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El confinamiento en Valdeltormo como ejemplo de lo que pasa en los pueblos: cuatro pregones y cambios en las rutinas

Poca gente en la calle, vecinos que le hacen la compra a ancianos y comercios que adoptan medidas preventivas
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"Buenos días Valdeltormo". Así comienzan todos los pregones que hace Jesús García en este pueblo del Matarraña (270 habitantes). Así comenzó el primero de los cuatro que el alguacil realizó por la mañana en el primer día de confinamiento de la población por el estado de alarma. Todos relacionados con el COVID-19. A las once llegó el primero, un aviso "urgente" del centro comarcal de servicios sociales de la Comarca del Matarraña: advertencia a todo el vecindario de que "nadie de Cruz Roja pasa a hacer test del  coronavirus a domicilio. Es una estafa".

En apariencia, la actividad en este pequeño pueblo de Teruel apenas ha variado desde la semana pasada. Lo que han desaparecido de las calles son las rutinas de paseo diario de muchos vecinos, que se han terminado o se han visto limitadas a la mínima expresión. Muy poca gente por las calles, salvo aquella que se dirige al comercio de comestibles o a la panadería. 

Las carpinterías, los talleres y la fábrica de aceite trabajan en su horario habitual y todo parece normal de puertas afuera, aunque de puertas adentro se han notado ligeros cambios -de momento no muchos- principalmente relacionados con los suministros y la seguridad y prevención en el trabajo.

Después del primer pregón de la mañana, Celeste, 78 años, se asoma a la puerta de casa "a respirar un poco de aire, porque en casa me ahogaba", cuenta. Da un solo paso fuera del portal, no más, el suficiente para aspirar el aire de una mañana que ha amanecido soleada, aunque fresca. En casa, de tanto mirar la televisión, reconoce, le ha cogido miedo a la pandemia "Que yo enseguida tengo miedo de todo, no como mi marido que es más valiente", confiesa, mientras se pregunta “cómo nos ha llegado esto hasta aquí; hemos pasado de no tener nada a tener que quedarnos en casa sin salir".

La vida de Celeste ha cambiado en las últimas 48 horas. Encargada del cuidado de la iglesia, el domingo ya no hubo celebración. Ayer ya no salió a pasear como de costumbre, como tantas otras mujeres que lo hacen a diario. "Lo hacía todas las mañanas, pero ahora me tengo que quedar en casa, y lo hago a gusto, porque quiero ayudar", asegura.

Nadie más en la calle, salvo un agricultor que vuelve de trabajar y un caminante esporádico que ha salido de casa (saltándose la prohibición). A 150 metros, ya en la plaza, el alguacil, que vuelve de hacer sus tareas diarias. 

A Jesús García no le ha cambiado prácticamente la vida en lo que a trabajo se refiere, porque “el pueblo sigue necesitando unos servicios mínimos, la diferencia ahora es que no puedes acercarte físicamente a la gente, hay que tomar unas medidas de seguridad, pero mi trabajo es el mismo: controlar los depósitos de agua, mirar las bombas, las cloraciones, lo mismo de todos los días...", relata.

El Ayuntamiento ha dado recomendaciones a la población: que la gente no se aglomere en tiendas, que se evite salir a la calle y que se mantengan medidas de higiene. Desde el jueves están cerrados todos los locales públicos: salón social, ludoteca, hogar del jubilado y también se ha restringido la atención ciudadana en las oficinas administrativas. Solo se atenderán cuestiones muy urgentes. El cierre de los espacios públicos ha traído consigo la suspensión de la actividad deportiva y de las clases de canto que da la maestra de música los lunes por la noche a la Coral.

Teresa Belando sale de su casa sobre las doce. Posiblemente, dice el alguacil, "Tere es la más perjudicada del cierre de todos los locales del pueblo". Regenta el bar del hogar del jubilado, cerrado desde el día 12, y también limpia el colegio público, que también cerró el el pasado viernes, así que su fuente de ingresos se reduce ahora a la limpieza del centro médico, la única instalación que está abierta -con visitas restringidas para temas muy urgentes- y donde ya le han solicitado que incremente las horas de limpieza. Lo que más desea es que "la gente haga bondad y esto se acabe cuanto antes".

