Ritchie’ en formato serie

La vida de Edward Horniman da un giro radical cuando su padre muere y hereda el título nobiliario de la familia y la enorme finca donde viven. Una mansión rodeada de un amplio terreno donde se ocultan los turbios negocios que mantenía su progenitor con una peligrosa organización criminal. Todo un imperio dedicado al cultivo y comercialización de cannabis que reportaba sustanciosos ingresos a un aristócrata en horas bajas.

En un principio, Edward intenta zanjar sus relaciones con la mafia, pero conforme se adentra en ese submundo oscuro y violento descubre que es capaz de lidiar con las situaciones más peligrosas e, incluso, sentir cierta atracción por el crimen.

Al igual que en la película original, la serie se beneficia de un reparto impecable de actores que se ajustan como un guante a los personajes excéntricos, casi caricaturescos, que desfilan por la pantalla. Theo James da vida al joven heredero; la estrella de la saga Divergente cumple con solvencia como el hombre de principios y buen corazón que debe ensuciarse las manos de sangre para proteger a su familia. Junto a él, Kaya Scodelario interpreta a Susie Glass, la auténtica jefa de la función, la femme fatale astuta, fría y dura como el diamante que une fuerzas con el protagonista e intenta mantener su lucrativo negocio ilegal.

Cerrando el triángulo está Freddy (Daniel Ings), el hermano mayor de Edward, un adicto a la cocaína ahogado por las deudas y por unos acreedores que tan pronto lo encierran en un congelador como lo obligan a vestirse con un ridículo disfraz de gallina.

The Gentlemen es puro Ritchie: violenta, frenética y libre de sutilezas. Una serie excesiva y cafre que hará las delicias de los que somos hooligans del cineasta inglés. Para el resto, tendrá el mismo interés que ver a un puñado de hijos de la Gran Bretaña practicar balconing en los hoteles de Magaluf.