

El Mute de Torres crece a lo grande tanto en días como en actos y, por supuesto, en afluencia de público
Un taller de grabado con los árboles como protagonistas y el vermú con los gaiteros Tío Gato cerró el festival ayerMute es el acrónimo de música y teatro y, traducido del inglés, significa silencio, que es precisamente lo que no hubo a lo largo de todo el fin de semana en Torres de Albarracín, donde las actuaciones musicales, los talleres, el circo o la representaciones teatrales de diversa índole atrajeron a más de 800 personas. El Mute en su segunda edición no solo ha crecido, sino que se ha multiplicado, al pasar de uno a tres días y incrementar considerablemente tanto las actuaciones como el público asistente a las mismas.
El presidente de la asociación Chinchinera, que es la organizadora del festival, Felipe Fuertes, hizo un balance muy positivo del mismo y destacó la participación en los diferentes actos, incluso en aquellos que se solapaban con otros porque iban dirigidos a diferentes públicos.
En la comida popular del sábado participaron un total de 350 personas, a los que se sumaron los comensales que eligieron el bar del pueblo. En este sentido, Fuertes detalló que el Mute cumple con uno de los objetivos que se fijó y que es la dinamización económica del territorio, sobre todo en el campo de la restauración y los alojamientos.
Este año las actividades se han programado pensando tanto en las familias con niños más pequeños como en aquellas que tienen ya críos de cierta edad, para que todos disfruten en conjunto de un festival que, a partir de ahora, se seguirá celebrando el último fin de semana de junio. En este sentido, fuertes señaló que consideran que es mejor fecha que septiembre, puesto que ahora los niños ya han terminado el colegio y las familias son más proclives a pasar un fin de semana de festival. Su primera edición tuvo lugar en septiembre de 2024 y, pese a que también fue un éxito, consideran que, una vez iniciado el colegio, las familias tienen más complicaciones para dejar esa rutina a la que obliga la vuelta a las aulas.

Desde la organización del festival apuntaron que las actividades programadas para el viernes fueron todo un éxito, incluso la observación nocturna, a la que acudieron 40 personas.
Por otra parte, el prolongarlo a tres días ha permitido ampliarlo a espacios como la ribera del Guadalaviar, donde ayer tuvo lugar el taller creativo ¿Cómo pintan los árboles? que dirigió Darío Escriche. El Mute aprovechó las instalaciones de la harinera para mostrar su dimensión cultural con dos visitas guiadas, una a la propia fábrica de harina y otra al herbario que hay instalado en la sala donde antaño estaba la báscula de pesaje del grano.
El encargado de explicar este domingo cómo se fabricaba la harina de Torres de Albarracín fue José Ortega Asensio, el último molinero que tuvo la fábrica, cerrada en el año 2007. Explicó cuál era el proceso y el tipo de harina que se obtenía en función de los trigos, casi todos ellos procedentes del campo turolense.
José Antonio Martí, que es agente forestal y uno de los impulsores del herbario, fue quien relató cómo se confeccionó y el orden que se estableció para hacerlo más atractivo para los visitantes. Martí detalló que el objetivo era buscar un solución expositiva que permitiera seguir empleando la sala con usos culturales, de ahí que los paneles estén colgados del techo y se puedan bajar o subir en función de las necesidades.
Especificó que la clasificación del herbolario no se hizo desde un punto de vista botánico, sino en función de los usos, aclarando cuáles son comestibles, qué otras tóxicas y para qué se emplean. “Es más sencillo para la gente que no tiene grandes conocimientos de botánica”, aseveró. En cada una de las fichas se refleja si son autóctonas o no, su toxicidad y usos y, para quienes desean ampliar información, hay un QR que ofrece más datos.
El siguiente acto de la jornada de ayer y el que más afluencia tuvo fue el taller de Darío Escriche. El artista les explicó el proceso de creación de un grabado a partir de tinta vegetal elaborada con hollín extraído del árbol. El primer paso fue atemperar esa tinta, para lo que no hubo grandes dificultades por las elevadas temperaturas. “Es importante que experimentéis qué implica tocar las materias primas, porque a veces en el mundo del arte nos olvidamos del concepto de plasticidad”, dijo. Así, expuso que para los artistas es muy importante tener consciencia de lo que tienen delante y “ver la transformación” de lo que están haciendo.