Los ingresos del bar de los pensionistas que percibe esta mujer, "aunque fueran pocos, me iban muy bien, porque en el bar siempre había gente, cada abuelo hace un café, alguno hace una segunda ronda y siempre va bien, aunque sea un mínimo. Ahora hay que ver cuánto dura todo esto", se resigna.

A las doce y pico suena otro bando en el pueblo. El alguacil lee nuevos avisos: el mercado semanal de fruta y verdura de los martes se mantiene en el horario habitual, pero con la recomendación de que los clientes mantengan una distancia de metro y medio entre ellos, usen guantes y que sólo una persona por unidad familiar realice la compra". El Ayuntamiento comunica también a las personas que por edad o enfermedad no puedan realizar compras, avisen al consistorio y les llevarán la compra a casa.

A 50 metros de la plaza está la farmacia de José Ángel Ejarque. El farmacéutico atiende a mediodía a Encarna Giménez, que hoy le hace la compra de medicamentos a Enriqueta y a su marido, dos ancianos de 83 y 84 años que desde el viernes no se han movido de casa. La hija del matrimonio trabaja "y hoy les ha recogido ella el pan, pero yo me he ido a la farmacia a comprar los medicamentos, porque tenemos que ayudarnos", enfatiza esta mujer. “Con todo esto del coronavirus, mejor se quedan en casa por prevención y como ya están acostumbrados la verdad es que lo llevan muy bien", cuenta Encarna, que les ha recomendado que no cojan más medicamentos de los necesarios, porque no hay desabastecimiento. Encarna apela a la paciencia y añade: "si un medicamento no llega por la mañana, lo hará por la tarde", dice mirando al farmacéutico, que asiente con la cabeza.

José Ángel Ejarque asegura que la botica está abastecida, aunque algún medicamento está en mínimos y "no se nos está sirviendo", pero hay otros para sustituirlo a los que faltan. El mayor "agobio" en el sector farmacéutico se vivió el jueves, cuando "la gente empezó a comprar" a la desesperada "y las farmacias tuvieron que pedir más de la cuenta", lo que provocó que los almacenes no pudieran abastecer de todo lo que se solicitó. "El viernes no nos llegó la Couldina, pero el lunes sí, y sobre todo lo que están faltando son las cubetas donde llevan los medicamentos. Nos piden que las devolvamos enseguida, porque se han disparado los pedidos”, relató.

Cerca de la una, Jesús vuelve a pregonar. Ibercaja recomienda usar la banca online o los cajeros, pero en este pueblo ni la oficina de Ibercaja ni la de Caja Rural tienen cajero. Para operativa presencial, hay que solicitar cita previa. En el mismo pregón se comunica la suspensión del punto limpio móvil hasta nuevo aviso y que el cambio de horario en la recogida de basuras.

Menos clientes de fuera y trabajar a metro y medio

En un pueblo como éste, acostumbrado a que haya poca gente en la calle, no parece un día especial. Mujeres que regresan de hacer la compra, que van a la panadería a comprar el pan, a la tienda... En la calle se escucha la hormigonera trabajar. Se está renovando todo el pavimento de una calle y José Luis Ibáñez y sus dos trabajadores siguen haciendo su trabajo tal y como lo dejaron la semana pasada, con una salvedad: se mantienen a distancias de un metro y medio entre ellos. 

El empresario seguirá trabajando en la renovación del pavimento de la calle y cuando esta faena se acabe valorará qué hacer. "Si el estado de alarma continúa, veremos si seguimos trabajando o paramos, porque he tomado la decisión de no ir a trabajar a domicilios por el tema de la proximidad con la gente. En la calle y al aire libre, es distinto", relata, cerca de la hora de comer, mientras terminan de empedrar un tramo de la vía pública.

