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Entre Ucrania y la despoblación; Carlos Pardos emprende un nuevo ‘Éxodo’ pictórico Entre Ucrania y la despoblación; Carlos Pardos emprende un nuevo ‘Éxodo’ pictórico
No hay camino alegre para quien se ve exiliado de sí mismo

Entre Ucrania y la despoblación; Carlos Pardos emprende un nuevo ‘Éxodo’ pictórico

El de Gallocanta expone en Monreal sus pinturas más recientes, inspiradas en los desplazados
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El artista Carlos Pardos (Gallocanta, 1962) va y viene de Teruel con frecuencia, nunca termina de irse de hecho, y por más que siempre será el pintor de las grullas, cada vez que su nombre reaparece lo hace con algo nuevo que contar. En esta ocasión hay que desplazarse hasta la Casa de Cultura de Monreal del Campo para escucharlo, porque allí se encuentra Éxodo, exposición de pintura impulsada por el Centro de Estudios del Jiloca que puede visitarse hasta el próximo 30 de septiembre, en el horario habitual de la sala (de lunes a sábado de 11 a 14 h. y de 17 a 20 h.; domingos y festivos de 11 a 14 h.; cerrado del 19 al 22 de agosto).

Uno de los cuadros de la serie ‘Maletas de cartón’, que dieron origen al resto de piezas que forman ‘Éxodo’

Pese a que Carlos Pardos nació en Gallocanta y vive en Daroca, su relación con la provincia de Teruel es antigua, estrecha y fructífera. Actualmente forma parte de Senderos de Arte del ART Festival de Albentosa, una colectiva al aire libre en la que también participó el año pasado. Perteneció a Artejiloca, la asociación de artistas y artesanos que se fundó hace 25 años, y en 1999 se convirtió en el primer ganador del Certamen de Artes Plásticas José Lapayese que se falla en Calamocha. Ilustró La grullita y el muñeco de la monrealina Ana Fuertes y ha participado en diferentes proyectos relacionados con la Asociación de Amigos de Gallocanta, de la que forma parte.

Las grullas siguen siendo un de los principales referentes estéticos del pintor nacido en Gallocanta



Expuso Criaturas que pululan y Monstruos en 2017 junto al escultor de Burbáguena José Azul, una excelente exposición cooperativa que pudo verse en la Sala José Lapayese de Calamocha. En ese mismo año expuso en el Espacio Luvitien de la capital Buñuel Code, una reinterpretación pictórica del imaginario del cineasta calandino que supuso en ese momento un antes y un después para el pintor, una “ruptura drástica con su etapa anterior”, como él mismo la definió. Pasado el tiempo, como todas las grandes influencias no se ha revelado tan drástica, pero sí ha dejado un poso evidente en la estética del artista, que se deja notar en Exodo y en otras obras recientes de Pardos, después de haber integrado algunos de los códigos de los que Buñuel se sirvió para convertirse en un clásico del cine para alimentar su propia expresividad artística. Los tintes oníricos y surrealistas han enriquecido otras influencias que antes ha mostrado Pardos, como el minimalismo monocromático de al tinta china sobre papel -Pardos ha impartido clase de sumi-e en la Escuela de Arte de Teruel- o cierta tendencia a una estética más expresionista.

Irrupción del color

En esta ocasión Éxodo está marcada por la irrupción del color, “de forma definitiva” según el propio autor. Es la evolución natural de Del negro al color, que con un título lo suficientemente gráfico pudo verse en el Torreón Fortea de Zaragoza. Aquel trabajo nació producto de un estado de hipersensibilidad desarrollado en poco tiempo y con pocos materiales, producto de la pandemia de coronavirus, y significó una evolución, visible casi en cada lienzo, de los monocromos sintéticos y crudos a una progresiva aparición, muy tenue y puntual en cualquier caso, del color. Es casi como si Pardos se sintiera obligado a pedir disculpas por permitirse el lujo de mostrar cierto optimismo.

Pieza que refleja el miedo, la duda inherente al éxodo

Pero no lo hay en Éxodo. Las pinturas que forman este último trabajo integran el color, sí, pero no rehuyen de cierto tenebrismo que caracteriza la pintura más personal de Pardos, y los tonos ocres, pastel y lavados se ponen al servicio de un discurso artístico que tiene que ver con sus orígenes y los paisajes emocionales que dejaron en su retina la laguna de Gallocanta de su infancia, y el éxodo de muchas familias a las ciudades. Las grullas, que también se van sin terminar de irse, que regresan por pura vehemencia biológica, aparecen como una metáfora de sí mismo.

Guerra o despoblación

Carlos Pardos ha explicado que comenzó a pintar estos cuadros el día que empezó al guerra en Ucrania. La muerte que ocasionan las armas, fabricadas, vendidas y disparadas por los amigos y por los enemigos, obliga a huir a los pueblos indefensos. Carlos Pardos entronca esa realidad triste y aplastante con el éxodo que vivió la España rural durante las décadas de los 60 y los 70, también obligados, que nadie huye por gusto, ni las grullas. Producto de esta reflexión nació Maletas de cartón, una serie de pinturas que hacen referencia a esas viejas maletas que se ataban con una cuerda y se amontonaban en carros y carretas, y que evolucionó hacia otras temáticas relacionadas para conformar Éxodo.

Carlos Pardos reflexiona sobre el futuro de los paisajes rurales, cuando ya no quede nada

Algunos de los cuadros de Carlos Pardos se hacen acompañar por textos, algo que probablemente no puede evitar quien inició estudios en Literatura en la Universidad de Zaragoza, y que entiende la pintura y la palabra, a través de la poesía, casi como extensiones la una de la otra. Valga algún ejemplo que de algún modo sintetiza el espíritu de este proyecto: “Cuando el tiempo te desplaza a otro lugar, a otra estación, a otra vida … desaparece tu hogar y tu patria. Cuando el humo no te deja ver y la tierra seca atraviesa el horizonte… derrotas, caravanas y lamentos, sin rumbo... devoras nuevos lodos, bajo un azul plomizo, el viento mueve la hierba y atrás dejas las ropas usadas y los caminos que conducen siempre a los mismos lugares. El camino mejor que la posada, el viento mejor que el lamento”.

La traslación de ese discurso a la pintura en la paleta de Carlos Pardos es poliédrica y compleja, aunque no sofisticada sino más bien visceral y directa. Las grullas aparecen con los colores brillantes que anuncian el final del invierno y, con él, su marcha anual; una cría de corzo gira hacia atrás sus orejas en una inequívoca señal de miedo, mientras calibra si atraviesa o no el portal que conduce a la luz. Brillante, sí, pero desconocida al fin y al cabo. Y un camino angosto y sinuoso conduce lejos de todas partes, lejos de nosotros, mientras la memoria se borra en el suelo como papel mojado. Y los aerogeneradores aristados y oscuros -Pardos no se olvida de reivindicar a través de su pintura-, alineados como siniestros patíbulos recortados en el cielo vacío. Molinos que harán ruido cuando todo el mundo se haya ido.

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