El Mute se celebró en plena ola de calor y aunque la Sierra de Albarracín es una de las zonas más frescas de la provincia, las familias no dudaron en refrescarse en el río a lo largo de todo el fin de semana. De hecho, para muchos niños, ese baño en el Guadalaviar fue uno de sus momentos favoritos del festival.
El alcalde de Torres de Albarracín, Andrés Martínez, se mostró muy contento porque el Mute ha atraído a mucha gente hasta el pueblo, “sobre todo a familias con niños”, porque se trata de un festival “muy inclusivo, para todos” y es algo que los vecinos valoran mucho. Además, destacó la calidad de los espectáculos, con los que se logró implicar también a la gente mayor del pueblo: “Son actividades culturales muy chulas que no se suelen ver por aquí”, sentenció.
El Mute concentró a un buen número de personas llegadas de diferentes puntos de la provincia, pero los más orgullosos de contar con un festival de este calibre son los propios vecinos de la Sierra de Albarracín. Sara, de Albarracín, acudió por primera vez ya que en septiembre coincidió con las fiestas de su localidad. “Esta bien, es para todas las edades porque los espectáculos son muy chulos, para mayores y pequeños”, dijo, para añadir que “es difícil encontrar cultura de este tipo en la Sierra, está el Carabolas de Bronchales y ya está”, comentó.
Hasta Torres de Albarracín se desplazaron este fin de semana toda la familia de Consuelo. Son de Valencia, pero tienen casa en el pueblo, ya acudieron el año pasado al Mute y les gustó tanto que en esta segunda edición no han dudado en volver. “Hemos venido toda la familia por el festival , porque la primera edición nos encantó”, dijo la mujer. Este año también estaban contentos con las actividades y agradeció la ampliación a tres días porque, aseguró, pudo disfrutar mucho de algunas propuestas, como el taller de miel del viernes.
Pese a que una tormenta descargó antes de que concluyera el taller de grabado en la zona recreativa de la Veguilla, el verMute a ritmo de las dulzainas y tambores de la Asociación Cultural Tío Gato sirvió de broche a tres intensos días de actividad cultural en Torres, donde ya están pensando en la próxima edición de un festival que, sin duda, llegó en 2024 para quedarse.

Visita a la harinera
La harinera del Carmen de Torres de Albarracín fue una de las últimas que estuvo operativa en la provincia de Teruel y su producción en sus últimos años, ya en este siglo, fue muy elevada, de 50.000 kilos en 24 horas. Cerró en el año 2007, como explicó este domingo durante la celebración del Mute el último molinero que estuvo al frente de ella, José Ortega Asensio, quien detalló que en los primeros años de andadura -abrió sus puertas en 1942-, se fabricaban en 24 horas 8.000 kilos de harina.
Durante la visita guiada, explicó que el trigo procedía de toda la serranía y gran parte de la provincia, mientras que la harina se vendía a varias ciudades de España, como Zaragoza, Valencia o incluso Ibiza, pero también a muchos panaderos de todo el territorio turolense. Una de las asistentes, que dijo que era de Argente, aseguró que con la harina de Torres se hacía el mejor pan, y en su pueblo ya no ha sido el mismo desde que cerró la fábrica.
El trabajo del molinero no era sencillo puesto que para calcular la fuerza de la harina había que hacer matemáticas y los cálculos se realizaban mediante matrices, para así calcular datos que dependen de múltiples parámetros. Y es que, como aprendieron ayer los asistentes al recorrido por la harinera de la mano de José Ortega, no todos los trigos son iguales, los hay de diversos tipos y había que combinarlos en función del tipo de harina, ya que no se emplea la misma para panificadoras que para las fábricas de galletas, entre las que también tenían clientes los de Torres.