Otro año más que no me he ido a Cantavieja o a Terriente porque les ha tocado la lotería. Aún me quedan años para jubilarme, y confío en no hacerlo antes de que el Gordo llegue hasta alguno de nuestros rincones más icónicos y la lotería se reparta en papeletas a través de una asociación cultural, una comisión de fiestas o la cofradía de turno. Que sea repartido, pero repartido de verdad.
2022 es un buen año para que tocara, porque ha sido el del derribo de la térmica, el de la caída del Torico y el de la guerra de Ucrania. También el que Teruel se ha quedado sin ser sede de la agencia espacial, algo que muchos ya esperábamos, pese a que otros parecía que lo daban por hecho.
Tengo que confesarles que pensaba que no tenía que escribir columna porque hoy sábado día 24 no trabajamos. Y me lié y creí que era el día que no salía el periódico y, por tanto, tampoco mi columna. Por eso, debería aprovechar la ocasión que creía perdida para hacer balance del año. Así a bote pronto, me quedo con muy pocas cosas. Las malas son que vimos caer el Torico y tuvimos que explicarles a nuestros hijos que hay guerras más cerca de lo que creíamos. Pero también ha sido el año de volver a disfrutar y compartir sin mascarilla, que ya era hora.
Todo ello me lleva a pensar en lo pronto que se nos olvidan las cosas. Ya nadie se acuerda de que casi vivimos la Vaquilla sin Torico o de que durante muchos meses solo veíamos los ojos de nuestros amigos y compañeros de trabajo o de clase.
Este 2023 es un año de elecciones, locales y autonómicas, por un lado, y generales un poco más tarde previsiblemente. Una cuestión que para los que trabajamos en un periódico no es baladí. Los nervios se palpan desde hace meses y es que las opciones se han multiplicado y, a más números en el bombo, más difícil que el tuyo sea el elegido.
Sea como sea el resultado, me conformo con que no haya retrocesos en los derechos ya adquiridos y ese es mi deseo para 2023. ¿Pido poco? Por desgracia creo que no.