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"Nada de lo que haga servirá" (indefensión aprendida y bloqueo)

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Grupo Psicara

Por Berta Maté Calvo

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. El tema de hoy guarda estrecha relación con los mecanismos de supervivencia que tenemos como especie.

El psicólogo americano Martin Seligman estudió, a través de un experimento, qué reacciones aparecían ante agresiones del entorno. Su estudio estaba compuesto de perros que, en jaulas de laboratorio, recibían una serie de choques eléctricos sin poder hacer nada para pararlos. Cuando más adelante los perros sí que tenían la opción de escapar de esas descargas eléctricas, se observaba como acababan resignándose ante ese dolor y se mostraban apáticos sin hacer nada para salir de la situación. Seligman llamó a este fenómeno “indefensión aprendida” y lo que vino a esclarecer fue que ante una amenaza continuada, la víctima puede llegar a creer que no hay nada que pueda hacer para salir ilesa.

En estas situaciones, aparece el miedo mezclado con impotencia, que puede resultar difícil de afrontar. Parece que es un miedo sin solución, que nos paraliza, con el que nada se puede hacer. Y ese tipo de miedo da mucho miedo.

Sin embargo, en función de cómo entendamos la parálisis, esta puede llegar a salvarnos la vida. Literalmente. Y aquí es donde tenemos que viajar a los mecanismos de supervivencia más primitivos que todavía funcionan en nosotros, los humanos de hoy en día. Schauer y Elbert definieron un concepto al que denominaron “la cascada defensiva”. 

Estos autores explicaron que, cuando se trata de defendernos de una amenaza, no funcionamos de una sola manera, ni siempre de la misma, ni de repente. Más bien las reacciones de defensa se producen de forma dinámica, en cascada, variando en función de cómo se va tornando la situación (por ejemplo: cuánto de peligrosa es la amenaza que tengo delante, cuánto de cerca o lejos la tengo, qué posibilidad de éxito o fracaso hay al enfrentarla, etc).

Este mecanismo de defensa es más sencillo de comprender si nos remontamos cientos de miles de años y pensamos en hombres de cavernas que se enfrentaban a depredadores. La secuencia sería la siguiente:

-Inmovilidad: Cuando sucede algo que se sale de lo ordinario (como escuchar un ruido fuerte), lo primero es enfocar la atención hacia ello, de la manera más sigilosa posible, para valorar si es inofensivo o peligroso. Estaremos quietos para evitar que nos pueda hacer algo.

-Lucha: Si el estímulo del que estábamos hablando sí que es peligroso (un animal en el bosque), pero podemos vencerlo, el primer instinto es combatir. Pero esta no puede ser la única estrategia de afrontamiento, pues nos hubiésemos extinguido hace mucho tiempo.

-Huida: Si el animal es lo suficientemente grande o tiene fuertes garras y colmillos, no sería coherente pelear. Aquí el miedo sube más aún y prepara a los músculos para correr. Por supuesto, tenemos que valorar que podamos correr más que aquello que nos amenaza.

-Congelación/bloqueo: A veces, ante el peligro que tenemos delante no es razonable ni luchar, ni huir, por lo que volvemos al estado de inmovilidad, pero esta vez, con el miedo disparado al máximo. Esta situación no se puede sostener mucho en el tiempo puesto que es llevar al máximo exponente la parálisis y la tensión a la vez y el organismo no puede prolongar ese estado interminablemente.

-Sumisión: Lo que puede ocurrir si se sostiene en el tiempo es que el organismo no podrá mantenerlo y buscará el ahorro de energía, por tanto, aparecerá la sumisión. 

Un ejemplo real en el que observar algunas de estas reacciones puede ser el de un niño que habita una casa en la que hay violencia. Como las opciones de lucha y huida no son posibles, puesto que en la primera tendría todas las de perder y en la segunda no podría valerse por sí mismo fuera de la casa, es posible que entrase en un estado de congelación. Una de las peores consecuencias tanto de la congelación como de la sumisión es el hecho de habituarse a dicha situación amenazante y estresante. Cuando nos habituamos a algo, ya sea beneficioso o perjudicial para nosotros, lo que hace nuestro cerebro es normalizarlo. Como decía al inicio del artículo, esa normalización del daño es el estado de indefensión aprendida que sufrían los perros de las jaulas ante las descargas eléctricas.

Hay experiencias adversas en la vida, no solo en la infancia, que cumplen este patrón. También puede observarse en una relación de pareja tóxica o de abuso. La jaula podría ser el miedo a no valerse por uno mismo, la inseguridad en las propias habilidades para salir adelante o la incertidumbre de no saber qué pasará si se rompe la relación. El daño sería el maltrato ejercido por el agresor, en cualquiera de sus formas; físico, psicológico, económico,... Y, por ende, una de las consecuencias podría ser, nuevamente, la respuesta de congelación o la de sumisión.

Si las respuestas defensivas que hemos comentado son demasiado intensas o duraderas en el tiempo, pueden convertirse en un riesgo para la salud física y psicológica. Por ello, algo importante cuando se activan es conseguir volver al estado de normalidad siempre que el peligro haya pasado. Muy lamentablemente, no siempre es así y el peligro está presente con nosotros, se instaura, lo cual promueve que una persona pueda quedarse “estancada” en alguna de las reacciones que hemos visto. Otras veces, en las que hay más fortuna, el peligro sí que pasa y es una tarea individual permitirse salir de esos estados de defensa. Para ello, la amabilidad hacia uno mismo es una pieza clave puesto que la hostilidad y el reproche no ayudarán. Por ejemplo, machacarse con un “Me pasé, se me fue de las manos” por pelear, “Soy un cobarde, ¿por qué no lo afronté?” por huir, “¿Cómo no hice nada?” por el bloqueo o “Soy débil, lo permití” por la sumisión, dificultarán deshacer el nudo de emociones.

Recuerda que la compasión hacia uno mismo es una pieza que puede ser el primer paso hacia la liberación. Hiciste lo que pudiste con lo que tenías en ese momento, recuérdalo siempre. La toma de conciencia y el aprendizaje extraído cuando el peligro pasa es digno de mérito y, sin duda, es una herramienta más para la caja de recursos que tenemos cada uno. Ante la adversidad, todos lo hacemos lo mejor que podemos y sabemos.