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Barceló, Cortés y Ricol: tres supervivientes de Teruel en el campo nazi de las mujeres Barceló, Cortés y Ricol: tres supervivientes de Teruel en el campo nazi de las mujeres
Dos jóvenes visitan la exposición, ubicada en la sala de exposiciones de Alcañiz hasta el 21 de marzo

Barceló, Cortés y Ricol: tres supervivientes de Teruel en el campo nazi de las mujeres

El compromiso de las republicanas las mantuvo sin desfallecer hasta la liberación final de Ravensbrück
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El 15 de agosto de 1944, la oriunda de Veguillas de la Sierra Secundina Barceló fue enviada desde París hasta el campo de exterminio nazi de Ravensbrück en un gran convoy repleto de miembros de la Resistencia. Allí permaneció un mes realizando pesados trabajos hasta que fue trasladada a una fábrica de material de guerra donde fue esclavizada. Torbau, Abterode y otros kommandos externos fueron su cárcel, hasta que el avance de los aliados hizo que los nazis evacuaran el último campo donde fue vejada. Durante el trayecto de las columnas de la muerte hacia Checoslovaquia logró evadirse junto a otras compañeras que fueron rescatadas por el Ejército Rojo y las tropas americanas y que las repatriaron a Francia. La biografía de Barceló, junto las de otras turolenses como la anarquista de Mazaleón Soledad Cortés o la archiconocida Lise Ricol, nacida en Francia pero cuyos padres procedían de Cuevas de Cañart y Dos Torres de Mercader, inspira la exposición Resistentes y Deportadas que la Amical de Mauthausen muestra hasta el 21 de marzo en la sala de exposiciones del Ayuntamiento de Alcañiz.

La muestra fue realizada a partir de un viaje de la Amical a Ravensbrück, conocido como “el campo de las mujeres”, acompañando a la superviviente Neus Català en 2003. A través de su libro De la resistencia y la deportación, ella da voz a las 120 españolas que fueron deportadas allí, casi todas tras haber sido detenidas y encarceladas en Francia por actividades de resistencia contra la ocupación nazi. Posteriormente se decidió su deportación a este lugar de los horrores, situado unos 90 kilómetros al norte de Berlín, para ser utilizadas como mano de obra esclava. Entre las 130.000 mujeres que fueron a parar allí se contaron una docena de aragonesas y estas tres turolenses.

La exposición es un homenaje a la historia de la resistencia y un ejercicio memorialista sobre la deportación femenina, a partir de la trayectoria de mujeres de diferentes nacionalidades de Europa, con especial énfasis en las mujeres republicanas españolas y en la historia y evolución del campo de Ravensbrück. Combina información histórica con textos y dibujos extraídos de obras de las propias deportadas.

Hacinadas en un convoy

Es el caso de Neus Català, que en su libro nombra a Soledad Cortés al recordar a las compañeras españolas que, con ella, partieron en unas condiciones deplorables a Alemania deportadas en un convoy que salió el 31 de enero de 1944 de la estación de Compiègne:

“De allí saldríamos, hacia Ravensbrück Coloma Seros, Carmen Cuevas, Amalia Perramón, Sole, Herminia Martorell, Rosita Da Silva, Alfonsina Bueno, Sabina González y su madre Carmen Bartolí, Carlota Olaso, Rita Pérez y otras que no tuve tiempo de conocer. Cinco días estuvimos esperando y vislumbrando que lo que habíamos sufrido no era nada para lo que nos esperaba”, relata Català en sus memorias.  