Que se haya permitido la apertura de las tiendas de comestibles ha ayudado a mantener cierta normalidad, si bien "la gente ha tomado sus propias precauciones", explicaron Yésica Calahorro y Araceli Albesa, esta última propietaria de panadería Albesa.

Tanto en la panadería como en la tienda del pueblo -ambas en la carretera nacional 420- este primer lunes de confinamiento fue "tranquilo", un poco más de lo normal debido a que el tráfico por la carretera  se ha reducido. "Ha venido la gente del pueblo a comprar el pan y algún transportista que ha parado, pero muy poca gente más. Eso sí, muchas personas han decidido comprar hoy para dos días para no tener que salir de casa el martes y muchos, cuando han llegado a la puerta, se han esperado fuera si han visto que había gente dentro", relataban la propietaria del establecimiento y su trabajadora. Otro dato destacable es que "los clientes han venido de manera muy fluida".

Esta panadería no ha recibido instrucciones sobre cómo actuar estos días, así que las medidas se han adoptado por iniciativa propia. En la tienda que la propietaria tiene en Alcañiz "se sirven cafés, pastas o pan, pero solo para llevar, y hemos retirado hasta el periódico para que nadie se quede leyendo". Tanto Araceli como Yésica usan guantes para dar el cambio y el pan y "evitamos dar conversación a la gente para que los que entren compren y se marchen enseguida". Lo que se ha intensificado también es el lavado de manos con alcohol desinfectante cada vez que salen del obrador a servir a algún cliente.

A unos metros de esta panadería está la tienda de comestibles de Yolanda Celma. El de ayer fue un día tranquilo, aunque "los lunes ya lo son por sí mismos", explicó la propietaria. Un lunes normal y corriente en el que "de fuera no ha venido nadie".

Los suministros no han faltado, aunque las empresas que abastecen a este pequeño comercio han avisado de cambio de planes. "Desde Coalsa (en Alcañiz) nos han llamado para avisarnos de que en lugar de pasar la semana que viene van a venir esta por si acaso la próxima no se les deja salir de allí, por si las medidas son más duras, mientras que desde otro almacén de Zaragoza lo que nos han pedido es que tramitemos los pedidos por teléfono cuando lo normal es hacerlo en el mostrador". Por otra parte, "el matadero sigue trabajando, vamos a tener carne y lo que necesitemos", añadió la tendera.

El bar-estanco abre cuatro horas para vender lo único que puede: tabaco

En la misma carretera está el bar Foz, que tiene servicio de estanco. El domingo ya estuvo cerrado todo el día, y desde ayer abre dos horas por la mañana y dos por la tarde, "pero sólo como estanco; el resto del bar está sin luz, con la cafetera apagada, todo suspendido", contaban Óscar y Lourdes, la pareja que regenta el establecimiento desde el año pasado. Ambos desean "que la gente se conciencie y tome medidas, porque esto no es una broma", apuntó Lourdes, quien desea "que se pase rápido, porque ambos trabajamos aquí y tener el bar cerrado y parado significa no tener ingresos mientras seguimos pagando alquiler, luz, agua, todos los los suministros comprados y que no podemos vender”. Y “aunque nos congelen estos meses la cuota de autónomos, perdonárnosla no nos la van a perdonar", añade.

En los últimos días, lo que Óscar y Lourdes han vendido más de lo normal es tabaco. Los clientes del pueblo temieron el sábado quedarse sin él, así que muchos fueron los que hicieron acopio. "Como se puede pagar con tarjeta, hubo gente que compró dos cartones y alguno se llegó a llevar hasta tres", pensando que no habría donde comprar.

Un último pregón de Jesús a la una de la tarde avisa de que ha quedado suspendido el servicio de reparto a domicilio de butano como medida preventiva por el coronavirus. Quien lo necesite, debe desplazarse a las gasolineras más cercanas. También Caja Rural comunica que solo se atenderá en la oficina del pueblo los jueves durante dos horas y media. Para urgencias, hay que llamar por teléfono.