La panadería de Burbáguena cierra un siglo y tres generaciones después
La tienda de comestibles despachará ahora el pan, que lo traerá de DarocaLa panadería de Burbáguena cierra hoy sus puertas casi un siglo después de que comenzase a trabajar. Jesús Peribáñez y su mujer ,Consuelo Guillén, se jubilan después de “toda la vida” cociendo pan y dulces para sus vecinos, que hace mucho, mucho tiempo que dejaron de ser clientes para ingresar en la casilla de amigos.
El negocio familiar baja la persiana después de haber estado regentado por tres generaciones de la misma familia. “La panadería la abrieron mis abuelos antes de la Guerra Civil. Luego continuaron sus hijos y el último que se quedó al frente fue mi padre. Y luego continuamos nosotros”, relató con una mueca entre la incertidumbre por empezar el domingo una nueva vida y la nostalgia de dejar atrás el servicio a sus vecinos y a los pueblos de la Sierra de Oriche como Ferreruela, Cucalón, Lagueruela, Bea, Lanzuela, Cuencabuena, Lechago o Luco del Jiloca.
La panadería ha estado los casi 100 años de trayectoria en el mismo lugar: En la planta baja de la casa familiar en la calle Castillo. El local comenzó siendo un horno comunal que se encendía en ocasiones y en el que los vecinos podían hornear la masa que traían ya preparada de casa. “Mis abuelos, como tenían seis hijos y entonces no había ayudas, se tuvieron que buscar la vida, porque trabajo para los seis no había. Le compraron el horno a los marqueses, que les costó mil pesetas. Y tienen en el contrato de venta que tenían la obligación de dar servicio al pueblo, si no, les quitaban el horno”, recordaba ayer el panadero con la marca de los panes de pintera en la mano.
Al despacho de pan se accede por una puerta de madera con el cristal repartido en cuarterones, se atraviesa junto a unas banastas vacías y se llega, un par de metros después, al mostrados conde una pequeña vitrina muestra algunos de los dulces que hornean cada día para su venta. Al lado, una vetusta balanza se muestra orgullosa como símbolo de toda una vida dedicada a la tahona. Y por ese mostrador desfiló ayer buena parte, si no toda, del vecindario para hacer acopio de magdalenas, tortas ante el anuncio de que hoy, sábado, sería el último día de apertura.
La encargada de la repostería es Consuelo, quien además de preparar las masas y estar al tanto de los tiempos de cocción, ha hecho estos años de confidente, fiadora y asesora de muchos de los vecinos y de otros clientes que a fuerza de pasar por la tahona terminaron convirtiéndose en amigos. Guillén reconocía ayer sentir “mucha pena” por el cierre del negocio. La panadera recordaba cómo, durante el tiempo que se prolongó el confinamiento por la pandemia de covid, se encargó de llevar el pan a la puerta de sus vecinos “y más compra”, y cómo ese servicio reforzó todavía más su vínculo con el vecindario. “Eso en una gran ciudad no se puede hacer”, apostilló él.
A partir de ahora, Jesús se centrará en su guitarra y en la jota. Sin embargo, no se atrevió a asegurar si sabrá levantarse con el amanecer. “Seguro que no”, aseguró ella.
María Pilar Rubio es natural de Burbáguena, vive en Zaragoza y estos días está con su madre. Rubio aseguraba ayer sentir “mucha pena, porque es una familia que la queremos todo el pueblo”. La clienta aprovechó la visita para llevarse dos bolsas de magdalenas y varios dulces en previsión del cierre.
Después, y enfundado en un gorro de lana, José Luis Pardos, también vecino del municipio, explicó que el jueves por la noche estuvo imaginando cómo será la vida en el pueblo a partir de ahora. Aseguró que la sensación era “mala” porque “caen cosas fundamentales como la panadería, que es el de toda la vida”. Pardos recordó el olor a pan recién hecho de las mañanas para desayunar “de críos y de joven”.
Y es que por la puerta de la panadería Peribáñez “han pasado hasta cuatro generaciones”, explicó el panadero. “Los jóvenes cuando vienen de fiesta vienen todos a comprar huevos y pan, otros se llevan dulces para preparase el almuerzo”, recordó Peribáñez, que apuntó que ahora esos jóvenes son los padres que “primero venían a por los huevos y el pan para irse a la cama bien almorzadicos y ahora vienen a pagar las deudas de los hijos”, que dejan a deber para que lo paguen los padres después del alba.
Falta de relevo
Los panaderos de Burbáguena tienen una hija pero esta no quiere ponerse al frente de la tahona, por lo que han estado un tiempo buscando quien cogiera el relevo del negocio. Hay una familia que estaba interesada pero “no encuentra un lugar para montar el horno”, explicó Jesús Peribáñez. Y es que quien se ponga al frente del negocio tendría que hacerlo en otro lugar porque desde hace un siglo, el horno está dentro de la casa de la familia Peribáñez.
Mientras tanto, el matrimonio, de 65 y 62 años, ha decidido poner un punto y final después de toda una vida trabajando siete días a la semana, arrancando a las 00:00 horas y parando a las 14:00 o las 15:00. “Esto no lo quiere nadie”, reconoció el panadero.
Durante el invierno, la panadería vende cerca de 400 barras, pero la cifra se multiplica hasta por cinco en las temporadas de vacaciones.
La mayor parte de la maquinaria del horno tiene más de medio siglo y las pusieron en marcha sus padres. Peribáñez quiere sacarla de su casa y ponerla en algún almacén para hacer un museo del pan.
A partir del lunes, los vecinos de Burbáguena que quieran comprar pan deberán hacerlo en el comercio Jamones Jiloca. Su gerente, Alberto Gómez, venderá desde el lunes el pan desde de la pastelería Manuel Segura, de Daroca. Se funcionará “por encargo” para evitar que se quede pan sin vender.