“Hacinadas, vivíamos de un cuarto de pan y de agua por día, para beber y lavarnos. Sin higiene y sin aire, aquello fue la antecámara de la muerte (…) Seríamos embarcadas casi 1.000 mujeres en vagones de ganado; 80 mujeres en cada vagón. Eran los últimos días de enero del 44, helado y triste. Nuestros bártulos: un cubo de carburo vacío para nuestras necesidades, que se vertía constantemente encima de un puñado de paja, por litera. Una aspillera de 50x30 centímetros nos suministraba el aire que por turno íbamos a respirar. Sin comer y sin beber, así estuvimos tres días”

Según explica la ficha de Soledad Cortés en la web www.aragonesesdeportados.org, este grupo ingresó en el campo el 3 de febrero. A Soledad le fue adjudicada la matrícula 27099 y permaneció en Ravensbruck hasta que, a primeros de septiembre, fue transferida, junto a un centenar de deportadas de diferentes nacionalidades, al kommando Zwodau, donde se le asignó la matrícula 51787.

La explotación de Siemens

Zwodau dependía del campo de Flossenburg, estaba ubicado en la actual Svatava (República Checa) a unos 145 kilómetros al este de Praga y había sido creado, en 1944, en unas instalaciones de la empresa Siemens con la finalidad de explotar el trabajo esclavo de las deportadas mediante la producción de componentes para los motores y equipos de navegación de los aviones de la Luftwaffe (fuerza aérea de Alemania).  

Allí las hallaron las tropas de la 1º División de Infantería americana. Un millar de reclusas hambrientas, muchas en un lamentable estado de salud, por lo que actuaron rápido para alimentarlas y atenderlas médicamente.

Cortés fue repatriada a Francia, donde siguió formando parte del colectivo republicano que permanecería en el exilio. Falleció en París en 1966 después de cumplir 50 años.

La historia de la vecina de Mazaleón llegó a la Amical a través de un grupo de investigadores de Mazarrón que estaban siguiendo las identidades de personas originarias de la localiadd murciana. Sin embargo, no lograban ubicarla en ninguna familia mazarronera y finalmente observaron que, en una actualización, la web de la Fundación para la Memoria de la Deportación la situaba como nacida en Mazaleón. El Juzgado de Paz de la localidad matarrañense confirmó la procedencia de Soledad.

Sus padres, Francisco y Joaquina, eran campesinos y estuvieron vinculados a la CNT, igual que todos sus hijos, y formaron parte activa en las colectividades que funcionaron en la localidad durante varios meses de la guerra civil. Soledad militó en las Juventudes Libertarias locales. Cuando se rompió el Frente de Aragón, en marzo de 1938, huyó de Mazaleón y buscó refugio en Cataluña. A principios de 1939 se exilió en Francia, donde tras la ocupación alemana colaboró con la Resistencia, por lo que fue detenida, encarcelada y deportada.

Valentía frente a las palizas

Por su parte, Secundina Barceló nació en Veguillas de la Sierra en 1910, poco antes de que su familia emigrara a Barcelona. A los 13 años ya trabajaba en una fábrica en el barrio de Gracia y después fue contratada en la empresa Can Pich y Aguilera. Militante de la UGT, foró parte del comité de empresa durante la guerra. Con la retirada se exilió en Francia junto a su compañero Rafael Laborda.

Éste fue detenido y encarcelado en la Bretaña, donde realizó sabotajes, Fue detenido y encarcelado, y Secundina correría la misma suerte el 19 de julio de 1944. Durante dos semanas permaneció en las oficinas de la Gestapo en Orleans, donde sufrió torturas que la dejaron muy maltrecha. Pero no delató a sus camaradas resistentes pese a que, como ella misma cuenta en el libro de Neus Català, se ensañaron con ella. Bofetadas, puñetazos, quemaduras con cigarrillos en los brazos fueron caricias comparados con la matraca, el lavabo o el suplicio de la bañara. Pero ella no dio ningún nombre ni dirección en 15 días de martirio, pese a que la amenazaron con ahorcar a su hijo. “Mi cara estaba hinchada y desfigurada debido a los golpes recibidos. Mis camaradas me reconocieron por los zapatos”, relata en De la resistencia y la deportación.

