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Ciencia de la distancia, ciencia de la salud Ciencia de la distancia, ciencia de la salud
Mercadillo itinerante en pueblo turolense

Ciencia de la distancia, ciencia de la salud

Teruel Científico y Cultural
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David Navarrete Villanueva Miembro del Joven Consejo Científico del Instituto de Estudios Turolenses; graduado en Enfermería y Doctor por la Universidad de Zaragoza; profesor e investigador en la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad de Zaragoza, el Instituto Agroalimentario de Aragón (IA2), el Instituto de Investigación Sanitaria Aragón (IIS Aragón) y el grupo EXER-GENUD
 

A poco de amanecer, la carretera que serpentea entre pinares y sabinas en la Sierra de Albarracín se asoma a cualquier pueblo que imaginemos de la provincia de Teruel. Desde la ventanilla se intuye un frontón pendiente de arreglo y, un poco más allá, una tienda cerrada a cal y canto. Esa estampa, tan nuestra que casi nos parece normal, esconde un riesgo silencioso: cuanto más lejos quedan los servicios esenciales, más crece la brecha de la salud. La epidemiología rural lo bautizó hace años como «desierto de servicios» y describió cómo, en estos lugares donde escasean comercios, transporte o atención sanitaria, la mortalidad cardiovascular es mayor que en los núcleos bien abastecidos. Esa realidad late también en Teruel.

La imagen se comprende mejor si pensamos en dos conceptos que empiezan a abrirse paso en la conversación científica y que describen con precisión lo que ocurre en muchos pueblos de la España interior. Hablamos de desierto alimentario cuando la distancia hasta un comercio con productos frescos supera los dieciséis kilómetros. Hablamos de desierto de ejercicio cuando existen instalaciones (un frontón, una pista polideportiva, un sendero balizado), pero faltan programas, educadores físico deportivos o espacios seguros que animen a moverse; en este caso, contar sólo con un frontón o un parque de mayores donde cada cual se las arregla resulta insuficiente. Juntos forman una combinación que eleva el riesgo de enfermedad, sobre todo entre personas mayores, personas con discapacidad y hogares con rentas ajustadas.

Con esa inquietud nació en 2024 el proyecto DESERT (Diet and Exercise Strategies for Equity in Rural Territories), un consorcio financiado por la Unión Europea y capitaneado por la Universidad de Zaragoza que reúne a científicas y científicos de Portugal, España y Turquía. El reto es sencillo de explicar y titánico de ejecutar: cartografiar, comprender y hacer propuestas para revertir los desiertos alimentarios y de ejercicio físico que afectan a miles de vecinos dispersos en las zonas más despobladas de Europa. Porque no es lo mismo elegir entre varias fruterías que depender de una furgoneta ambulante que pasa los jueves; ni es igual tener a mano a un profesional del ejercicio que te guíe en un programa adaptado que limitarse a un frontón o un parque de mayores y la consigna de «apañarse como se pueda».

Durante el primer año nos calzamos botas y GPS para registrar, uno a uno, los 132 núcleos de población que salpican la Sierra de Albarracín, el Jiloca y las Cuencas Mineras. Los números hablan solos: el 87 % de los pueblos dispone de al menos una instalación pensada para moverse (polideportivos, frontones o pistas al aire libre), pero sólo 51 localidades (39 %) ofrecen algún programa regular de ejercicio físico. Y, cuando existen, la balanza se inclina hacia las personas mayores: 38 programas sénior frente a 36 para adultos y apenas 19 para infancia y adolescencia. La infraestructura, por sí sola, no hace sudar a nadie.

 

Banco con pedales que invita a mover las piernas al aire libre


Algo parecido ocurre con la comida. Al aplicar la distancia crítica de dieciséis kilómetros, encontramos más de treinta enclaves turolenses de las tres comarcas que rebasan ese límite. En ellos, la compra diaria depende de tener coche o de la buena voluntad de un familiar que se acerca a la capital comarcal. La literatura relaciona ese aislamiento con mayores problemas de salud; dos factores —baja densidad de población y envejecimiento— refuerzan el problema, y Teruel reúne ambos ingredientes.

La buena noticia es que DESERT nació para ir más allá del diagnóstico. Vamos a combinar Sistemas de Información Geográfica, estadísticas sanitarias e investigación participativa con la ciudadanía para dibujar un mapa que no se quede en un cajón. Con él sobre la mesa, ya hemos convocado a la Cámara de Comercio de Teruel, ayuntamientos, comarcas y vecinos: a partir de octubre de este año iniciaremos un proceso de participación que nacerá del diálogo continuo con alcaldes, profesionales de la salud rurales, empresas locales y todo el que se quiera unir. Juntos diseñaremos posibles soluciones basadas tanto en conocimiento científico como en la experiencia de quienes viven y trabajan aquí.

Ese diálogo alimenta un equipo tan diverso como el paisaje: nutricionistas, enfermeras, profesionales de la medicina, educadores físico deportivos y geógrafos trabajan ya en tres husos horarios. Desde la Facultad de Ciencias de la Salud en Zaragoza hasta el Centro de Atención Primaria de Monreal del Campo, pasando por la Universidade de Évora (Portugal) o la Medipol University de Estambul (Turquía), todas y todos compartimos la convicción de que la equidad en salud también se debe estudiar en las zonas rurales.

El horizonte de 2027 nos desafía a entregar un observatorio europeo de desiertos alimentarios y de ejercicio que ofrezca indicadores abiertos y buenas prácticas a cualquier ayuntamiento que quiera mejorar. La Universidad de Zaragoza, entre otras instituciones públicas y privadas, asumirán la responsabilidad de mantenerlo al día para que la información sirva de brújula a responsables políticos y agentes sociales. Para quienes llevamos años estudiando la pérdida de habitantes, lograrlo significará colocar a Teruel en el mapa de la innovación social europea y, sobre todo, devolver al territorio la certeza de que la ciencia es útil, vivas donde vivas.

Mientras tanto, cada dato que anotamos recuerda la urgencia de actuar. Pienso en la vecina de ochenta y dos años que nos recibió con una jarra de agua, «la enfermera dice que hay que andar, pero yo sola no me animo», o en la familia que estira la compra para ahorrar kilómetros. Sus voces inspiran un proyecto que quiere pasar de los mapas a la realidad, de los porcentajes a la conversación en la plaza, y que aspira a que ningún turolense, viva donde viva, deba elegir entre salud y kilómetros.