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Cuatro autores turolenses entre los relatos que publica Imperium Cuatro autores turolenses entre los relatos que publica Imperium
Detalle de la portada del segundo volumen de Inmortal, editado por Imperium

Cuatro autores turolenses entre los relatos que publica Imperium

Álvaro Narro, Lucía Roy, Carmen Prado y Cristina Jiménez participan en la edición
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La editorial Imperium presentará el próximo 5 de marzo en Zaragoza Inmortal II, libro que recopila una selección con los mejores relatos breves del concurso de San Valero 2022. El pasado año los turolenses Álvaro Narro y Lucía Roy estaban en la nómina de autores, y en esta segunda edición se incorporan otras dos, Carmen Prado y Cristina Jiménez.

El andorrano Álvaro Narro publica en el volumen el relato titulado Ruido, en el que habla sobre el síndrome del nido vacío que sufre una profesora jubilada, que con un marido-mueble y dos hijos independizados añora el ruido habitual que las clases y el quehacer doméstico introducían en su vida. “Elegí ese tema porque tengo dos hijos y a mí me ocurre al contrario que a la protagonista, que me gustaría tener menos ruido a mi alrededor y más silencio, más tranquilidad”, explica el escritor. “Sin embargo sé que cuando se vaya todo este ruido lo echaré de menos, y de hecho cuando estoy solo y en silencio no suelo aguantar mucho, que supongo que es lo que le pasa a mucha gente en mi situación y lo contrario de lo que le ocurre a la protagonista del relato”.

En solo 600 palabras, un espacio sorprendentemente pequeño, Narro es capaz de sugerir en su microrrelato el declive anímico de una profesora jubilada que llega incluso a pensar veladamente en el suicidio o en buscar una aventura amorosa que la saque de la monotonía vital, hasta que la llamada de uno de sus hijos, con una inesperada noticia, hace que todo el ruido añorado y, hasta cierto punto toda la normalidad perdida, regrese a su vida.

Tres libros

Álvaro Narro, que ha publicado tres libros de relatos breves (Ayúdame, 2017, Fundido a negro, 2018, y Las doce en punto, 2020) se declara aficionado al género del relato breve. “Ese ejercicio de tener que ir al grano para contar una historia redonda en tan pocas palabras, e incluso la obligación de tener que dejar finales abiertos para que  los reinterprete el lector me gusta, creo que es muy enriquecedor para el escritor y el lector”, asegura.

Coincide con él Carmen Prado, nacida en Barcelona pero afincada en Calamocha desde hace cerca de 20 años, que se incorpora este año a la nómina de los que publican en la recopilación de Imperium. Entre bromas asegura que ni siquiera tuvo que apurar a las 600 palabras que podía utilizar para escribir su relato, Danzagoza. “Me encanta ese formato porque son como pequeños flashes que se convierten en historias. Y no creo que sean más fáciles o difíciles de escribir que una novela”.

El relato de Carmen Prado, que como el resto debía estar ambientado en la ciudad de Zaragoza, habla sobre la plaza de San Felipe de la capital del Ebro, donde se sitúa el Museo Pablo Gargallo, que es incluso la propia narradora del texto. “Quien conoce esa plaza sabe que es muy especial, que tiene mucha magia. Esa plaza tenía una torre que fue derribada, hay una escultura de un niño en bronce que la mira...”

Prado se refiere a la Torre Nueva, construida en el XVI en estilo mudéjar y que fue un icono popular de la arquitectura zaragozana, pero que tuvo que ser demolida en 1982, con gran oposición de parte de la población y de la intelectualidad, por el peligro de ruina que presentaba. “Se me ocurrió cómo a través de un microrrelato la propia plaza podría hablarnos de ella misma, de la época en la que la antigua torre se levantaba”, explica la turolense.

Escritora de Calamocha

Otra de las escritoras calamochinas que publica un relato en Inmortal II es Lucia Roy. Ya lo hizo el pasado año en el libro que recopiló los relatos seleccionados de la primera edición del Concurso de San Valero, aunque en esta ocasión cambia por completo el registro. Roy buscó darle una vuelta de tuerca y plantear un relato, que se titula Añoranza, en el que la mayor parte de las palabras contienen la Z, letra característica del nombre de la ciudad de Zaragoza.

“Habla sobre un zaragozano que está fuera de su tierra, porque vive en Zambia, y expresa la añoranza que siente por su horas”, explica la autora.

“Es algo  muy loco,  una historia de ficción” en la que la característica de que sus palabras contengan la Z hace que se parezca más a un texto de prosa poética que a un relato al uso. Pero es que Lucía Roy valora los textos capaces de sorprender al lector, tanto por el fondo como por la forma: “Me gusta mucho el formato del relato corto y suelo escribir habitualmente”, explica, “aunque el trabajo más duro y más costoso, en mi opinión, es dar con la idea, con una idea que se pueda expresar en poco texto y que sea muy llamativa para el lector”.

La cuarta autora turolense que publica en Inmortal II es Cristina Jiménez, también de Calamocha. Junto a sus paisanas Lucía Roy y Carmen Prado, además de Álvaro Blasco y Victoria Gonzalvo, de Daroca, publicó en 2020 Caolín, un libro de relatos breves que podría tener continuidad con un nuevo volumen en los próximos meses.

Parque Grande de Zaragoza

Cristina Jiménez aporta al libro que la Editorial Imperium presentará en Zaragoza el 5 de marzo el microrrelato titulado El aprendiz. En su caso también ha tenido que hilar muy cuidadosamente las palabras, porque su historia se basa en un hecho real, nada menos que la historia de amor de sus abuelos, Eduardo Navarro y Ana Carmen Gonzalvo. “Es un homenaje a ellos”, asegura la autora.

La familia de Jiménez procede de Calamocha, la ciudad donde debían estar ambientados los relatos. “Mi abuelo entró a trabajar de aprendiz en una tienda de fotografía y mi abuela, que era nueve años mayor que ella, era la dependienta. En esa tienda surgió el amor, se casaron, tuvieron dos hijos y una vida que repaso en el relato”.

Cristina Jiménez toma como referencia para trazar la trayectoria vital de sus abuelos fotografías que, a lo largo de su trayectoria profesional, Eduardo Navarro fue tomando de su familia, en el Parque Grande de Zaragoza o en diferentes casas donde vivieron. Al mismo tiempo desarrollaba la fotografía de forma profesional, ya que trabajó en un estudio además de realizar fotografías para diferentes medios de comunicación o la Fundación CAI.

“La última fotografía que tomó de mi abuela fue en abril de 2006, porque ella falleció ese año”, recuerda Cristina Jiménez. “Ese año fue el que mi abuelo dejó la Nikon analógica y dio el salto a la fotografía digital, y todavía sigue retratando a su familia y a sus nietos”, añade.