Fue trasladada a la prisión de Fresnes y el 15 de agosto de 1944 se formó un gran convoy en la estación de Pantin (Paris), con 1.654 hombres y 543 mujeres. Hacinados en vagones de ganado, emprendieron un viaje que duró siete largos días por las dificultades que encontró el tren para avanzar ante los ataques de la resistencia y los bombardeos sobre las líneas férreas. El día 20 de agosto los hombres fueron desembarcados en Buchenwald y las mujeres siguieron ruta hacia Ravensbrück, donde ingresaron el día siguiente. Además de Secundina en este transporte fueron deportadas otras dos españolas: Anunciación Iriberri, de Castro Urdiales, y Mari Carmen Van Hall, de Alicante. A Secundina le adjudicaron la matrícula 57610.

Según el testimonio de la turolense, en Ravensbrück permaneció un mes. Después fue esclava en una fábrica de material de guerra y anduvo por diferentes kommandos. “Ante el avance de las fuerzas aliadas, las autoridades nazis del campo de Markleeberg –donde trabajaba de día con un pico y una pala y por las noches, como suplementeo, en la descarga de vagones de carbón– decidieron evacuar éste y salimos caminando por las carreteras, según parece en dirección a Checoslovaquia. A los varios días de marcha, y en compañía de otras tres deportadas (francesas), conseguimos escaparnos de la columna y atravesar bosques y caminos”.

Llegaron a un campo de trabajadoras voluntarias en el que les dieron de comer y las escondieron ocho días, hasta la llegada de los soviéticos. Con ellos, “volvimos a ponernos en camino, hasta llegar a un hospital de campaña americano, de donde pocos días después pudimos ser trasladadas a Francia, llegando a París a fines de 1945 y, como todos los deportados, acogidos en el hotel Lutetia”, relata en el ibro De la resistencia y la deportación.

Pese a todo lo vivido, Secundina no desfalleció y formó “parte activa de grupos de resistencia al trabajo para el potencial de guerra nazi, sabotajes, etc”. En la medida de las posibilidades, “ayudé a las camaradas más débiles o castigadas y, sobre todo, en el apoyo moral a aquellas que más lo merecían por su actuación anterior y que caían, ante nuestra espantosa situación, en el desespero y la pérdida de perspectivas para continuar la lucha”. Este trabajo “permitió, en la mayoría de los casos, recuperar fuerzas morales y poder resistir hasta la liberación”, apostilla. Secundina falleció en Paris el 13 de mayo de 1998.

El compromiso de Lise London

Para quienes están familiarizados con la historia de las deportaciones, sobran las presentaciones cuando aflora el nombre de Lise London, o Lise Ricol –su nombre de soltera antes de contraer matrimonio con el brigadista internacional Artur London–.

Fue una mujer “luchadora de la libertad hasta los últimos momentos de su existencia”, explica el historiador y miembro de la junta de la Amical de Mauthausen Juan Manuel Calvo.

Lise nació en Borgoña en febrero de 1916 y murió en París en 2012. Hasta allí habían emigrado sus padres, procedentes de Cuevas de Cañart y Dos Torres de Mercader, pedanías de Castellote. En 1934 fue enviada por el Partido Comunista Francés a Moscú para trabajar como mecanógrafa y traductora en el seno del Komitern. Contaba solo con 18 años y estaba casada con otro militante francés del que se divorciaría al conocer al joven dirigente checo Artur London. A partir de entonces comenzaría una historia de amor y compromiso.

Vivieron la guerra civil española en las Brigadas Internacionales y, posteriormente, formaron parte de la resistencia francesa durante la invasión nazi. Ambos fueron deportados a los campos de Ravensbrück y Mauthausen. En la guerra fría, Artur pasó a ocupar el cargo de viceministro del Gobierno checo y sufrió una purga estalinista que le llevó a pasar años en la cárcel acusado de espionaje y traición. Lise le esperó y luchó por su rehabilitación pública. Durante 20 años vivieron en París.

Lise describió sus experiencias (conoció en persona a Stalin y a Ho Chi Min, entre otros) en dos libros titulados Roja Primavera y Memoria de la Resistencia, de la serie La Madeja del Tiempo, publicados en 1996 y 1997.

