

Juan Carlos Calvo Asensio Miembro del Joven Consejo Científico del IET. Profesor en el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza.
¿Cómo explicarnos a nosotros mismos cuando la identidad abarca tantas facetas? Para configurar nuestra imagen seleccionamos las cuestiones que queremos exhibir frente a los demás y obviamos otras que nos resultan ajenas. A veces, esa autoconsciencia se ve mediatizada por agentes externos, negándonos la posibilidad de elegir. En ocasiones, desconocemos el entorno cultural, social, histórico, económico y político que nos engloba y que también contribuye a ello. La identidad muta, puede ser instrumentalizada, borrada, impuesta o reprimida y por eso es tan importante identificar los factores que la modelan. En las siguientes líneas abordaré un aspecto que nos define como turolenses y que ha ocupado mis investigaciones en los últimos tiempos: el modo en que las instituciones promocionaron a determinados santos como símbolos comunitarios a través del arte.
Los santos cívicos
Llamamos santos cívicos a aquellas figuras que representan al conjunto ciudadano. Los consistorios, principal poder laico en el ámbito urbano en las épocas medieval y moderna, potenciaron la devoción por estas personalidades que encarnaban valores positivos que querían trasladarse a la población. El mecanismo se repitió a lo largo de toda Europa: primero, se conseguía una reliquia y, a continuación, se monumentalizaban los espacios de culto asociados a ella. Los gobiernos municipales confiaron a esos santos los aspectos que afectaban al bienestar de sus habitantes, invocando sus vestigios para frenar las epidemias, asegurar la prosperidad de las cosechas o defender el recinto amurallado, entre otras cuestiones. Las artes facilitaban que sus cualidades propiciatorias se manifestaran correctamente, ayudando a que los rituales codificados fructificasen de la manera esperada. Por ello, la obtención de relicarios suntuosos fue una prioridad durante siglos, también para el concejo de Teruel.
Santa Emerenciana, patrona de Teruel
La vida de Santa Emerenciana transcrurrió en Roma durante el siglo III, cuando Teruel no se había fundado. La única vinculación de la mártir con la localidad era la posesión de un fragmento de su cabeza que, según la tradición, fue donado por Juan Fernández de Heredia en 1361 a la iglesia de Santa María de Mediavilla. Entonces, ¿por qué elegir a una santa prácticamente ajena como patrona de la ciudad?
Posiblemente, Emerenciana funcionara como agente de cohesión social. Su carácter cívico quedó plasmado en 1619 con la fundación de una cofradía que englobaba a los labradores y menestrales turolenses. Las ordenanzas de la asociación reflejaron su cualidad como intercesora de “todo el pueblo” resaltando la especial devoción que despertaba. Por este motivo, la catedral y el concejo se coordinaron para fomentar su devoción con diferentes fines.
En 1577, la colegiata de Santa María fue ascendida a catedral y el cabildo creyó necesario monumentalizar los restos de Santa Emerenciana. En 1615, encargó un busto relicario de plata al mejor argentero de Aragón, Claudio Iennequi, maestro de origen francés afincado en Zaragoza. Por sus materiales preciosos, la obra suponía un dispendio que la institución no podía asumir y, por eso, solicitó al consistorio que costeara una parte. Los munícipes aceptaron y aprovecharon la ocasión para reforzar su relación con la mártir romana.

Para el cabildo esta pieza suponía equipararse con los principales templos aragoneses, como la Seo de Zaragoza, que desde finales del siglo XIV disponía de tres testas de los santos Valero, Lorenzo y Vicente, epicentro de celebraciones como el Corpus Christi. La tipología se había convertido en una señal de prestigio y en un objeto litúrgico indispensable para cualquier iglesia del reino. Mientras, para el concejo turolense, dignificar estos restos resultaba primordial en favor del bien común, pues Santa Emerenciana era invocada en los meses de verano para espantar las tormentas y asegurar la supervivencia de las cosechas.
Desde entonces, muchas pinturas de Santa Emerenciana incorporaron un fondo coronado por los símbolos municipales: el toro y la estrella. De esta manera se construyó una nueva iconografía dejando atrás las representaciones más populares de la catecúmena en la Edad Media que mostraban su lapidación frente a la tumba de Santa Inés, sin alusión alguna a Teruel.
Los Santos Mártires, Juan de Perusa y Pedro de Saxoferrato, copatronos de Teruel
Según la tradición, el fraile Juan de Perusa y el hermano lego Pedro de Saxoferrato fueron compañeros de San Francisco, quien les encomendó la tarea de evangelizar la Península Ibérica. Se afincaron en Teruel en torno a 1217-1220 residiendo en dos celdas que ellos mismos construyeron junto al río Turia. Tras ser martirizados en Valencia, sus reliquias fueron devueltas a tierras aragonesas para ser depositadas en el recinto que habían habitado, espacio que en el siglo XIV fue ocupado por la iglesia de San Francisco.
A diferencia de Santa Emerenciana, los Santos Mártires sí estaban emparentados con la ciudad. Por ello, tiene mucho sentido que la administración local aprovechara su proceso de canonización, iniciado en 1612 y patrocinado por la Orden Seráfica, para colocar en el punto de mira a estos “santos autóctonos”.
Aunque el auto no fructificó de la manera esperada, pues no se consiguió que los personajes fueran elevados a los altares, se reforzó su nexo con la localidad. El gobierno municipal aprovechó la coyuntura para vigorizar la condición cívica de la pareja, justificada por la literatura medieval que recordaba la detención de una plaga de langostas en el siglo XIV.
Para impulsar su culto se encargaron diversas obras de arte que ayudaron a la correcta visibilidad de sus reliquias. En 1687, Baltasar Coley, síndico del convento y miembro del concejo turolense, contrató al escultor Juan Jerónimo Corbinos para realizar un nuevo retablo mayor en la iglesia de San Francisco. Aunque el mueble no se ha conservado, existe suficiente documentación para conocer su aspecto. Incorporó un expositor para depositar los vestigios de los Santos Mártires, que podían ser mostrados u ocultados a voluntad con dos cuadros corredizos. La tipología no era excepcional, provenía de la tradición medieval y fue seleccionada intencionadamente para aportar espectacularidad a la exhibición de los restos. Paralelamente, se generaron nuevas imágenes de Juan de Perusa y Pedro de Saxoferrato que circunscribían el escenario de su martirio en Teruel.
Identidad creada, identidad olvidada
Aunque las estrategias explicadas fueron apoyadas de forma oficial por las instituciones más poderosas de su tiempo, con el paso del tiempo hemos olvidado la relevancia de estos santos para la comunidad. Esto no es excepcional, también ha sucedido con las Fiestas del Ángel (Custodio), importante culto cívico en diferentes ciudades de la Corona de Aragón que popularmente y de forma más extendida llamamos “La Vaquilla”. Nuestra mentalidad actual nos aleja de las prácticas supersticiosas asociadas a las reliquias, dificultando entender el papel de Santa Emerenciana y los Santos Mártires como garantes del bienestar social, agentes de unidad y señas de identidad. Las obras de arte siguen ahí, aunque las hayamos despojado de estos valores. No las descuidemos.