De las esferas de Kepler a los sudoku de Bach: Salvador Victoria y la pintura que puede escucharse
Alfonso de la Torre y Joan Gómez Alemany publican un ensayo en el que se relaciona la obra del artista de Rubielos de Mora con el mundo de la músicaDesde la intuición que tuvieron los griegos relacionando la proporción de los intervalos musicales con la rotación de los planetas, a la sinestesia de Kandinsky y su influencia sobre el arte abstracto de las vanguardias, la relación entre la música y la pintura ha fascinado desde siempre a artistas, intelectuales y teóricos.
Esa relación, en el caso del pintor turolense Salvador Victoria (Rubielos de Mora, 1928-Alcalá de Henares, 1994), es el tema del tercer libro que han publicado al alimón Alfonso de la Torre y Joan Gómez Alemany. Su título es Salvador Victoria. La pintura es la música de las esferas, y fue publicado por EdictOralia en noviembre, con prólogo de Josep Lluís Galiana.
Buscar el enfoque musical en un pintor puede parecer algo forzado o excesivamente poético, una cuestión más de subjetividad que de datos objetivos. Sin embargo, en el caso de Salvador Victoria, la conexión “resulta innegable”, afirma uno de sus coautores, Gómez Alemany, que además de artista visual es pianista y aporta la dimensión musical al ensayo. “El propio artista era un gran melómano que pintaba escuchando música. Su casa en Madrid estaba situada justo al lado del Auditorio Nacional, y bromeaba diciendo que lo habían construido junto a su vivienda precisamente porque era un gran aficionado a la música”. El mismo Victoria llegó a afirmar que si no hubiera sido pintor, habría sido músico.
Más de cien vinilos
El punto de partida del enfoque musical del libro es la colección de vinilos de Salvador Victoria, compuesta por más de cien ejemplares que Marie-Claire Decay donó al Museo Salvador Victoria en Rubielos de Mora. Gómez Alemany realizó un análisis exhaustivo de esta colección, catalogando y sistematizando todos los discos. Básicamente todos ellos son de música clásica, a excepción de algunos de música tradicional de Aragón y música de la Edad Media, además de algún ejemplar de música religiosa ortodoxa rusa.
Lo que más interesaba a Salvador Victoria era el barroco: de los cien ejemplares, casi la mitad pertenecen a este período, siendo Johann Sebastian Bach uno de sus compositores favoritos. Esto ya es significativo, puesto que Bach es el paradigma de la relación entre la música y la matemática. Más allá de su inspiración y su belleza, las fugas y los cánones que escribió el alemán eran auténticos sudokus; puzzles y piezas de relojería de una precisión sorprendente. La otra gran referencia de la colección de Victoria es Mozart, uno de los compositores más geniales y prolíficos de la historia. La música del siglo XX está menos representada, “aunque eso no significa que nunca la escuchara”, explica Gómez. “De hecho Marie-Claire nos comentó que en el coche solían escuchar bastante a Los Beatles, por ejemplo”, afirma Gómez.
Las esferas de la música
El título del libro juega deliberadamente con un sugerente doble sentido. Por un lado, remite a la teoría pitagórica de la música de las esferas, retomada posteriormente por Kepler en su obra sobre la armonía celeste, que postulaba un cosmos ordenado en el que los planetas al moverse generan armonías y sonidos equilibrados, con unas relaciones matemáticas entre ellas basadas en números sencillos de igual modo que las notas consonantes.
Y por otro lado alude a las esferas y los círculos como uno de los elementos visuales omnipresentes e imprescindibles en la obra de Salvador Victoria, que toman formas esféricas, matéricas, informalistas y gestuales. Es, según Gómez Alemany, “la forma más directa y natural de unir la pintura con la música” y de relacionar ambas disciplinas con Salvador Victoria y toda la tradición clásica desde los griegos.