El programa Amarga Memoria del Gobierno de Aragón recuperó en 2009 en imágenes la memoria de esta testigo a quien ya en 2003 el Ejecutivo regional reconoció la contribución a la lucha por la democracia y las libertades.

Lise mantuvo una vocación de explicar la barbarie para que nunca más vuelva a suceder algo parecido, haciendo especial hincapié “en el recuerdo de las compañeras que hallaron la muerte en el campo y en el sufrimiento padecido en las largas marchas a las que se vieron forzadas en medio del frío, la nieve y los asesinatos de los SS, en los días previos a la liberación”, explica Calvo, a quien le “impresionó la fortaleza de su discurso, la vehemencia en la denuncia de los crímenes nazis, la sinceridad en el recuerdo de las camaradas sacrificadas y la energía en el llamamiento a los jóvenes para impedir todas las injusticias presentes”. 

“El legado de su recuerdo es un acicate personal para quienes tuvimos la suerte de conocerla y es responsabilidad nuestra mantener el sentido de su compromiso”, concluyó Calvo.

Los horrores de Ravensbrück: allí murieron 90.000 mujeres

El campo de Ravensbrück estaba situado en las cercanías de Fürstenberg, a unos 90 kilómetros al norte de Berlín, según se explica en un fragmento del libro Dentro de poco os podré abrazar. Supervivientes aragoneses de los campos nazis, editado por el Centro de Estudios Locales de Andorra (Celan) y escrito por el historiador y miembro de la junta de la Amical de Mauthausen Juan Manuel Calvo.

Tal como explica el investigador ejulvino, la construcción de este campo se inició en la segunda mitad de 1938 y en la primavera de 1939 llegó el primer contingente de prisioneras opositoras al Reich. Inmediatamente después, grupos de gitanas con sus hijos, llegando albergar en octubre a unas 10.000 internas. En los seis años en que estuvo funcionando contó con más de 130.000 prisioneras originarias de toda Europa.

Las instalaciones se fueron ampliando constantemente: en 1941 empezó a funcionar el campo destinado a los hombres por el que pasaron unos 20.000 prisioneros y, en la primavera de 1942, se añadió el campo de Uckemark, que albergó un millar mujeres, jóvenes y niños.

Dentro de este templo del horror hubo un “recinto industrial” donde las prisioneras eran obligadas a realizar labores relacionadas, principalmente, con la confección. La empresa Siemens Halske había construido fuera del recinto varias naves industriales donde los deportados y las deportadas trabajaban en unas condiciones infrahumanas. Más de 40 kommandos externos dependían del campo central y en ellos las prisioneras eran obligadas a trabajar como esclavas, coincidiendo, en ocasiones, en las cadenas de producción con trabajadores libres.

Un “infierno de mujeres”

Ravensbrück se convirtió en un verdadero “infierno de mujeres”, según el testimonio de Neus Català. Se calcula que murieron allí unas 90.000 internas, ya fuese mediante asesinatos selectivos, por el hambre, las enfermedades, los experimentos médicos o por las condiciones extremas en las que trabajaban. A partir de abril de 1943 se construyó el crematorio y la cámara de gas se instaló a finales de 1944.

En la primavera de 1945 la Cruz Roja Internacional evacuó a unas 7.500 prisioneras y posteriormente se ordenó la evacuación del campo iniciando largas “columnas de la muerte” con trágicas consecuencias para muchas de las internas que tenían que avanzar con frío, sin apenas comida, en medio de los bombardeos aliados y temiendo ser ejecutadas por sus vigilantes. El campo fue liberado finalmente por el Ejército Rojo el 30 de abril de 1945, encontrando a más de 20.000 prisioneras enfermas que habían sido abandonadas a su suerte.

En Ravensbrück se añadió el drama de la presencia de numerosos niños. Algunos de ellos habían nacido en la prisión y llegaron al campo con sus madres, pero aproximadamente unos 600 bebés nacieron en el campo y la mayor parte de ellos fueron asesinados o murieron enfermos o de hambre, ante el sufrimiento impotente de sus madres y de las compañeras internas que se esforzaban por atenuar su dolor.