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Pilar Carbonell: de disfrutar de los veranos  en Oliete a una vida entera en el pueblo Pilar Carbonell: de disfrutar de los veranos  en Oliete a una vida entera en el pueblo
Pilar Carbonell dejó Barcelona para probar suerte en Oliete

Pilar Carbonell: de disfrutar de los veranos en Oliete a una vida entera en el pueblo

Esta ingeniera dejó Barcelona para asentarse en la tierra de su familia y dirigir una conservera
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Para Pilar Carbonell, Oliete no fue jamás un lugar extraño. Era ese destino al que volvía cada verano, donde estaban sus raíces maternas, donde aprendió a asociar la infancia con libertad, amigos, piscina y aquellas meriendas en la chopera que guarda como uno de los mejores recuerdos de su adolescencia. “Cuando tomábamos la curva en el coche y veíamos el pueblo, hacíamos fiesta dentro”, recuerda. Por eso, cuando terminó la universidad en Barcelona, con 25 años y sin ataduras, sintió que era el momento de dar el paso que llevaba años rondándole la cabeza: mudarse a Oliete. Y lo hizo.

Comienzo con ilusión y dudas

Los primeros meses fueron casi como unas vacaciones prolongadas. Pero pronto apareció el vértigo: encontrar trabajo estable no era fácil, menos aún siendo ingeniera y recién llegada. “Sentí que tenía menos oportunidades laborales que si me hubiera quedado en Barcelona”, admite. Aun así, decidió adaptarse: sacó el carnet de conducir de inmediato, algo imprescindible en aquel momento, y empezó a trabajar “de lo que hubiera”.

“Mi propia madre por ejemplo, no lo llevó muy bien al principio porque decía pero que qué iba a hacer yo aquí”. Ella, que conocía perfectamente cómo era la vida en el pueblo y que dejó para irse a una gran ciudad como Barcelona. En un principio, Pilar pasó por fábricas en Albalate del Arzobispo y Alloza, distintos empleos que nada tenían que ver con su formación. Pero seguía allí, siempre viviendo en Oliete, convencida de que aquel era su lugar.

Con el tiempo, las cosas cambiaron. Ella también. Y el entorno. Poco a poco fue tejiendo redes, haciendo contactos y encontrando su sitio profesional. Hoy, más de veinte años después, trabaja en aquello para lo que estudió y lo hace desde la comarca. Desde 2021 tiene contrato indefinido en la conservera que apadrinaunolivo.org gestiona en Alacón, donde es responsable del equipo, las compras y las elaboraciones. Es un puesto estable, en un proyecto con impacto local, y que además le permite continuar viviendo en Oliete.

Una vida hecha en el pueblo

En estos 23 años, Pilar ha construido su vida en el pueblo: se casó, formó una familia y sus dos hijos nacieron allí. Su pareja también es de Oliete, lo que ha reforzado ese arraigo natural. Y si algo defiende con absoluta firmeza es que criarlos en un pueblo ha sido un regalo. “Aquí los niños tienen una autonomía que en Barcelona es imposible antes de cierta edad”, explica. Desde ir solos a actividades hasta salir al parque o moverse en bici sin miedo al tráfico. “Crecer con libertad y alegría”, lo resume.

Sus hijos, sin embargo, pertenecen a una generación particular: cuando estaban en primaria solo eran cuatro en todo el colegio. Literalmente. Una etapa difícil, casi al borde del cierre. Pero el giro llegó después. Hoy el centro tiene cerca de treinta niños y varias familias jóvenes se han asentado en el pueblo. “Es algo que nunca imaginé que pasaría, pero está pasando”, dice.

“Antes estábamos dos familias, tres como mucho. Y sin embargo ahora hay un grupete majo de gente que ha llegado en los últimos cinco o seis años. Tenemos unos cuantos matrimonios jóvenes que están viviendo en el pueblo y la verdad que muy bien”, explica Pilar sobre esta dinámica ascendente de llegadas a una localidad que está creciendo. Y lo más importante, con vecinos que tienen niños pequeños.

Adolescencia en un pueblo

Durante la conversación, Pilar recuerda sus veranos de juventud en el pueblo. Aunque la vida de los adolescentes de hoy no es la de los años 90, y eso ella lo sabe bien. Los suyos tienen amigos en Andorra, donde estudian, y el ocio requiere a veces desplazamientos. La nueva red de autobuses ha supuesto un avance enorme: este año por primera vez han podido ir solos a entre semana a las fiestas de Ariño. Aun así, los fines de semana sigue sin haber transporte y toca ejercer de taxista. “Pero es un progreso inmenso comparado con hace solo unos meses”, insiste.

Una de las cosas que más le gustan de vivir en Oliete es la convivencia intergeneracional. Los inviernos, cuando no hay veraneantes, son quizá los momentos más auténticos: “Igual nos juntamos en el bar los de 18 con los de 50 y el abuelo de 75 que allí tomando un vino. Y eso me gusta mucho también de vivir en el pueblo, esa conexión de todas las generaciones, de poder escuchar a los jóvenes, escuchar a los mayores, que en las ciudades creo que también está un poco, se pierde esa riqueza.

Pilar lo dice sin rodeos: “Trabajo hay; lo que falta es gente que quiera venir.” Ella ha vivido la escasez de oportunidades del pasado, pero también el giro radical de los últimos años. Hoy los negocios de la comarca tienen dificultades para cubrir puestos, y el acceso a la vivienda es más asequible que en una ciudad, tanto en alquiler como en compra.

Para quien busque una vida tranquila, con naturaleza a la puerta de casa y un ritmo distinto, los pueblos, dice, ofrecen más de lo que muchos imaginan.

Si tuviera que lanzar un mensaje final, sería este: probar. “No digo que nadie venda su piso de Barcelona o Zaragoza; pero quien tenga dudas, que lo pruebe unos meses o un año. La mayoría de gente que prueba no se arrepiente.” Ella no lo hizo. Pilar llegó con 25 años, buscando un cambio, y más de dos décadas después sigue allí, convencida de que tomó la decisión correcta. Oliete, el pueblo de los veranos de su infancia, acabó siendo su hogar para siempre.