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Las secuelas invisibles del periodismo de guerra, a debate con Pampliega y Marginedas Las secuelas invisibles del periodismo de guerra, a debate con Pampliega y Marginedas
Antonio Pampliega en videoconferencia, durante su charla en el Curso de Periodismo de Alcañiz. P.A

Las secuelas invisibles del periodismo de guerra, a debate con Pampliega y Marginedas

Los corresponsales comparten en Alcañiz una visión sobre el trauma y la fragilidad del oficio
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En la segunda jornada del VII Curso Nacional de Comunicación y Periodismo Especializado de Alcañiz, el testimonio de dos corresponsales de guerra resultó ser un punto de inflexión en la reflexión de los bajoaragoneses que escucharon estas vivencias en el Teatro Municipal de la ciudad. Antonio Pampliega y Marc Marginedas relataron en Alcañiz sus experiencias como secuestrados durante meses en Siria por organizaciones yihadistas. En una sesión moderada por Eva Defior, directora del curso, ambos coincidieron en una misma conclusión: ningún reportaje justifica la pérdida de una vida y la salud mental debe ocupar un lugar central en el ejercicio del periodismo.

Un regreso difícil

Antonio Pampliega, periodista especializado en conflictos y actualmente al frente de Territorio Pampliega en Cuatro, narró su experiencia de los 299 días en los que permaneció secuestrado por Al Qaeda. Explicó que tardó un año en poder hablar del cautiverio porque antes necesitaba “cuidarse y dejar que lo cuidaran”. De aquella vivencia nació el libro En la oscuridad, con el que quiso aportar algo positivo a otras personas.

Pampliega diferenció entre los primeros 90 días, en los que estuvo acompañado por dos compañeros con los que compartía conversaciones y rutinas para sobrellevar la situación, y los últimos 203, cuando fue confinado en una celda de aislamiento. En esa etapa, —relató—, se intensificaron los malos tratos y la soledad le llevó a apoyarse en su fe, en la presencia simbólica de su familia y en la esperanza de volver a casa. Aseguró que hubo un momento en que llegó a considerar acabar con su vida, pero desistió al recordar a un amigo asesinado por el Estado Islámico y al pensar en su madre. Esa decisión de resistir marcó su camino hacia adelante.

Al reflexionar sobre lo vivido, señaló dos aprendizajes: primero, que “ningún reportaje vale la vida de un corresponsal de guerra”, recordando que empezó a cubrir conflictos en Irak con 25 años y fue secuestrado con 33, convencido entonces de una falsa invulnerabilidad; segundo, que cualquier detalle cotidiano cobra un valor incalculable cuando se ha estado a punto de perderlo todo, por lo que decidió decir siempre sí a los planes de amigos y familiares para recuperar la vida arrebatada.

El regreso a España, explicó, tampoco estuvo exento de dificultades. Aunque las pesadillas y los recuerdos eran evidentes, rechazó durante años la ayuda psicológica hasta que en 2021, cinco años después de su liberación, se puso en manos de un especialista. A día de hoy reconoce que convive con altibajos, e incluso en 2023 sufrió una nueva crisis. Esa experiencia le llevó a dar un ,paso al frente: visibilizar la salud mental en primera persona y sin tabúes. “Somos seres humanos, no máquinas, y tenemos la obligación de contarlo”, subrayó.

El periodista relató cómo durante su secuestro el miedo se multiplicaba porque, al no estar vinculados a una gran cabecera, temían que el Gobierno español se olvidara de ellos. Recordó que en muchos casos se llegaba a informar desde frentes activos por apenas 40 o 45 euros la pieza, lo que calificó de “injustificable”, y puso ejemplos recientes en los que medios se mostraban dispuestos a enviar reporteros sin pagar siquiera un seguro de vida. “Nadie se juega la vida por esa cantidad. Los medios no nos cuidan ni quieren hacerlo”, sentenció.

‘La decisión’ de ser feliz

La segunda ponencia dentro de este marco fue llevada a cabo por Marc Marginedas, periodista de El Periódico especializado en el mundo árabe-islámico y en Rusia, quien permaneció 178 días secuestrado por el Estado Islámico en Siria. A diferencia de Pampliega, contó con el respaldo de una redacción detrás, lo que le permitió acceder antes a terapia. Sin embargo, también sufrió síntomas asociados al estrés postraumático, como desorientación, hiperventilación o problemas de concentración. Confesó que, tras regresar, llegó a no recordar la dirección de la casa de su mejor amiga, a la que había visitado en numerosas ocasiones.

Explicó que, en su caso, fue esencial encontrar un sentido a lo vivido para poder procesar el sufrimiento. “Cuando eres objeto de odio incluso cuando has ido a ayudar, necesitas entender por qué”, señaló. Su psicólogo le aconsejó evitar el sensacionalismo y limitarse a hablar de información, no de detalles del secuestro. Eligió canalizar su experiencia a través de la escritura y de la investigación periodística, con libros como Rusia contra el mundo. Durante su cautiverio, recordó cómo la idea de trascender y de que “la felicidad es una decisión interna” le ayudó a sobrellevar cada día. Ese enfoque, junto le permitió relativizar la negatividad y avanzar en su proceso personal. “Mi vida es complicada, pero la acepto porque me da satisfacción hacerlo con el sentido que encontré en lo que viví”, afirmó.

Informar sobre el suicidio

Las periodistas María Miret, Yaiza Perera y Camino Ivars participaron en otra de las mesas redondas del Curso de Periodismo Especializado de Alcañiz moderado por la psicóloga María José Ochoa, experta en prevención y coordinadora del Grupo de Intervención Psicológica en Emergencias y Catástrofes del Coppa. Todas estuvieron de acuerdo en la necesidad de informar con rigor, sensibilidad y esperanza, evitando el sensacionalismo y priorizando siempre la vida.

 

María Miret, creadora del proyecto Almas Rotas, explicó cómo su trabajo en salud mental le llevó a abordar también el suicidio. Recordó investigaciones internacionales que han analizado la cobertura de este tema en medios de comunicación, concluyendo que la mayoría de periódicos no respetan las pautas deontológicas básicas. Subrayó que una información responsable puede ayudar a prevenir y concienciar, mientras que un tratamiento sensacionalista incrementa el estigma. “Se trata de contar sin herir, evitando los detalles y ofreciendo siempre recursos de ayuda”, apuntó.

Yaiza Perera, periodista de El Mundo y coordinadora de la serie Once vidas, recordó que “el trabajo periodístico puede salvar vidas, pero también generar un impacto irreversible”. Explicó que solo circunstancias muy concretas, como la muerte de una celebridad o la existencia de un problema social grave, pueden convertirlo en información de interés público. Sin embargo, advirtió de la paradoja entre el silencio absoluto y el ruido desmedido: cuando los medios informan de suicidios de personajes públicos, a menudo lo hacen con exceso de detalles, lo que aumenta el riesgo de imitación. Puso ejemplos como las muertes de Antonio Flores o Robin Williams.

Camino Ivars insistió en la necesidad de ponerse siempre “en la piel de la persona vulnerable”. Recalcó la importancia de incluir la palabra “esperanza” en la narrativa periodística y de ofrecer información sobre las posibilidades de recuperación y reintegración a una vida normal tras un intento.

El taller repasó un decálogo de buenas prácticas que plantea, entre otras pautas, reflexionar si el caso concreto es realmente de interés público, no publicar ni método ni lugar, huir del sensacionalismo, ofrecer información de ayuda, evitar simplificaciones y difundir mensajes de prevención y acompañamiento. “Cada expresión cuenta porque se dirige a personas vulnerables”, recordó Perera.