El viernes fue el día Internacional contra la Violencia de Género, un día que, por desgracia, hace más falta que nunca. Los comentarios machistas, presentes en prácticamente todos los ámbitos de la vida privada, han llegado no solo a la vida pública, sino al Congreso de los Diputados.
Decía la jefa de la Unidad de Violencia de Género de la Subdelegación del Gobierno en Teruel, Belén Fuertes, que España es un país de referencia por su lucha contra las violencias machistas. Disfrutemos del momento, porque tenemos los días contados en eso de ser ejemplo.
Como mujer y como española me parece intolerable no que haya una diputada que tenga ese discurso de que una mujer no llega a ninguna parte por su valía personal si no tiene el respaldo de un hombre. Eso es algo que los machirulos piensan y dicen en el bar, en comidas familiares y con amigos. Los micro y macro machismos forman parte de nuestro día a día. Eso es así. El problema es que ese discurso sea aceptado en un lugar cuyo objetivo es decidir los designios de todo un país y que no haya alternativas legales para frenarlo (y si las hay, no se apliquen).
Insultos de ese tipo se saltan todas las normas de educación de una sociedad avanzada. Ese blanqueamiento que ha logrado un partido en apenas unos pocos años de andadura de un discurso machista (y xenófobo, pero eso es otro tema) es muy peligroso. Lo que la diputada electa Carla Toscano ha dicho de Irene Montero, también elegida en las urnas, hasta hace muy poco tiempo solo tenía cabida en ámbitos reducidos y en voz baja, porque era más que políticamente incorrecto. La política ha degenerado hasta tal punto que lo que antes era una frase de bar o de Twiter ahora se ha colado en el Congreso y, encima, es jaleada por parte del hemiciclo.
Se anima a las víctimas y las personas de su entorno a denunciar, porque esa violencia va más allá del ámbito privado, pero la sociedad española ha degenerado hasta tal punto que el ámbito público es ya un peligro. El machismo mata. No lo olviden.