

Raúl Compés, vicepresidente de la Asociación Europea de Economistas del vino: “La DO Matarraña no debe compararse: tiene que vender territorio, ser única y con uva local”
Es época para “valientes” que se adapten a los nuevos consumos: cócteles, frescura y sin alcoholRaúl Compés es director del Instituto Agronómico Mediterráneo de Zaragoza y acaba de ser reelegido vicepresidente de la Asociación Europea de Economistas del Vino, que desde 2020 reúne a profesores, investigadores y expertos para fomentar el conocimiento y las relaciones entre los distintos actores. El 19 de mayo participó con una charla sobre los desafíos del sector vitivinícola en la inauguración de la bodega A Maru de Gasconne, en Cretas. Insta a la futura DO Matarraña a ser única y trabajar con variedades autóctonas, e invita a no sentar dogmas para abrir el consumo a los jóvenes.
-¿Qué se ha encontrado en A Maru de Gasconne?
-Un proyecto fantástico en una comarca fantástica y en manos de un promotor, Gonzalo Iranzo, que es un visionario. Ama el vino y estaba buscando un lugar ideal. Este proyecto es el símbolo de todo ese proceso. La bodega es muy bonita, el paisaje es extraordinario y las viñas y la materia prima, poco a poco, le van a permitir hacer el vino que él tiene en su mente. Su equipo técnico está capitaneado por un buen enólogo valenciano y aragonés, Juan Vicente Alcañiz.
-¿Es valiente este proyecto en un momento incierto en el sector del vino?
-Vamos a llamarle un momento de transformación, de valientes, de innovadores, de empresarios y de instituciones que sean capaces de adaptarse a las circunstancias, que sean capaces de elaborar vinos adaptados a las nuevas demandas de los consumidores. Vinos que procedan de viñas que expresen el territorio, el terroir, las condiciones ambientales, de gran calidad.
-¿Cuáles son las claves?
-El futuro del vino, a mi juicio, tiene tres parámetros. Uno es la sostenibilidad. Por otra parte, ser capaces de hacer vinos de gamas altas que van a tener siempre un mercado. Y después hay otro segmento de vinos que son para consumidores que tienen otras prioridades, que no están educados en la cultura del vino pero que pueden encontrar una bebida que pueda ser para ellos parte de la gastronomía, de la cultura y del mantenimiento de una tradición y una actividad económica que tiene muchísimo impacto para cualquier territorio donde hay bodegas. Éstas actúan como locomotoras que generan desarrollo local, rural, que atraen turismo de gamas altas, que emplean una mano de obra cualificada que tiene que hablar idiomas, que tiene que ser capaz de contar lo que está pasando aquí, que tenga dotes para la comunicación. Estamos en un proceso de cambio al que las bodegas se tienen que adaptar.
-¿Qué puede aportar el Matarraña y su futura denominación de origen al sector del vino?
-Matarraña es una palabra bonita, cada vez más conocida. Una comarca que tiene una asociación para muchos ciudadanos con un territorio mítico, histórico, mágico, turístico. Una zona oculta, que ha preservado sus atractivos naturales, sus pueblos históricos. Una comarca por descubrir. Ahora el paso siguiente es mostrar que hay un tipo de vino que es del Matarraña. Al final, una denominación lo que significa es lo siguiente: una uva que se ha producido aquí, en este medio ambiente que nos rodea –estas montañas, este microclima, este suelo–, que tiene que ser diferente al de otros lugares. Hay que encontrar su identidad, su unicidad. Uno, tanto en la vida como en el mundo del vino, no tiene por qué ser el mejor, ni compararse a otros. Pero tienes que ser único. Esa es la clave.
-¿La estrategia también va por el camino de recuperar variedades que han desaparecido de sus territorios de origen?
-Las variedades autóctonas se han venido cultivando aquí durante mucho tiempo, no son digamos importadas o que estaban de moda por razones comerciales. Los propios agricultores a lo largo de generaciones han ido adaptando las plantas que mejor funcionaban en estas condiciones. Por tanto, pensando en la sostenibilidad desde el punto de vista ambiental y agronómico hay que recuperarlas casi como una necesidad primaria. Algunas variedades importadas se han podido comportar bien en algún momento, pero mirando hacia los próximos años quizá no sean tan resistentes. En segundo lugar, hay un interés comercial. En el mundo se producen millones de litros de las grandes variedades. Pero realmente aportan poco valor añadido si en el mercado no se asocian con ese territorio. Tenemos que volver a encontrar lo que es nuestro, lo que forma parte de nuestra singularidad, algo que no vas a encontrar fuera. Ahora no tienes que vender una uva internacional, sino un territorio y una variedad. Es un binomio. Y eso solo lo puedes hacer con variedades locales. Ahora todos los centros de investigación del mundo de viticultura están trabajando en recuperar clones y ofrecer a los viticultores las variedades tradicionales adaptadas.
-¿Qué función tiene la asociación europea de la que es vicepresidente?
-Nos dedicamos a promover la investigación, el estudio, la divulgación de todos los aspectos económicos relacionados con el mundo del vino. Nos ocupamos de la rentabilidad de las bodegas y la viticultura, la distribución, el márquetin, la comercialización y el consumo; el comercio internacional y las políticas públicas que afectan al sector; el enoturismo, la cultura verde del vino, la gastronomía, el desarrollo rural y el impacto social. Es un amplio abanico que se puede constatar en congresos como el que hicimos la semana pasada en Zaragoza, en el que cien personas nos reunimos dos días para celebrar nuestra reunión anual.
-¿Qué consecuencias tendrían los aranceles de Estados Unidos si se materializan?
-El sector del vino depende mucho del comercio internacional, que cada vez es mayor. Las exportaciones han tenido un crecimiento increíble en el siglo XXI, tanto en volumen como en valor. Una de cada dos botellas que se beben en el mundo proceden de un país tercero, es un producto muy globalizado donde hay países productores que exportan mucho y hay países que son importadores. Eso significa que cualquier cambio en una política pública o comercial, como el aumento de aranceles, puede ser un shock equiparable a una guerra. España depende mucho de las exportaciones. El tema de los aranceles le es absolutamente hipersensible porque Estados Unidos es el mercado más grande del mundo para el vino.
-¿El consumo está en crisis?
-En los países tradicionales del mundo del vino, europeos y no europeos (Francia, España, Italia, Argentina y Chile) la caída ha sido en algunos casos brutal. Que el consumo per cápita de España, dependiendo la fuente, sea entre 20 y 25 litros por persona y año, siendo un país tradicionalmente productor y consumidor, y que haya países fuera de la órbita mediterránea que estén por encima de nosotros como que no tiene mucho sentido. No vamos a volver a beber en garrafas, pero el sector del vino tiene que comunicar mejor a un público joven cuáles son sus virtudes y sobre todo ofrecer un tipo de vino que conecte con sus intereses. Y eso es lo que está siendo ahora otra revolución. Las bodegas durante se han resistido porque estaban en su paradigma. ¿Pero y qué pasa si la gente joven prefiere vinos más rosados, más blancos, más espumosos, vinos para cóctel, vinos desalcoholizados, vinos para combinar con otras bebidas? ¿Es el fin del mundo? Pues no. Simplemente cambian las formas de consumo y tienen que cambiar las formas de producción. Los viticultores y las bodegas que entiendan esto encontrarán la fórmula para salir adelante en alguna de todas las oportunidades que están surgiendo.