Una de las aportaciones más originales del libro es un diccionario musical con doce conceptos fundamentales en la obra de Salvador Victoria. El número doce resultó “casi casual pero muy apropiado”, reconoce Gómez, coincidiendo con los doce sonidos de la escala cromática. La idea del diccionario musical proviene de un texto previo de Alfonso de la Torre, quien había realizado un diccionario general sobre Salvador Victoria. Gómez Alemany retomó esa idea y la especializó, creando un diccionario musical que incluye conceptos cuidadosamente seleccionados, como el propio círculo -no solo como elemento visual, sino también como interpretación de ciclos repetitivos-, el color, o el tiempo, un aspecto clave en la producción musical, llevándolos al terreno de Salvador Victoria.
Sinestesia
La relación entre música y color plantea inevitablemente la cuestión de la sinestesia, que es el nombre de fenómeno perceptivo que se produce en algunas personas, que relacionan la estimulación de un sentido (oído) en otro (vista), de forma que ven los sonidos en forma de color, de forma estable e involuntaria.
¿Pero la sinestesia es algo real o solo poético, una mera metáfora? Gómez Alemany lo tiene claro: “La sinestesia es un desarreglo perceptivo psicológicamente demostrado. Un sinestésico puede escuchar una cosa y simultáneamente ver un color debido a este desarreglo cerebral”.
Salvador Victoria no era sinestésico, ni tampoco lo es Gómez Alemany, “pero muchos compositores sí lo han sido”, advierte. Scriabin, Olivier Messiaen y otros relacionaban acordes musicales con colores, e incluso proyectaban luces de color mientras tocaban ciertas notas, creando esta relación sensorial.
Curiosamente, al tratarse de una percepción subjetiva, cada sinestésico ve los colores de forma diferente. “Scriabin y Rachmaninoff, ambos compositores rusos y amigos, sabían que ambos eran sinestésicos”, explica Gómez. “Uno decía que al tocar un Fa veía negro, mientras el otro veía rojo al tocar la misma nota. Como la percepción es subjetiva, no es objetivable y depende de cada persona”.
La matemática del arte
Uno de los aspectos más fascinantes de la relación entre música y artes visuales es cómo la música posee fundamentos matemáticos objetivos, sorprendentemente objetivos, que no tienen equivalente en el color, pese a que ambos fenómenos se perciben a través de ondas.
Debido a la física ondulatoria del sonido y la naturaleza de sus armónicos, todo el mundo, sea cual sea su cultura e incluso quien no sabe de música, percibe como perfectamente consonante una nota y su octava, o una nota y su quinta justa, y tremendamente disonantes dos notas separadas por tres tonos enteros.
Sin embargo con el color no sucede eso. Para una persona el amarillo puede combinar con el negro mejor que con el azul, y entre la frecuencia de vibración de las ondas electromagnéticas que generan esos tonos no hay ninguna relación basada en números sencillos (1/2, 2/3, 3/4...) como sucede en la música.
Gómez Alemany explica que la diferencia radica en la precisión de la medición. Como comprobó Pitágoras, si una cuerda de un metro produce un Do al vibrar, al reducir su longitud a medio metro producirá un Do una octava más agudo. “Eso es matemática pura. Pero definir un rojo no es tan fácil: cada persona tiene mil ideas diferentes de lo que es el rojo”. Aunque mediante análisis lumínicos se puede establecer una tabla química de colores, el color no existe puro en la realidad: se ve influido por la luz ambiente y por la propia naturaleza de la onda, que no es mecánica como en el caso del sonido, sino electromagnética.
Según la tesis de Gómez, por establecer un paralelismo el timbre musical podría ser un equivalente cercano al concepto visual de color. Todo el mundo sabe identificar un clarinete, pero como hay tantos clarinetes fabricados de tantas maneras con timbres sutilmente diferentes, no se puede decir con precisión absoluta cómo es el sonido del clarinete.
