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“La sal se obtenía entre mayo y octubre, que es cuando se evapora el agua” “La sal se obtenía entre mayo y octubre, que es cuando se evapora el agua”
Santos Paricio fue la última persona que extrajo sal en las salinas de Ojos Negros

“La sal se obtenía entre mayo y octubre, que es cuando se evapora el agua”

Santos Paricio extrajo los últimos quintales de sal en el año 1990
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Cruz Aguilar

El pozo del que salía el agua salada se agotaba tras una hora de extracción, por eso era necesario bombear prácticamente todos los días del año, aunque la producción de las salinas se reducía a la época con las temperaturas más altas, que era entre mayo y octubre, según explicó Santos Paricio, que fue el último salinero de Ojos Negros y vendió los últimos quintales en el año 1990, cuando tenía 28 años.

El agua se llevaba, por un acueducto con canales hechos de madera, desde el pozo hasta dos grandes balsas que había en la parte alta de las salinas y, desde allí, a partir de mayo, comenzaba a distribuirse en las eras con piedras para su evaporación. “En 15 o 20 días estaba la sal preparada, pero a los 10 o 12 días había que romper la costra que se había formado para que se siguiera evaporando el agua”, explicó el último trabajador de esta industria del Jiloca.

El pozo tenía una salinidad baja, detalló Paricio, que cifró en entre el 4% y 5% y, además, incidió en que había que sacar agua todos los días puesto que en apenas una hora se agotaba. Cuando él trabajó allí se extraía con una bomba de gasóleo, aunque en décadas anteriores había una noria accionada por caballerías para elevarla desde el subsuelo.

La sal se vendía en quintales, una medida que son 50 kilos y que, a su vez, se divide en cuatro robos, según especificó el salinero. Cuando él se ocupaba de las salinas, un trabajo que compatibilizaba con otros, ya sólo tenía uso animal, pero él también ayudaba a su padre cuando, décadas antes, el producto se diferenciaba entre el que se destinaba a las reses y a los humanos.

“La sal es la misma, lo que cambiaba era la forma de recogerla”, dijo, puesto que la destinada a los humanos no era la primera, porque estaba más sucia, y se recogía de las balsas del centro, a las que siempre llegaba menos suciedad que a las de las orillas, y sólo se hacía acopio de la capa superior, para evitar que estuviera mezclada con la tierra que había sobre las piedras que pavimentaban las eras.

Las temidas tormentas

Lo más temido, reconoce Santos Paricio, eran las tormentas, que podían acabar con el trabajo de horas en apenas minutos: “Desde el almacén veíamos cómo se iban los montes de sal y había que volver a hacer todo el proceso”, detalló.

La forma de recoger la sal era arrastrándola con una herramienta de madera hasta las orillas, donde estaban los denominados saleros, desde los que se llevaba en carretillos al almacén para, ya de allí, distribuirla por los pueblos o venderla a quienes acudían hasta las salinas.

Santos Paricio está muy contento de que las salinas se estén recuperando, pero destaca que aún es necesario restaurar más elementos para que la gente sepa hacer una lectura del funcionamiento de este espacio industrial.