Síguenos
'El poliedro de Buñuel', por Nuria Andrés, periodista 'El poliedro de Buñuel', por Nuria Andrés, periodista
EN LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES DE MADRID. La autora de este artículo, Nuria Andrés, junto a la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde Buñuel terminó de forjar su personalidad juvenil

'El poliedro de Buñuel', por Nuria Andrés, periodista

banner click 244 banner 244
Nuria Andrés

Tendría cinco años cuando mis padres nos llevaron a mi hermana y a mí al Museo dedicado a Luis Buñuel en Calanda. Váteres, teléfonos colgantes, un tambor que servía de pantalla de cine, insectos atrapados en botes y una gran escultura con el rostro adusto de un señor. ¡Buff! Desconocedora del sustrato surrealista del gran cineasta, en mi mente de criatura ingenua lo único coherente de aquel lugar fue la tienda de recuerdos, con peluches en forma de oveja negra y oveja blanca, lapiceros, linternitas y gomas de borrar. 

Durante el trayecto en coche de los múltiples viajes que mi familia y yo hacíamos desde Teruel a Alcañiz -donde vivían todos mis abuelos-, a mi madre le salía la vena pedagógica y organizaba un trivial totalmente casero en el que una de la preguntas era siempre: Director de cine nacido en Calanda. Esa y la de ¿Quién es el autor del baldaquino que hay sobre el altar mayor de la Basílica de San Pedro en Roma? (Gian Lorenzo Bernini, un dato rescatado de sus tiempos de estudiante de Historia del Arte), eran fijas.

No fui consciente del potencial de Luis Buñuel para contar historias hasta que vi por primera vez Viridiana. Para entonces había cumplido los 8 años y asociaba la figura del cineasta más con los tambores del Bajo Aragón y su exilio a México como víctima de la represión franquista, que con la corriente surrealista. 

La película no me era del todo extraña y tenía verdadero interés en conocerla, no solo por la icónica e irreverente escena del grupo de pobres colocado igual que en la última cena de Jesús pintada por Leonardo da Vinci, sino porque la frase final de la cinta que pronuncia Jorge (Paco Rabal) tras poner su mano sobre Viridiana (Silvia Pinal) invitándole a cortar las cartas: “No lo va a creer, pero la primera vez que la vi, dije: Mi prima Viridiana terminará por jugar al tute conmigo”, sonaba en mi casa como un mantra o un comodín en multitud de ocasiones, pronunciada por mi padre con la misma socarronería aragonesa que lo hacían muchos de los personajes de Buñuel. Ocurría lo mismo con la célebre Casablanca de Michael Curtiz, cuando Rick (Humprhrey Bogart) le dice a Elsa (Ingrid Bergman): “Siempre nos quedará París”.

Con Viridiana y Tristana, creo que Buñuel entronca con uno de mis escritores favoritos, Benito Pérez Galdós. La recreación de ambientes, el costumbrismo y el profundo análisis psicológico de los personajes del cineasta calandino, me llevan al realismo literario del siglo XIX, si bien salpicado del absurdo y onírico surrealismo.

También Tristana me resultó familiar. La mutilación de la pierna de Tristana (Catherine Deneuve) me conduce automáticamente a la amputación de la misma extremidad que sufrió el vecino de Calanda Juan Pellicer, sanada milagrosamente por la Virgen del Pilar, en cuya basílica de Zaragoza tantas veces he visto el cuadro que representa este suceso extraordinario y celestial. 

También me impactó Simón del Desierto. Sus imágenes en blanco y negro, sus paisajes, sus insectos correteando por la mano del protagonista, la representación del mal, me recuerdan el neorrealismo al que otro de mis directores de cine preferidos, el italiano Federico Fellini, se afilió.

Pero, curiosamente, cuando de verdad me enfrenté a la compleja personalidad de Luis Buñuel y a todas las aristas y caras de su poliédrico espíritu fue hace apenas un año y con la que fue su primera obra. Un trabajo de la universidad me colocó delante de Las Hurdes, tierra sin pan y aún no he podido librarme del rostro indefenso de la niña que muere de anginas y de la cabra despeñada por una montaña. Periodista y cineasta, dos profesiones en un artista o quizá ambas sean la misma e indisoluble actividad. El objetivo de Buñuel de denunciar la miseria en la que vivían las gentes del interior del país en los años previos a la Guerra Civil lo consiguió totalmente utilizando las armas que mejor conocía, la cámara de cine. 

Luis Buñuel fue un hombre que, a mi juicio, no dejó indiferente a nadie, ni con su forma de ser ni con sus películas, con tantos matices estas últimas que siguen ofreciendo nuevos aspectos tras muchos visionados. Siempre retumba en mi cabeza una tremenda frase que pronunció el cineasta de Calanda: “Dios no se ocupa de nosotros. Si existe, es como si no existiese” u otra no menos famosa: “Soy ateo, gracias a Dios”.