Con cerca de cuatrocientas páginas, Salvador Victoria. La pintura es la música de las esferas no es necesariamente una obra solo para académicos. Está dirigido a un público interesado en Salvador Victoria, pero el concepto de música de las esferas es tan amplio que puede atraer a personas de diferentes sectores. “Trata tantos temas de forma tangencial que el libro puede resultar interesante a cualquier persona interesada en el arte en general”. Especialmente a los admiradores de Salvador Victoria, ya que al análisis desde la perspectiva musical que aporta Gómez Alemany, Alfonso de la Torre añade crítica historiográfica, memoria personal y reflexión plástica, haciendo un recorrido exhaustivo por las décadas en las que ha estado profundamente vinculado a la obra del pintor y de su entorno más cercano, especialmente Marie-Claire Decay.
El libro, en una gran edición, se completa con una amplia bibliografía e ilustrado con imágenes inéditas en color y blanco y negro, proponiendo una lectura renovadora y original de Salvador Victoria desde un punto de vista plural y más abierta. La obra se presentó el 29 de noviembre en Rubielos de Mora y el 2 de diciembre en Librería La Central del Museo Reina Sofía de Madrid.
Los autores
Joan Gómez Alemany es pianista y doctor en Bellas Artes, y su tesis habla precisamente de la relación entre la música y la pintura. Además de componer música contemporánea y escribir textos de crítica, también pinta y realiza exposiciones de artes visuales.
Alfonso de la Torre es teórico y crítico de arte, especializado en el arte abstracto Europeo de postguerra. Ha comisariado docenas de exposiciones, algunas de ellas en el Museo de Teruel, y entre los diferentes autores en los que está especializado figura Salvador Victoria. El catálogo razonado de toda la producción en grabado del turolense, Salvador Victoria, el círculo gráfico. (1967-1994) recibió el premio de la AACA al libro mejor editado en Aragón de 2023.
Este es el tercer libro que publican ambos autores con el sello EdictOratia. La idea surgió de forma natural: Gómez Alemany conocía los textos que De la Torre llevaba más de diez años escribiendo sobre Salvador Victoria. Inspirándose en su libro anterior sobre Fernando Zobel, decidió reunir esos textos y darles un enfoque musical como aportación propia. El proyecto, que comenzó hace aproximadamente un año, se fue desarrollando mediante intercambio de correos electrónicos y revisiones hasta su publicación en noviembre.
Consonancia versus disonancia
Por la naturaleza de la física del sonido y de su percepción, es posible establecer de forma matemática y objetiva la consonancia entre las diferentes notas que forman una progresión armónica o melódica, bajo el principio de relaciones numéricas simples entre ellas que estableció Pitágoras.
Ese fenómeno no sucede con otras artes como la pintura o la arquitectura, en las que su lenguaje se basa en el color, la forma, las dimensiones o las proporciones, y en las que el concepto de consonancia y disonancia entre sus elementos no son medibles.
¿Significa eso que la música es el arte definitivo, en el sentido en el que de forma más unívoca puede determinarse qué es bello y qué no lo es? En opinión del músico y artista Joan Gómez Alemany la cuestión no es tan sencilla: “la relación de consonancia y disonancia entre las notas músicas es una cuestión matemática y objetiva, efectivamente, pero no podemos decir que consonante sea necesariamente bello, y disonante feo. Lo que en una época fue considerado bello en otra pudo no serlo”, asegura. “En el Barroco el intervalo de tercera fue muy usado y apreciado, y sin embargo en la Edad Media no se consideraba especialmente bonito. Y las diferentes culturas también han percibido cada intervalo de forma diferente. Se han hecho experimentos y un nocturno o un adaggio de Albinoni que en la cultura occidental suenan tristes y melancólicos pueden resultar incluso alegres para otras culturas”, afirma.
El carácter matemático de la música es evidente, según el experto, como prueba que formara parte del cuadrivium medieval junto a la aritmética, la geometría y la astronomía, las disciplinas consideradas entonces científicas. “Pero al mismo tiempo la música siempre ha sido capaz de destruir la racionalidad, en las bacanales, los ritos paganos o las discotecas contemporáneas. Esa dualidad entre lo apolíneo y dionisíaco, entre lo racional y lo irracional es más evidente en la música, que tiene un elemento muy científico, la pura acústica, y otro que es tan subjetivo y relativo como en cualquier arte”.
