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El cine al rescate del patrimonio El cine al rescate del patrimonio
Instante del rodaje en Híjar del documental “Libros: El legado de Alantansí”(2024)

El cine al rescate del patrimonio

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Por José Ángel Guimerá Maurel

A menudo me preguntan -en alguna entrevista de radio o simplemente entre amigos- por qué me he centrado en hacer cine sobre patrimonio. Hace no mucho tiempo, tuve el placer de compartir mi experiencia en el cine de Maella, la localidad zaragozana donde nació mi padre y en la que, de niño, descubrí por primera vez una película en la gran pantalla. Allí volví a explicar por qué ando siempre en esto de mirar hacia atrás, por qué ese empeño en rescatar lo que parece dormido, olvidado, silenciado o, simplemente, invisible. Mi respuesta no es técnica ni estratégica: es vital. Para mí, el patrimonio no es solo lo que heredamos, sino lo que elegimos no olvidar. Y el cine -y el audiovisual, en general- es mi manera de recordar en voz alta.

Mi relación con el patrimonio nace del lugar en el que crecí, del entorno rural que me ha moldeado, no solo como persona, sino como narrador. Desde niño, en Castelnou, sentí que las historias más profundas no eran las más ruidosas. A veces estaban enterradas bajo capas de polvo, de abandono o de costumbre. Historias que habitan en los pueblos, en las ruinas, en los archivos y en los relatos orales. En los últimos años, el cine me ha permitido amplificar esas voces.

Hacer cine sobre patrimonio no es una elección cómoda ni especialmente rentable. Recuerdo que el auditor que revisaba mi último proyecto documental me dijo: “¿Aún no te cansas?” Este tipo de cine requiere paciencia, sensibilidad y una enorme responsabilidad. Pero también ofrece algo muy poderoso: la posibilidad de devolver el valor a lo que parecía marginal. En un mundo que corre rápidamente hacia adelante, detenerse a mirar el pasado no es nostalgia, es resistencia. Es una forma de entender de dónde venimos para decidir mejor hacia dónde vamos.

No me interesa un patrimonio que se exhiba como un trofeo, ni un cine que simplemente lo convierta en decorado. Me interesa el patrimonio como un latido: presente, cambiante, lleno de preguntas. Y me interesa el cine como una herramienta para hacer que ese latido se escuche. El cine no solo muestra, también transforma. Tiene la capacidad de hacer visible lo invisible, de emocionar con lo que parecía ajeno, de conectar a las personas con su historia, su paisaje y su memoria.

A lo largo de los años he sentido que mi cámara podía ser una especie de espejo -no uno que refleja, sino uno que revela-. Revela lo que está en los márgenes, lo que no encaja en los grandes relatos, lo que necesita una nueva mirada. Esa visión que muchas veces solo se percibe a través del objetivo. El patrimonio, tal y como yo lo entiendo, no es un conjunto de piedras antiguas o textos polvorientos. Puede ser ese cielo que seguimos observando, una lengua que aún se canta, un objeto que alguien conserva sin saber que está guardando un mundo.

Mis proyectos nacen de esa pulsión: la de rescatar, reinterpretar y, a veces simplemente, compartir. Porque en el cine no se trata solo de contar, sino de contagiar. Contagiar el asombro ante un hallazgo, la emoción de una historia que estaba a punto de perderse, la belleza de una ruina o de una palabra olvidada. El patrimonio se vuelve poderoso cuando vuelve a ser significativo. Y para eso puede estar a su servicio el cine: para darle cuerpo, ritmo, imagen y voz.
 
José Ángel Guimerá junto a María José Casaus, durante el rodaje de ”Pierres Vedel y la magia del agua” (2021), en el Archivo Histórico Provincial de Teruel, filmando el Libro Verde de Teruel.

A menudo me he sentido más cronista que autor. Como si mi trabajo consistiera en acompañar procesos, escuchar silencios y reivindicar el papel de personajes que merecen no ser olvidados. No es un ejercicio académico -aunque el rigor es fundamental-. Es, sobre todo, una forma de amor por lo que somos. Por eso me implico en cada historia como si fuera mía, porque de alguna manera lo es. Todas esas voces, todos esos lugares, todas esas memorias poco a poco forman parte también de mi propio mapa emocional. Así creo que sigo creciendo y aprendiendo.

Trabajar con patrimonio implica también asumir que no todo puede salvarse. Pero sí puede narrarse. Y al narrarlo, al traerlo al lenguaje audiovisual, algo queda. Algo se mueve. He visto cómo una película sobre una tradición olvidada ha reactivado la memoria de una comunidad; cómo un documental sobre un personaje local ha dado pie a encuentros intergeneracionales; cómo una proyección en una plaza ha encendido conversaciones que parecían extinguidas. No se trata de hacer cine “útil”, sino de hacer cine vivo.

La dimensión territorial de mi trabajo no es decorativa, es esencial. No filmo en Aragón -y sobre todo en Teruel- solo porque esté aquí o sea de aquí: lo hago porque este territorio habla. Porque muchas veces no se le escucha. El mundo rural no es solo paisaje: es forma de vida, pensamiento, innovación, resistencia… Y todo eso también es patrimonio. Un patrimonio que no siempre cabe en los museos, pero que puede habitar perfectamente una pantalla.

También me mueve la urgencia. Admiro profundamente el trabajo de Eugenio Monesma, pero aun así es inevitable la sensación de que estamos perdiendo cosas sin darnos cuenta. No solo archivos o monumentos, también gestos, oficios, formas de mirar. Vivimos rodeados de una modernidad que a menudo desactiva nuestras raíces. El cine, para mí, puede ser una forma de reactivarlas. De detener el tiempo, aunque sea por un instante, y preguntar: ¿esto que ves, sabías que también es tuyo?

A lo largo de mi trayectoria he abordado proyectos muy distintos, pero todos comparten una misma intención: convertir la cámara en un puente. Un puente entre generaciones, entre disciplinas, entre territorios. Entre lo que ya no está y lo que todavía puede ser. Porque el patrimonio, si no dialoga con el presente, corre el riesgo de convertirse en ornamento. Pero si se activa, si se reinterpreta, se vuelve herramienta.

No trabajo solo. Cada proyecto es un cruce de saberes: historiadores, músicos, arquitectos, astrónomos, artesanos, archiveros… Cada uno aporta una clave para entender mejor lo que filmamos. Me gusta esa idea de trabajo colectivo, porque el patrimonio también lo es. Y me gusta, sobre todo, que el cine permita devolver algo: no solo visibilidad, sino también orgullo, reconocimiento y futuro.

Hoy, cuando todo parece efímero y acelerado, el cine sobre patrimonio es una forma de desacelerar. De prestar atención. De recuperar el valor de lo esencial. No como refugio, sino como punto de partida. Por eso sigo filmando. Porque creo en las historias que construyen, que iluminan, que tejen comunidad. Porque mientras haya algo que merezca ser contado, seguiré creyendo que el cine puede rescatarlo.